lunes, 6 de julio de 2009

Murió Robert McNamara, el polémico ex secretario de Defensa de EE.UU.


13:16

Tenía 93 años y ocupó ese cargo entre 1961 y 1968. Le llovieron críticas por impulsar la guerra de Vietnam. Fue uno de los funcionarios más influyentes de su país.


DISCURSO. McNamara, en 2001. Murió hoy, a los 93 años. (AP)
Robert Strange McNamara, el ex secretario de Defensa que impulsó la guerra más controversial de Estados Unidos, la de Vietnam, murió hoy a la madrugada a los 93 años. Su esposa Diana afirmó que había estado enfermo desde hacía algún tiempo.

A pesar de todos sus esfuerzos para borrar la polémica imagen que tenía, el funcionario nunca logró desvincularse del desastre de Vietnam, a tal punto que en ciertos círculos se la llamaba "la guerra de McNamara".

El ex funcionario ocupaba la presidencia de la compañía Ford Motor cuando fue reclutado por el presidente John F. Kennedy para que manejara el Pentágono en 1961. En ese momento era conocido como un estratega político con una fijación por el análisis estadístico. Permaneció en ese puesto siete años.

Antes de convertirse en uno de los principales artífices de la guerra en Vietnam, tuvo también un papel relevante en la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, en 1962, ya que era partidario de la línea más dura.

Su vínculo con Vietnam se volvió intensamente personal. Incluso su hijo, un estudiante de la Universidad de Stanford, protestó contra la guerra mientras su padre la estaba llevando a cabo. En Harvard, McNamara tuvo en una ocasión que escapar de una turba de estudiantes a través de túneles subterráneos de servicios.

Luego de dejar el Pentágono al borde de un colapso nervioso, se convirtió en presidente del Banco Mundial y dedicó su ímpetu evangélico a la creencia de que mejorar la vida de las comunidades rurales de los países en vías de desarrollo era un camino más prometedor hacia la paz que el aumento de armas y ejércitos.

McNamara rechazó durante muchos años escribir sus memorias, establecer su punto de vista sobre la guerra y hablar sobre los cruces con sus generales. A principios de la década de los 90 comenzó a abrirse.


En 1991 le dijo a la revista Time que no pensaba que funcionaría el bombardeo a Vietnam del Norte, la mayor campaña militar aérea de la historia hasta nuestros tiempos, pero que lo hizo "porque queríamos probar en primer lugar que no funcionaría y (porque) otras personas pensaban que sí".


Finalmente, en 1995, cuando ya había terminado la Guerra Fría, hizo una confesión pública. Definió a aquel conflicto como "equivocado, decididamente equivocado".

viernes, 29 de mayo de 2009

La mamá de Lanata.

Por Jorge Lanata
Sábado 15 de noviembre de 2008 | Publicado en la Edición impresa

Quiero contarles mi asombro por la cantidad increíble de saludos, recortes, papelitos, mensajes, por el tema de mi vieja, que, por otro lado, está mejor. Me impresionó mucho porque ustedes no la conocen. Entonces, les quería contar cómo es. Por varios motivos, pero porque también creo que nos puede enseñar algunas cosas a todos.
Recién el jueves pasado supe, con certeza, el nombre de la enfermedad que mi madre sufrió durante los últimos treinta y dos años: se llamaba meningioma, y es una especie de tumor cerebral. Fue un meningioma lo que le sacaron de la cabeza un día de 1968 en un quirófano del Sanatorio Mitre. Yo tenía ocho años. Las diecinueve horas de cirugía le dejaron terribles secuelas: todo el costado derecho de su cuerpo quedó casi paralizado y desde entonces mamá está anudada en una tortuosa cuadriplejia y su cerebro perdió la posibilidad de formar palabras; aunque no la de emitir sonidos: puede decir que no, o que sí, o que "¡Uuauu!" o "¡Eeehhh!". Sonidos, pero no articular otra cosa con su voz.
Hace treinta y dos años que me comunico así con ella, del mismo modo, con miradas y monosílabos, con palabras que no son.
Cuando recuerdo esos años, el espejo me muestra al chico más triste que vi en mi vida.
Una enfermedad no es algo que aparece gradualmente en una casa. Es algo que bombardea una casa. Un día, porque sí, el destino bombardea y desde entonces la vida se divide en antes y después de aquella aplanadora.
Entonces uno empieza a decir: "No? eso fue mucho antes de que se enfermara tu mamá?".
O uno escucha decir: "A ver, a ver, pará? la Angélica se enfermó?".
Cualquier futuro, cualquier sueño, cualquier deseo, a partir de ese momento, sólo va a ser posible el día que "tu mamá se cure".

Cualquier cosa que vos quieras hacer, sentir, vivir, recién va a ser posible a partir de ahí. Ese día, el día en el que tu mamá se cure, vas a poder darte el atracón de lo que quieras, y ya vas a poder cruzar la calle solo, y ese día la vida volverá a ser distinta, como lo era antes de que tu vieja se enfermara.
Después vino un médico, después dos, después una enfermera, un kinesiólogo, algunas brujas, libros de esoterismo mezclados entre los pesados tomos de anatomía. Y también lo lógico: los horarios, la rutina de lo excepcional, las decisiones basadas en el bien común. Alguien dijo que en esa casa un chico tan chico podía ser una molestia y terminé viviendo con mi tía Nélida y mi abuela. Y hubo también el día en el que los cambios dejaron de cambiar, y los treinta y dos años siguientes fueron bastante parecidos.

Es difícil transformar en palabras lo que nos dijimos, lo que nos decimos con mi madre en estos treinta y largos años: yo aprendí de ella que el borde de la cama o la distancia desde el baño hasta el cuarto es mucho mayor que la que separa al Himalaya o el Nilo de cualquier observador. No hay distancia más larga que la que se te escapa de las manos cuando no te podés levantar.

En estos treinta y dos siglos no hemos visto juntos ni un solo recorte de diario, ni un noticiero, ni un comentario de actualidad. Pero no dudaría un segundo sobre lo parecidas que deben ser nuestras opiniones sobre la vida.

Sé que mi madre es alta porque me he parado a su lado para darle apoyo, pero nunca la vi de pie; y sé que sus ojos son profundos, verdes y profundos, porque puedo nadar en ellos. Sé que amó como a nadie al cabeza dura de mi viejo, y lo sé aunque nunca la escuché diciéndole: "Te quiero", y nunca los vi tampoco besarse en la boca.

Me desvelé mucho tiempo, mucho tiempo, tratando de adivinar en qué cosas pensaría mamá. ¿Qué decía su silencio cuando dormía y sus ojos estaban cerrados? ¿Qué diría en su aburrimiento? ¿Qué canciones no podía tararear?

