miércoles, 7 de mayo de 2008

TOKIO YA NO NOS QUIERE

Tokio ya no nos quiere



Ray Loriga

por Pedro Jorge Romero


En un futuro muy cercano, primeros años del siglo XXI, un vendedor, uno de muchos, recorre el mundo ofreciendo el último milagro de la industria farmacológica: una droga capaz de borrar la memoria. Por desgracia, ese vendedor ha cometido el mayor error de su profesión: usar la droga que vende, y se ve obligado a vivir en un universo efímero en el que mucha gente parece conocerle, pero en el que él, misericordiosamente, no recuerda a nadie.

Y ya está.

No hay más.

Está muy mal visto en los círculos literarios eso tan reaccionario de contar algo, olvidando que la ausencia de trama y peripecias no exime de dotar a la obra de un argumento, una trama secreta que dé unidad y que haga que su lectura tenga alguna razón. Tokio ya no nos quiere carece de algo así. Su primera parte no es más que un sucesión de estampas muy bien narradas pero repetitivas en las que el mismo personajes entra y sale de los mismos hoteles, mantiene relaciones sexuales, se droga y vende, mantiene relaciones sexuales, se droga y vende, mantiene relaciones sexuales, se droga y vende. Y no sé si he comentado que también mantiene relaciones sexuales, se droga y vende. Las acciones que la contraportada defiende como "un relato contra la memoria y una profunda exploración sobre la tiranía implacable de las emociones" y que compara con Conrad y Ballard (y más hiriente es todavía la comparación del autor con Camus) son la mínima hilación del tedio. Y si eso era lo que se quería mostrar, la estupidez de la vida moderna, pues bien conseguido está, pero ¿por qué?

La cosa parece mejorar, y no pretendo el chiste, con el capítulo "Tiempos mejores". Una estancia en un hospital como intento de recuperar la memoria (que incluye, como marca el cliché, retazos lejanos de una mujer) parece prometer esa ansiada "profunda exploración". Pero vana es la esperanza, porque al autor no le importa nada de eso. Y así, al final, con una nueva trama en busca de un misterioso personaje, el lector apenas se enfurece al comprobar que la novela acaba cuando narrativamente está empezando.

Y es una lástima, porque ciertamente la novela se lee al nivel puramente formal con agrado, y está plagada de esas frases lapidarias y reflexivas que vale la pena citar. Pero no se cuenta nada, absolutamente nada, ni siquiera la nada de contar, y algunas de las energías literarias hubiesen podido dedicarse a tal fin. Demasiadas pretensiones para tan poca novela. Un envoltorio demasiado brillante para tan poca sustancia. Demasiada vanguardia para una historia tópica.

© Pedro Jorge Romero 1999
Este texto no puede reproducirse sin permiso.

Pedro Jorge Romero (Arrecife, 1967) es licenciado en física, pero realmente se dedica a traducir, a la programación web y a escribir ocasionalmente. Ediciones B ha publicado recientemente su primera novela, El otoño de las estrellas, escrita en colaboración con Miquel Barceló.
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TOKIO YA NO NOS QUIERE
Ray Loriga
Título original: ---
Año de publicación: 1999
Editorial: Plaza & Janés
Colección: Ave Fénix 226/4
Traducción: ---
Edición: abril de 2000
ISBN: 978-84-8450-015-5
Precio: 5,98 EUR

Comentarios de: Francisco José Súñer Iglesias

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Resulta más que saludable para el género (para cualquier género), que autores que nunca han tenido nada que ver con él hagan incursiones más allá del tiempo y el espacio que les ha tocado vivir, y desarrollen sus dramas y comedias en un futuro más o menos cercano, o con entes de más allá de los límites del Sistema Solar. Es decir; que hagan ciencia-ficción.

Y resulta saludable por dos cuestiones fundamentales, por un lado consiguen que, atraídos por el nombre del autor, quienes no leen ciencia-ficción (por los más variados motivos) lean ciencia-ficción, y por otro aportan aire fresco, distinto a los de los autores habituales, demasiado embebidos en los tics y convenciones del género. Ocurre así que lo que resulta ser sin paliativos un libro de ciencia-ficción, es decir; se desarrolla en un tiempo futuro, muestra tecnología más avanzada y ataca problemas aún por venir, da la sensación de ser cualquier otra cosa; un relato de camellos, un libro de viajes, la descripción de una bajada a los infiernos...

Esa extraña sensación es lo que hace a novelas como esta tan interesantes; se perciben los cambios, las cosas ya no son como ahora, pero el cambio no es tan radical como para hacer irreconocible el entorno (si bien es cierto que Loriga proyecta la acción sólo tres años en el futuro), los personajes tienen motivaciones reconocibles, no como arquetipos, si no como actitudes vitales perfectamente homologables a las de cualquier lector, la tecnología aporta un buen número de adminículos sorprendentes, pero más al nivel del electrodoméstico que del chisme milagroso.

En TOKIO YA NO NOS QUIERE, Ray Loriga cuenta la historia de un camello incapaz de mantener las manos alejadas de la droga que vende. Aunque en realidad más que de camello se debería hablar de distribuidor autorizado. Su mercancía, su química, como la llama, es perfectamente legal, y su venta estrictamente reglamentada. Esa química son drogas destructoras de memoria que evitan cargar con las malas experiencias para toda la vida, unas cuantas pastillas convenientemente dosificadas y todo lo malo, y parte de lo bueno, se olvida. Para siempre.

El protagonista tiene mucho que olvidar, demasiado para un vendedor de esa clase de productos y poco a poco, ayudado por esas y muchas más drogas, olvida, y olvida. Lo olvida todo. Ese es el drama de la novela; el olvido como objetivo final y la tragedia que supone finalmente olvidar que se querían destruir los recuerdos.

La novela resulta bastante interesante durante los tres primeros cuartos, escrita con sobriedad debe mucho a Charles Bukowsky (principalmente); William S. Burroughs, y en menor media a Jack Kerouak. Sexo en solitario, en pareja y en grupo, drogas blandas, duras, de colores, en pastillas y en cápsulas, cerveza china, cerveza mexicana, cerveza alemana, cerveza irreconocible, viajes por carreteras polvorientas, embarradas o cuidadosamente asfaltadas, son las constantes de la obra, que seguro que encantaría a cualquiera de estos viejos crápulas, y pese a que en la cotraportada se hace referencia a Joseph Conrad (que no conozco demasiado bien) y a Ballard (que si conozco bastante bien) no he sido capaz de encontrar nada que me los recordara.

Sin embargo, el último cuarto del libro se hace pesado y termina en un final forzado y poco creíble. Creíble, entiéndase, respecto al desarrollo que hasta ese momento había llevado la novela. Una serie de imágenes nostálgicas sin gran sentido y una cierta cantidad de explicaciones finales que no aportan nada consiguen que finalmente la lectura no sea del todo satisfactoria.

En cualquier caso, un libro recomendable que no solamente acercará a la ciencia-ficción a mucha gente que la desprecia o ignora, también ayudará a muchos aficionados a la ciencia-ficción a acercarse a la narrativa española actual.

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