Alguna vez me propuse verla, descifrarla, mientras la miraba. Y fue mucho más fácil de lo que pensé: mi mamá se ríe, tiene sentido del humor. Se ríe y se ríe todo el tiempo. Es cálida, besa amistosamente a quienes recién conoce, y les sujeta la mano mientras lo hace. Y si no fuera todo tan absurdo, yo diría que mamá está ahí, tratando de consolar a los demás por ser tipos tan normales, tipos que hablan tanto y ven tan poco.

Le hago bromas sobre las sorderas o las mañas de mi tía Nélida, y mamá las escucha, cómplice, y estalla en una carcajada. Pero, claro, no siempre está así: otras veces nada en medio de una laguna quieta, inaccesible, sonrisa inmóvil de sauce llorón.

La semana pasada estuvo cuatro días en una especie de coma leve: había perdido contacto con el exterior. Pensé, por primera vez después de treinta y dos años, que no iba a poder recuperarse. Si le hablaba al oído, podía notarse que era mucha, muchísima, la distancia que mi voz tenía que recorrer para llegar a su conciencia.
Pasó un día, y otro, y otro día más. Y de nuevo volvió mamá desde Ningún Lugar, abrió los ojos en esta ciudad de cinco grados bajos cero, sonrió a pleno y le dio un beso a cada uno de los tres médicos que tenía alrededor, que no lo podían creer. Desde entonces fue mejorando poco a poco y la anécdota de "la besuqueira" forma parte de la vida del Hospital Británico.

También empezó a reírse más, y con más ganas.

Ayer estaba un poco cansada, y pasó gran parte del día durmiendo, en ese país al que no puedo llegar. Esta tarde estaba mejor otra vez. Ella, mi mamá, que lleva treinta y dos años sin poder formar una palabra y sin moverse con independencia. Hay algo que mamá no nos terminó de enseñar. Y es obvio que le molesta dejar las cosas por la mitad.

[Editorial leído en el programa Día D]

*Fuente:
http://adncultura.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1069761&origen=relacionadas
Tomás Eloy Martinez
para LA NACION


Entre las muchas herencias maléficas que la administración de George Walker Bush le deja a Barack Obama, la economía en ruinas es la más evidente, pero quizá no la más ardua de superar. Como pocas veces antes, el miedo que la Casa Blanca instiló en los Estados Unidos día tras día desde el 11 de septiembre de 2001 ha servido como herramienta para controlar a los ciudadanos. En Bowling for Columbine , el documental sobre la masacre que dos adolescentes armados provocaron en una escuela de Denver, Michael Moore comparó los 151 homicidios anuales de Canadá con los 11.798 de los Estados
Unidos y advirtió que la razón de la diferencia estaba en el miedo. Según Moore, los norteamericanos creen que el delito aumenta, cuando en verdad las estadísticas indican que disminuye. Con todo, la tasa de reclusos en las prisiones del país es la más alta del mundo: 1% de los adultos. Alimentado por medios de comunicación que convierten cada caso en un fenómeno, el país vive sumido en La cultura del miedo , como titula Barry Glassner un libro citado por Moore.
El miedo es una condición necesaria para el capitalismo moderno: sin el temor a ser rechazado por no usar el dentífrico correcto, el auto de moda o el último teléfono celular, los seres humanos podrían vivir satisfechos, pero faltarían a su función de consumidores. No hace falta que el temor se encarne en factores reales, como los atentados contra las Torres Gemelas: Bush se valió de informes falsos para invadir Irak, pero sus estímulos a la paranoia le permitieron ser reelegido. Los norteamericanos han aprendido que desoír los mandatos de la Constitución y permitir la autorregulación del mercado financiero son estrategias de desgracia que pueden arrastrarlos a la bancarrota. Ahora que la elección de Obama les permite recobrar el aliento, no saben cómo quitarse de encima las telarañas del miedo que se les han enredado en el alma.
La amenaza de una desgracia súbita asoma en todas las conversaciones. La menor de mis hijas, que cursa el último semestre en una universidad del estado de Nueva York, me contó que sus compañeros no hablan casi de otra cosa. La amenaza de una pesadilla circula como un torrente venenoso por los blogs y los celulares. Acaban de aprender la lección de la esperanza y no se resignan a que un mal viento se las arrebate. Los magnicidios dejaron cicatrices perdurables en la historia del país, desde Abraham Lincoln en 1865 hasta John F. Kennedy en 1963, y todos se aterran ante la idea de que Obama se convierta en otra promesa segada.
Cuando el líder de los derechos civiles Martin Luther King y el precandidato demócrata Bob Kennedy fueron asesinados con dos meses de diferencia, en 1968, Obama tenía 6 años. Acaso esa memoria, que marcó a toda una generación, hizo que le resultara natural ser el primero de los aspirantes protegido en las primarias por una docena de agentes del Servicio Secreto (el mismo número asignado a Bush), que lo siguió a lo largo de la campaña.
"Ojalá viviéramos en un país donde la raza no fuera un problema", dijo el senador Dick Durban, de la comisión que autorizó la seguridad, "pero que se trate de un afroamericano aumenta su vulnerabilidad".
El FBI analizó más de quinientas amenazas de muerte contra Obama, cien de ellas de carácter racista. Desde que se convirtió en presidente electo, su casa, en Chicago, se ha vuelto inaccesible: calles cortadas, cabinas de control, barreras contra ataques suicidas. En la madrugada del 5 de noviembre, mientras todavía se contaban los votos, entre los mensajes en la Web hubo muchos cargados de odio fanático: "Hay que acabar con Obama", "Hay que matar a Obama ya mismo, antes de que termine con el país". Como escribió Elias Canetti al final de su clásico Masa y poder : "Detrás de cada paranoia, como detrás de cada poder, se halla el mismo deseo de barrer a los otros del camino, para ser el único".
El miedo a que Obama sea un nuevo Kennedy se suma a las comparaciones con el ex presidente asesinado que tanto seducen a la prensa mundial. Una y otra vez se repiten los atributos en común: ambos senadores jóvenes y brillantes; los dos representan a minorías influyentes: católico uno, afroamericano el otro; hasta sus bellas y elegantes esposas acentúan las semejanzas. Más significativas aún son las coincidencias de sus compañeros de fórmula: Lyndon B. Johnson, el vicepresidente de JFK, era un político experimentado, jefe de la mayoría demócrata del Senado; Joe Biden, que lleva 36 años en esa
cámara, ve a Johnson como uno de sus modelos. Leí en el semanario The New Yorker del 8 de octubre que Biden se resistió a secundar a Obama en la fórmula hasta que éste le prometió que le permitiría ayudarlo a gobernar: "Si me necesitas sólo para que te ayude a ganar la presidencia, puedo hacerlo de otro modo. No quiero estar al margen de las grandes decisiones".
Poco importa que Obama no haya contado con un padre que le abriera el camino a la política con dinero e influencias, o que Kennedy haya combatido en la Segunda Guerra Mundial e intensificado su preparación en política exterior antes de llegar a la Casa Blanca. Más importa, acaso, indagar en los motivos del deseo que, detrás del temor, acerca a los dos hombres. Porque tanto Kennedy como Obama llegaron a la Casa Blanca casi desde la nada, empujados por una simple palabra: cambio.
Cuando aceptó la nominación del Partido Demócrata, en 1960, Kennedy lanzó en su discurso un eslogan que se convirtió en la marca de su breve mandato: la Nueva Frontera. Era el tiempo de la Guerra Fría, de la lucha por los derechos civiles y de la modernización tecnológica. En el Coliseo de Los Angeles, el Oeste, que alguna vez había sido la última frontera para los colonos norteamericanos, dijo Kennedy: "Estamos al borde de una nueva frontera, la frontera de las esperanzas y los sueños por cumplirse. Más allá de esa frontera se hallan las tierras inexploradas de la ciencia y el espacio, los conflictos irresueltos de la guerra y la paz, los problemas pendientes de la ignorancia y el prejuicio, las preguntas sin respuesta de la pobreza y la abundancia". Con idéntica actualidad, pidió que lo votara "la gente sin seguro de salud, las familias sin un hogar decente, los padres de niños mal alimentados y sin escuelas. Todos ellos saben que ha llegado el tiempo del cambio". Palabras más o menos, Obama repitió esa letanía.
El nuevo presidente fue elegido para ejecutar el cambio por el 95% de los negros, 67% de los latinos, 66% de los jóvenes y el 58% de las mujeres. En esos grupos se concentra buena parte de los 760.000 norteamericanos que perdieron sus empleos en los últimos diez meses, una caída constante que dejó la tasa de desocupación en 6,5%y que podría llegar al 8% a fin de año.
Ellos lo votaron y él ha pedido mil días para salir del agujero negro. En tiempos de Kennedy, cien días eran suficientes para evaluar la eficacia del gobierno. Pero ahora, como escribió Zygmunt Bauman, "la política es un tira y afloja entre la velocidad con la que el capital se mueve y la cada vez más disminuida capacidad de acción de los poderes locales". Hasta el presidente de la principal potencia mundial carece de fuerza para torcer el rumbo de los mercados globalizados.
Obama se ha dado cuenta al instante de la vastedad de la tarea y, para que sus acciones de gobierno sean más ágiles, ha identificado doscientas decisiones del presidente actual que deben desactivarse, por
inconstitucionales o por desastrosas. No por nada George W. Bush ha logrado el milagro de superar en impopularidad a Richard Nixon: lo desaprueba el 76% de los norteamericanos, 10% más de los que repudiaban a Nixon en pleno escándalo Watergate. Pero aunque ambos disientan en temas medulares, como la guerra en Irak, el cierre de la prisión de Guantánamo, la crisis energética, la investigación de células madre o la inmigración, esos actos no atenúan la urgencia del mandato central que Obama ha recibido. Lo que sus votantes reclaman es que detenga cuanto antes la velocidad con que se empobrecen los habitantes de un país que siempre se jactó de ser tierra de oportunidades.
Aunque los republicanos se oponen, Obama quiere cambiar las leyes de quiebra, para que los jueces puedan autorizar algo que ahora sólo se permite a las empresas: que la gente pueda renegociar las hipotecas impagables y conservar sus casas. Los estados y las ciudades recibirán del gobierno federal fondos para ampliar los seguros de desempleo y los vales de comida.
A casi medio siglo del discurso de Kennedy, los sueños de otras generaciones han sido desgarrados por las políticas neoliberales y la globalización.
Obama cree que puede torcer ese destino y poner en marcha el cambio. "Tal vez no lleguemos en un año ni en un solo mandato", dijo, al anunciar su triunfo. "Sin embargo, compatriotas, nunca tuve, como esta noche, tanta esperanza."
Ver la luz de la costa después del naufragio ha costado tanto, que sus compatriotas tiemblan ante la idea de una ráfaga de violencia. Para alejar a los fantasmas, Obama llegará a las escalinatas del Capitolio el 20 de enero de 2009 e ingresará a la Casa Blanca en un Cadillac de titanio, acero y cerámica, resistente a las balas y las granadas, seguido por un cortejo de seguridad con camionetas llenas de hombres armados y un automóvil preparado para neutralizar cualquier ofensiva, aun las que se intenten con armas no convencionales. Kennedy no imaginó -no podía hacerlo- que también el odio y la intolerancia crean nuevas e imprevistas fronteras en la historia de la especie humana.

*Fuente: La Nación
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1070149&pid=5372878&toi=6486

miércoles, 20 de mayo de 2009

En los últimos días, algunos medios comenzaron a preguntarse si la candidatura a la presidencia por parte de Cristina Fernández que obligó al actual mandatario Néstor Kirchner a no presentarse a un nuevo período presidencial no estaría vinculada a la eventual enfermedad de su marido y la consecuente imposibilidad de ejercer un nuevo mandato.
Por Christian Sanz

NuevoEncuentro 23/07/07


De a poco comienza a hablarse de un tema que ha sido tabú hasta ahora y que pocos medios nos hemos atrevido a investigar.
Por caso, hace más de un año -en marzo de 2006-, desde este periódico dimos todos los detalles relacionados a la grave enfermedad presidencial y anticipamos la posibilidad de que cediera su deseo de continuar en la primera magistratura por la patología que lo aqueja.
Así se comentó*: "Cuando se habla off the record con personas que gozaron de la íntima confianza del presidente Kirchner en sus años de gobierno en Santa Cruz, todos admiten en afirmar que hay una palabra que causa terror en el entorno kirchnerista y cuya pronunciación está prohibida: cáncer.
'El Presidente sufre de cáncer en la zona duodenal y para tratarse hizo varios viajes al exterior, incluyendo a Cuba. Por un tiempo ha dominado el malestar, pero todos los problemas políticos de los últimos tiempos han acelerado su desmejoramiento y ha resurgido el problema fuertemente', aseguró uno de los consultados por este medio, ex funcionario de Santa Cruz.
(.) Más allá de cualquier especulación, los reiterados viajes del Presidente a El Calafate son conocidos públicamente. Suele decirse en comunicados oficiales emitidos por el Gobierno que se trata de viajes de descanso, pero la realidad -siempre de acuerdo a las fuentes consultadas- es que Kirchner viaja cada fin de semana para tratar su grave enfermedad. Pocos saben que, antes de su última reelección en 1998 -de acuerdo a una fuente médica de una clínica privada santacruceña llamada Medisur- Kirchner fue sometido a una colostomía. 'No hay seguridad si la colostomía fue permanente o temporal pero se llevó a cabo entre fines del '97 y '98 y está confirmado que padece de cáncer de colon. La historia médica ni siquiera está en el Hospital Regional de Río Gallegos y ningún rastro de prescripciones o partes médicos quedan registrado en la bitácora de donde se asiste'. Aunque los datos son elocuentes por sí mismos, hay un interesante indicio que aporta aún más claridad a la discusión: el padre de Néstor Kirchner murió a causa de un avanzado cáncer de colon. Quienes conocen sobre esta enfermedad aseguran que, en la mayoría de los casos, la misma es hereditaria".
No es un tema menor. La salud de un Presidente en cualquier otro país es tratado como un tema de Estado, salvo en el nuestro. Acá queda supeditado a los humores de los funcionarios de turno, como si fuera un mero caso de corrupción oficial más.
Esta conducta, típica del kirchnerismo, es mucho más grave que cualquier eventual enfermedad en sí misma...


CHRISTIAN SANZ
Desde la redacción de Tribuna de Periodistas

* El artículo mencionado, muy cuidado en su indagación, puede verse completo en:
http://www.periodicotribuna.com.ar/Articulo.asp?Articulo=2076

martes, 19 de mayo de 2009

Encuentro de Centros de Estudiantes en Avellaneda
Lunes 20 de octubre de 2008




El pasado sábado 11 de octubre en la sede de la CTA Avellaneda, Avenida Mitre 1340, la Juventud de la CTA de Avellaneda llevó a cabo el “1º Encuentro de Centros de Estudiantes de Avellaneda”.

En el mismo participaron estudiantes de diferentes escuelas, entre ellas la E.M. N º 10, E.M. N º 18 (ex E.N.S.P.A.), del Normal Nº 5 de Barracas. Participaron la secretaria general y la de Formación de la CTA de Avellaneda.


En la presentación del encuentro se abordó a modo de introducción cómo desde la CTA se impulsa la organización de los distintos sectores de nuestra comunidad, focalizando en la importancia que tiene para nuestro pueblo luchar por un proyecto de país inclusivo para todos y con todos, por esto es que se enfatizó en que los estudiantes juegan un rol protagónico siendo ellos quienes deben discutir y pensar como organizarse. Así como también se habló de la estrategia que se viene llevando a cabo desde la Central y el SUTEBA en la conformación y consolidación de Centros de Estudiantes en las escuelas del distrito y en la provincia de Buenos Aires.

Se realizaron varias intervenciones contando las diferentes experiencias de los estudiantes secundarios en cada escuela, y en la comunidad educativa en general; algunos contaron desde que problemas tienen a la hora de empezar a juntarse, en otra escuela como fueron sus primeros pasos y cuales son las actividades que realizan en la donde funciona el Centro de Estudiantes. Sintetizando diversas formas de participación, de ganas, con los que quieren empezar a organizarse y aquellos que ya están organizados. En fín, a lo largo de la jornada se compartieron dudas, opiniones y vivencias.

Fueron los estudiantes los que comentaron los problemas que atraviesan en la escuela hoy para lograr la conformación del Centro de Estudiantes, para generar mayor participación de sus compañeros tanto en el Centro de Estudiantes como en las problemáticas intrínsecas de la escuela, para que sus propuestas y reclamos sean escuchados y tomados en cuenta por la dirección o autoridades locales, para obtener un espacio físico dentro de la escuela y sobretodo para aportar como estudiantes su mirada frente a un proceso educativo del que todos (estudiantes, profesores, directivos, comunidad educativa en general) forman parte.

En las conclusiones del encuentro se definió que desde la Juventud de la CTA de Avellaneda los estudiantes secundarios tienen un espacio para que se encuentren, interactúen e intercambien experiencias, opiniones y se organicen. El encuentro fue muy positivo y sentó las bases para llevar a cabo diferentes acciones en esta temática y en otras que ellos propongan en el distrito de Avellaneda.

Primer encuentro en Pehuajó

Se realizó el pasado miércoles 8 de octubre el primer encuentro de estudiantes secundarios en Pehuajó. Los participantes se fueron muy conformes de la discusión mantenida en marco de las actividades llevadas a cabo durante la presencia de la “Muestra itinerante por la Memoria, Identidad y Justicia” en la ciudad.

El colegio Nacional fue el que contuvo a las decenas de alumnos que se acercaron. Participaron compañeros de diversas escuelas de la zona. Algunas de ellas ya contaban con formas de organización y participación, mediante cuerpos de delegados u otras maneras alternativas.

Cerca de las 9.30, el compañero Marcelo Ciopetini, secretario general de la CTA de Pehuajó dio inicio al encuentro. Luego tomó la palabra Matias Jauregui Lorda, de la Juventud de CTA de la provincia de Buenos Aires, quién resaltó la importancia de la organización de los estudiantes secundarios. “Si participamos en la escuela, vamos a poder hacerlo como futuros trabajadores e individuos de la sociedad”, señaló.

También estuvo presente Fernando Grenno, estudiante de Ciencias Políticas de la UBA, quién contó su situación de procesamiento policial por realizar unas pintadas en denuncia de la aparición de Julio López en la Ciudad de Buenos Aires. El caso por el que lo acusan podría llevarlo a prisión entre 3 meses y 4 años. Relató las diferentes acciones que está realizando para poder ser desprocesado, y pidió a los estudiantes su cooperación firmando un petitorio.

El compañero de la Juventud de CTA retomó la charla y comentó sobre el modelo de estatuto vigente según la Resolución 4900/05. Se generó una interesante discusión donde diferentes estudiantes de distintas escuelas dieron su opinión al respecto de la organización secundaria. Los alumnos quedaron muy entusiasmados y se comprometieron a profundizar el tema en sus escuelas para poder así comenzar a formar Centros de Estudiantes en la ciudad.

Fuente: Equipo de Comunicación de la Juventud de la CTA Nacional

domingo, 10 de mayo de 2009

Tango

permítanme este aporte:

José Gobello, Conversando tangos, Buenos Aires: A. Peña Lillo Editor, 1976.

¿Cuál es el tono de las letras de tango?

Creo que ese tono es dado por la coincidencia de varias circunstancias.

En primer término, la letra debe contar una historia popular, y aquí pienso en el sentido de gente común. que tiene también la palabra pueblo; es decir, debe contar una historia que puede ocurrirle a la mayoría de la gente.

En segundo término, esa historia tiene que ser personal, y
no social.
El tango no canta temas sociales. Cuando toca un tema social, lo transfiere al plano personal. Para el tango no existe el pueblo como entidad abstracta o ideal, sino la gente de carne y hueso. Las ideas puras no se dan en el tango.

En tercer lugar, la historia debe ser triste. Ya se sabe que el tango
es sentimental y sentimental quiere decir dado a la compasión y a la ternura.


Por supuesto, el tango también puede ser bravío; pero aun entonces debe contar acontecimientos fatales, acontecimientos desgraciados e infelices; por ejemplo, traiciones y venganzas.

Y, por fin, el tango debe ser nostálgico; es decir, debe retomar con dolor, con melancolía, a las cosas del pasado; no importa de qué pasado, con tal de que sea pasado. Porque el tango no se ha hecho para cantar lo que se tiene sino lo que se ha perdido.

Esto está igualmente claro en Mi noche triste, en Mano a mano, en Malevaje, en Sur, en Tinta roja.





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TANGO
ORIGENES Y EVOLUCION



ORIGEN

El Tango se gesta en ambas márgenes del Río de la Plata entre 1850 y 1890. A principios del siglo XIX con su aceptación popular a nivel mundial la danza evoluciona hasta su forma actual.

Este baile que se originó en el puerto de Buenos Aires y rapidamente se extendió a los barrios del sur, como San Telmo, Monserrat y Pompeya, tuvo su crecimiento paralelo con el de la sociedad argentina, formada por inmigrantes europeos, que aportaron muchos de sus elementos.

Alrededor de 1860, entre los criollos y gauchos rioplatenses, marineros, indios, negros, y mulatos, se bailaba suelto músicas como valses, de origen austríaco y alpino; pasodoble y tango andaluz; zarzuela; bailes de origen escocés; habaneras, de origen cubano; polka; mazurcas, cuadrilla y milonga; teniendo como base el fandango y el candombe de los negros.

En esa época aún no existía el Tango como danza propiamente dicha.

El sonido del bandoneón (de origen alemán) se incorporó como algo imprescindible a pianos, guitarras criollas, contrabajos y violines.

En los barrios surgió el "tango arrabalero," aquel que bailaban en el arrabal, hombres y mujeres con los cuerpos fuertemente abrazados, y que escandalizó a la sociedad de la época.


Condenado por la iglesia y prohibido por la policía por incitar al escándalo, fue asociado con la lujuria y la diversión "non sancta" junto a la bebida y el baile.


Su prohibición obligó a bailarlo en sitios ocultos hasta haber entrado en el siglo XIX, por eso su ambiente de nostálgica pasión.

Amparados en la oscuridad de la noche, guapos y arrabaleros deslizaban sus sentimientos en lo profundo de un verso, una melodía o bailaban abrazados a su ardiente compañera.
En ese entonces, solamente los estratos sociales humildes, los del suburbio, cultivaban esa danza. El Tango surgió en burdeles, rancherías y boliches. Los prostíbulos lo fomentaban con la finalidad de aproximar los cuerpos masculinos y femeninos.

Era concebido como "vulgar" por los estratos mas conservadores, marginado socialmente por buscar la sensualidad y el placer.

La insólita fusión de lenguas, conocimientos y costumbres genera el fenómeno del tango y paralelamente un lenguaje, el lunfardo.


Esta manera de hablar tomaba palabras de algunos dialectos italianos, y de otras lenguas traidas por los inmigrantes, absorbidas y adaptadas al porteño.

Al principio era el lenguaje de los presos y los delicuentes, comúnmente hablado por la gente del puerto. El lunfardo es al castellano lo que el cockney o el slang son para el inglés británico y al inglés americano

a Miguel W. (Hogueras)

marcelo t:

aunque tu tocayo se bajara del proyecto electoral de la vaca loca, el dengue y los mosquitos y la gripe aviar clase A porque creyó que "era una jodita para videomatch" -aunque fue una buena jodita porque adelantó el escándalo de las elecciones donde la oposición brilla por su ausencia y en la bolsa de gatos entrarán todos los que son y están-, sigo los pasos de mi intuición (para mucho necio, brujeril) y aliento que se desenmascare de una vez por todas a los culpables de la mentira del crimen organizado:


Las enfermedades existen, por supuesto, pero el caldo de cultivo donde se desarrollan es la pobreza. Si no me creen pregunten en Charata.



Lu
Esquina chatarra.

Wiñaski

La peste


Decidí transcribir literalmente un fragmento de mi libro "Travesías Argentinas". Está referido a la epidemia de Fiebre Amarilla que estragó Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XIX.


El texto se asocia a este clima y a estos miedos por las fiebres que nos acechan.
Nada de lo que aquí se transcribe es ficticio. Aquí va:
"La peste comenzó oficialmente el 27 de enero de 1871. Los preparativos del carnaval ya alborotaban a San Telmo como siempre, y la muerte se ocultaba tras las máscaras. Ese día se diagnosticaron tres casos. Tres hombres habían muerto por la fiebre amarilla, y hubo tres médicos que denunciaron el brote ante la Comisión Municipal, pero las autoridades prefirieron soslayar el dato y suponer que no había epidemia.
El carnaval era efectivamente inminente y la verdad no debía arruinar la fiesta. Los doctores Luis Taminí, Santiago Larrosa y Leopoldo Montes de Oca coincidieron y previeron el horror. Pero no se les hizo caso.






La fiebre amarilla. Óleo de Juan Manuel Blanes


Los cadáveres llegarían en procesión. Entre enero y junio de 1871 murieron en Buenos Aires catorce mil personas víctimas de la fiebre amarilla, y la ciudad quedó vacía. De los ciento noventa mil habitantes que la poblaban, sólo quedaron sesenta mil viviendo en el casco urbano.
El éxodo fue ancho y anárquico como el pánico. La peste había empezado en el sur, en los conventillos atestados, brotó en San Telmo, rebasó hacia El Socorro, continuó avanzando y sembrando la nada.
La población huía de la parca que la perseguía y diezmaba a razón de ciento cincuenta muertos por día.
El carnaval no se detuvo.
El 20 de febrero, San Telmo era un aquelarre de candombes sagrados, mascaradas y serpentinas, y disfrazada como uno más entre los murgueros, la infección, aunque invisible para la ceguera oficial, ya era un hacha que hacía trizas por todas partes.
No faltó un diario mentiroso. Por ejemplo, Manuel Bilbao, director de La República, pontificaba desde sus páginas afirmando muy suelto de cuerpo que no se trataba de fiebre amarilla. Es que con la peste siempre es igual. Al principio siempre es increíble.
Como escribió Alessandro Manzoni en su extraordinaria novela "Los novios": "Al principio, pues, peste no, absolutamente no: prohibido hasta pronunciar la palabra. Luego, fiebres pestilenciales: la idea se admite de refilón con un adjetivo. (...)
Los ricos del sur se fueron al norte, al Barrio Norte, y así quedó el sur, abigarrádonse en el corazón de la matanza. También se fue Sarmiento. Era el presidente de la Nación en ese entonces, y la Casa Rosada estaba allí a la vera de la fiesta de los sepultureros. En efecto, Sarmiento se alejó de Buenos Aires en esos momentos de tribulación. Lo malo fue que lo hizo a lo Sarmiento, es decir, estrepitosamente, con ostentación, rodeado de una llamativa escolta de 70 individuos demasiado visibles y embarcando en un tren especial.
Bartolomé Mitre, en cambio, su enconado rival y jefe de la oposición se arriesgaba a diario, con el chambergo y el coraje bien puestos, por las calles infestadas. Ayudaba con sus manos a los agonizantes, y él mismo y sus hijos que lo acompañaban contrajeron el mal. Pero se salvaron, como si, piadosos, los hados los perdonaran por haber tenido la bravura de meterse entre los afiebrados.
Otro héroe fue Eduardo Wilde, médico y luego escritor, testigo y cronista de la peste; fue uno de los pocos que desde un primer momento se atrevió a ponerle el nombre verdadero al mal, en llamarlo fiebre amarilla y en combatirlo a brazo partido en medio de los moribundos..."

jueves, 7 de mayo de 2009

Página 12.

ESCRIBEN HOY
Adriana Meyer
Alicia López Groppo
Andrew Buncombe
Andrés Cisneros
Bill Connelly
Cledis Candelaresi
Cristian Carrillo
Daniel Miguez
David Usborne
Diego Fischerman
Diego Martínez
Edgardo Pérez Castillo
Emilio Ruchansky
Fernando Cibeira
Fernando Krakowiak
Gary Vila Ortiz
Horacio Bernades
Juan Carlos Tizziani
Julián Bruschtein
Lorena Panzerini
Luciana Micaela Ramos
Luciano Monteagudo
Mario Wainfeld
Mark Weisbrot
Martín Piqué
María Cristina De Biasi
Miguel Jorquera
Mónica Mateos-Vega
Patrick Cockburn
Pedro Lipcovich
Raquel Rascovsky de Salvarezza
Rodrigo Fresán
Santiago Giordano
Sebastián Ackerman
Sebastián Ochoa
Sebastián Premici
Silvina Friera
Werner Pertot

viernes, 1 de mayo de 2009

publicado en un foro bajo seudónimo

ESCRITURA AUTOMÁTICA

La única misión de este apartado es la de abarcar todos aquellos escritos que son creados desde la distancia más lejana posible a la razón. Consiste en ponerse a escribir casi sin pensar, no se puede parar, no vale el descanso, las manos deben seguir el movimiento de las falanges, de los huesos, para no desesperar y seguir el camino envolvente e inequívoco de una atragantada, todo sale de repente, no hay forma de parar, las letras vienen como vienen éstas de ahora, nunca jamás se puede reciclar la pila de frases que van saliendo. Para ello es preciso estar en perfecto estado de inspiración o tener una idea clara del final objetivo del escrito. No vale la parada, el fugaz descanso, todo viene de seguido, los brazos no pueden descansar, la cabeza debe emitir un sonido parecido al ordenador abotargado, los músculos deben tensarse con el don preclaro de evocar los sueños. El resultado no es lo importante, lo que verdaderamente cuenta es la plena disposición para emitir, apartados de todo tipo de inconvenientes, nuestra plenamente calmada o hiperactiva forma de pensar.













IV MANIFIESTO SURREALISTA (por Rimbaud)


El ser humano, en base a su conocimiento razonable de la realidad, la transforma. El proceso de transformación, que debería ser puro amor para retornar a la primera forma de la que procedemos, constituye en el siglo XXI, destrucción automática y comedida del entorno, así como del aliento hermosísimo del aura inmaterial que nos envuelve. Los sueños, tan olvidados, constituyen en nuestros días esperanza para la poesía, movimientos sísmicos de palabras que hagan temblar como fosas, como fallas, el abrazo mutuo de la tierra, de las letras, de las imágenes.

Según Louis Aragon el surrealismo habría sido descubierto por Crevel en 1919. Y Breton da la siguiente definición del surrealismo: "Automatismo psíquico puro mediante el cual uno se propone expresar el verdadero funcionamiento del pensar. Dictado del pensar ajeno a cualquier control de la razón."

¿Pero quién puede decir que es éste y no otro el verdadero funcionamiento del pensar? El vocablo "pensar" ya implica control. El pensar es la vida interior. Es, según Descartes, conocimiento, sensación, pasión, imaginación, volición. El pensar es memoria, imaginación y juicio. No es un cuerpo simple, sino compuesto.

¿Creéis que es posible separar, apartar alguno de sus componentes? ¿Podéis mostrar algún poema nacido de este automatismo psíquico puro del que habláis? ¿Creéis que el control de la razón no se lleva a cabo? ¿Estáis seguros de que estas cosas de apariencia espontánea no os llegan a la pluma ya controladas y con el pase-libre horriblemente oficial de un juicio anterior (tal vez de larga fecha) en el instante de la producción?

El surrealismo puro del que hablaba Breton adquiere límites, pero el surrealismo debería conocerlos o debería estar sometido a una expansión contenida. Incluso los primeros surrealistas tomaron como biblia auténtica de su pensamiento el psicoanálisis de Freud y el marxismo, de cuya estancia es muy difícil escapar.

El verdadero golpe a este mundo surrealista debería ser pura, automática y anatómica expresión libre, un surrealismo más sutil, más hermoso, una verdadera explosión artística de un caudal de creación tan ancho que impidiera cualquier tipo de influencia política o moral de cualquier tipo. Esto que es hermoso para un ser, puede perfectamente resultar horrible para otro.

El ser humano, como ola de carne, discurre en conflictos tremendos donde inútiles pensadores cometen crímenes. No es surrealista el hecho de que el país más poderoso del mundo siga enviando tropas a un país en su papel de liberador orgulloso de su acción, tampoco es surrealista que alguien decida en su reflexión más íntima cambiar el color de su piel, no es surrealista tampoco el detrimento impartido hasta la saciedad por partidos políticos, haciéndose valer para ello de la lacra de los sentimientos en que creían otros. No hay que confundir lo surrealista con lo absurdo.

El surrealismo consiste en la afirmación precisa de una bofetada creativa, es la vomitiva de palabras encadenadas, pseudo-automáticas, en la que la mente se acoge a la razón pero impedida por ésta, casi ausentándola, doliéndola, maltratándola. El surrealismo no es, pues, caos, no es destrucción, es más bien una construcción torcida, a punto de caer, una ironía metafísica, un beso que casi se da, que ya se ha dado, que nunca nadie pudo verlo verdaderamente. Es la evidente contemplación doble, triple, cuádruple… de la realidad desligada al realismo, desvinculada de él, casi enemiga. En el verdadero realismo, es la magia de sí mismo, es la deuda que tenemos con él por nuestros sueños; nuestra desenfadada contemplación erudita y metamórfica de nuestro párpado, de la simpatía y antipatía de nuestra retina para con él. Es desear buenos y malos momentos a la vez, es la vida misma, la explicación subyacente de la ausencia definitoria.

Por eso es un honor iniciar este espacio dedicado con entusiasta emoción al desarrollo de esta iniciativa, de este modo de pensamiento. Quedémonos en ser niños para siempre, las imágenes de la infancia son puras transiciones surrealistas, volvamos pues a ese momento.

Así pues, para amenizar con la más exacerbación posible la alegría de crear un apartado dedicado a esta cuestión, presentaré una serie de apartados donde quede plasmada nuestra sensación intacta resuelta en torno a la más exhaustiva y magnífica exaltación de nuestros sentidos. En principio daremos vida a una serie de puntos que seguramente vayan creciendo, siendo comentados previamente, para contener de la forma más lograda posible, nuestro acercamiento intacto a lo que es nuestra vida, la vida misma, el aliento nuestro, condimentado preciosamente sobre los orificios nasales o la boca, sobre el alma misma de nuestro ente corpóreo.

Jugando están los niños en el parque: ríen, sueñan, imaginan… Esperando estoy en los columpios, esperando las palabras, las imágenes, que me hagan balancear.

Agenda de reflexión de Alejandro Pandra




A un año del Pronunciamiento‹ - › | 20 de Diciembre de 2002 ≈ 10:09 |

Los cronistas escrupulosos cuentan que al mediodía del jueves 20 de diciembre del año pasado, el presidente de los argentinos era uno de los pocos que estaba convencido todavía que iba a cumplir hasta el final su mandato constitucional, que caducaba formalmente el 10 de diciembre de 2003. Acaso fuera la pasión republicana, savia de la centenaria UCR que le ha dado a este país cinco presidentes, de los cuales los cuatro radicales más genuinos no pudieron finalizar su mandato. Lo cual no constituye, por cierto, ninguna exclusividad histórica.
Al mediodía de ese 20 de diciembre, Fernando de la Rúa, sordo a las cargas de la caballería policial, a los ecos metálicos que tronaban por doquier y a los estallidos incontables e incontenibles alrededor de la Casa de Gobierno, intentaba reordenar su gabinete, caído ya en desgracia estrepitosa el mito del superministro salvador, Domingo Felipe Cavallo. Todo parecía -¡y vaya si lo era!- un disparate.
De la Rúa apoyaba sus ilusiones de permanencia en un acuerdo con el justicialismo al que supuestamente la noche previa habían llegado sus operadores, mientras el presidente dormía con la relativa placidez que brinda un eficaz somnífero en la Quinta de Olivos, y también mientras se sucedían los saqueos y en la Plaza de Mayo repleta y en toda la ciudad repiqueteaban incesantes las cacerolas. Pero el apoyo justicialista, como ya todos sabían, nunca llegó.
Finalmente, De la Rúa firmó su renuncia minutos después de las siete de la tarde. Según su propia confesión, toda la vida se había preparado para ejercer la presidencia del país. Pero el cálculo no fue feliz.
Sólo dos años y dos meses antes había sido elegido por el 48,5 por ciento de los votos, disfrutaba del 70 por ciento de imagen positiva y encarnaba una esperanza de cambio genuina, que como para demostrar la naturaleza efímera del poder, terminó en bochorno entre el hartazgo popular, el caos, los saqueos, los cacerolazos, las protestas masivas y un tendal de decenas de muertos, varios a escasos metros de la Casa Rosada. En setecientos cuarenta días aquel tipo alto, imponente, atildado, medio majestuoso, acartonado y solemne era otra persona, ausente, tambaleante, sombría, patética, vencida.



En las primitivas creencias populares de Roma, las Furias eran demonios del mundo infernal en que se personificaban la venganza y los remordimientos. Junto al repudio a un gobierno, a un modelo, a todo un sistema de representación política, algo de aquellos elementos ancestrales, plasmados en ira colectiva, emergió en la lacerante eclosión de hace un año. También se sumó la irresponsabilidad de muchos dirigentes que jugaron al descalabro sin haber comprendido –y todavía no lo han hecho- el mensaje de las urnas de octubre de 2001, primera e inseparable etapa del mismo pronunciamiento. Las furias pueden descargarse a gritos sobre calles, plazas y rutas, o manifestarse en silencio con un contundente voto bronca, de rechazo raigal a toda la oferta electoral.
Lo cierto es que el proceso tuvo todas las características de un pronunciamiento popular. Pero por ahora, debemos reconocerlo mientras no se demuestre lo contrario, el curso de acción hipotético configura el relato de una historia que no fue. Por ahora. Y el grito clamoroso de que se vayan todos ya comienza a opacarse como expresión fiel a un imaginario que por doscientos años, de París a Moscú y de Pekín a La Habana, imperó fuertemente en el pensamiento revolucionario occidental.
Y mientras la sociedad bulle, la representación de los partidos políticos muestra sólo signos de esclerosis múltiple y de una esterilidad irreversible de nuevos liderazgos. Las viejas formas venerables de la política y del Estado yacen en ruinas, montón de escombros de lo que fue autoridad, arte de gobierno y sabiduría estadista. En tanto unos pocos intentan sanar y reconstruir como pueden esas ruinas, una horda de mercaderes de ideas marchitas compiten sin otra ambición que el lucro, hasta haber hecho de la política un mero vocablo que esconde una red de intereses y de privilegios injustos. En la atmósfera turbia y cansada de los salones en donde se dirime semejante parodia no está, evidentemente, la resolución del problema argentino.



En el último año, muchos millones de argentinos dejaron de pertenecer a la clase trabajadora, y otros muchos millones de argentinos dejaron de pertenecer a la clase media, para hundirse en el limbo confuso de los desclasados. Golpeadas profundamente en sus márgenes, estas clases, las más lábiles y activas del cuerpo social, poco a poco se van ahora replegando, ahogadas por una expansión alucinante de la desesperanza. Aunque es cierto que las acechanzas visibles suponen también nuevas promesas, éstas son apenas adivinables bajo el peso de las fatigas inmediatas.
Pero un mundo sin esperanza es un mundo inhabitable.
Ahoga a la imaginación y al pensamiento y decide, por fin, la parálisis de la voluntad.
Sin embargo, el imperativo argentino consiste en nuestra voluntad de ser nación. Y este imperativo no tiene escapatoria posible: requiere –ineludiblemente- de una resolución política. Buscarla con espíritu firme y sereno, con corazón alegre y sin concesión alguna a ese corso de cornetines, bonetes y serpentinas que se han apropiado de aquellos salones de ambiente asfixiante, es el verdadero núcleo del servicio actual a la patria y a la historia.



Hace un año, la proliferación de asambleas barriales y de piquetes reveló la existencia de un nuevo y vigoroso interés participativo. En cada esquina se discutía todo, desde los problemas nacionales y globales hasta uno concreto y cotidiano del barrio o del pueblo. Luego el auspicioso movimiento fue perdiendo fuerza, por la dificultad para encontrar una fórmula que, más allá de la bronca y la protesta, articulara tantas voces y opiniones.
En otras palabras, no se encontró la forma política de encauzar el proceso. La experiencia remite a otras etapas de entusiasmo participativo, en la primera mitad del siglo XX.
Al iniciarse el mismo, en las barriadas de poblamiento creciente y reciente de las grandes concentraciones urbanas, brotaron como hongos las sociedades de fomento, las bibliotecas populares y los clubes sociales, que cumplieron un papel fundamental en la construcción de la nueva sociedad y en la formación cultural del pueblo, creando redes, formas de convivencia y maneras de mirar el mundo y la vida.



Pero además, cuando de la mano de la ley Sáenz Peña el país ingresó en la etapa de la democracia de masas, esas organizaciones barriales fueron el lugar de aprendizaje de las técnicas y habilidades necesarias para el ejercicio soberano del voto popular. Y los contactos de este mundo asociativo y la nueva política partidaria fueron muchos, pues fácilmente se pasaba de la sociedad de fomento, el club o la biblioteca al comité, la parroquia o la circunscripción, y aun se podía estar en ambas partes, sin contradicción alguna.
Sin embargo, el proceso social no iba a culminar hasta que el radicalismo yrigoyenista, masivamente convalidado en las urnas, no tradujera a términos políticos el nuevo escenario nacional, en una forma original y desconocida hasta entonces.
Algo similar ocurrió durante el proceso de 1943 a 1945 y las consecuencias sociales y culturales de la incipiente industrialización y de la concentración de “cabecitas negras” en las grandes ciudades. También entonces, sólo se iba a definir cuando el 17 de Octubre parió al peronismo, que a su vez encarnó la resolución política del problema argentino. Y otra vez bajo una forma original y desconocida hasta entonces.



Queremos decir que, en cualquier caso, la voluntad de participación y la movilización de todos los estamentos activos de la sociedad, con ser condiciones necesarias de una práctica democrática sana, no fueron ni son suficientes, ni en la primera mitad del siglo XX ni en los albores del XXI.

A ellas hay que agregarle fórmulas políticas e institucionales adecuadas.
Y ordenar así una propuesta que tenga vigencia efectiva para dar respuesta política, en una forma original y desconocida por ahora, a este ecumene de la miseria, el horror y el espanto contemporáneos.
No hay destino tan desfavorable que no podamos fertilizar, aceptándolo y asumiéndolo con vigor y decisión. Del destino, de su áspero roce, de su ineludible angustia, sacan los pueblos la capacidad para las grandes epopeyas históricas.
En todo caso, se requiere el reconocimiento de nuevos valores. O, si se quiere, de viejos valores revitalizados en un nivel más profundo de la experiencia. O mejor aún, no de valores viejos sino de valores permanentes –que por permanentes son jóvenes- y pueden generar entonces nuevos resurgimientos.
La mera paciencia sin ánimo no tiene futuro. Y el ánimo que pierde la paciencia actúa destructivamente y defrauda hasta engañar su propia obra. Hay que permanecer pacientemente en el ánimo y animadamente en la paciencia.
Pero sepamos desde ya que el problema argentino no se resolverá sólo por vía contemplativa, sino sobre todo por vía activa. No se resolverá sólo en la esfera de la forma , sino principalmente en la esfera del ser. No se resolverá sólo en el campo de la sensibilidad, sino también en el campo de la voluntad.
El problema argentino, inevitablemente, se resolverá por vía política. Traerá consigo deberes, castigos y honores. No se trata sólo de una tarea de pensadores y de poetas. Se trata esencialmente de una tarea de hombres de acción, de conductores y capitanes.
Padecemos una Argentina desgarrada y descompuesta, enajenada y sin rumbo, con un pueblo pobre y escuálido y desangrado, sumido en la depresión y el desconcierto. Como fue en su momento con Hipólito Yrigoyen y con Juan Perón respectivamente, la situación exige formas nuevas de expresión política, originales y misteriosas.
Una vez más, aquí se requiere, con urgencia dramática, de un puñado de conductores y capitanes que venga a reclamar con coraje y vigor un primer puesto en la ardua tarea de rehabilitar la esperanza y el destino nacional de los argentinos.

Discépolo

Un 23 de diciembre moría Discepolín

Mordisquito



Una de las facetas fundamentales del universo de Enrique Santos Discépolo [27 de marzo de 1901 - 23 de diciembre de 1951] fue su comprometida militancia peronista. Y uno de los factores que provocaron su depresión y un final divorciado de la élite intelectual fue, justamente, este aspecto esencial de su propuesta poética vinculada al conflicto social. Discépolo murió distanciado de varios viejos amigos y criticado por sus pares, que le hicieron un vacío a raíz de su ideología. Defendió con convicción, ironía y vehemencia lo que él entendía un enorme avance en el desarrollo político y social del pueblo argentino, el gobierno del general Perón.

Poeta insigne, compositor, gran actor y autor de teatro y cine, filósofo profundo y profeta visionario, la radio iba a ser el vehículo para difundir su ideario, en su famoso y fulminante micro-programa: “¿A mí me la vas a contar?”.

Transcribimos a continuación el último texto leído por Discépolo el 10 de noviembre de 1951, un día antes de las elecciones que concluyeron con un triunfo arrollador de la fórmula Perón-Quijano, lo que probablemente explique el vehemente tono intolerante y antiradical:



Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria.

Nacieron de vos, por vos y para vos. Esa es la verdad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando miseria, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por la clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz hasta lo de Vasena [se refiere a la Patagonia rebelde y a la Semana trágica], porque pedía un mínimo respeto a su dignidad de hombres y un salario que los permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco. No. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad. Con la misma crueldad aquella del candidato a presidente que mataba peones en su ingenio porque le pisaban un poco fuerte las piedritas del camino a la hora de la siesta [se refiere a Robustiano Patrón Costas, cuya postulación en la fórmula con Ramón Castillo se malogró con el golpe del 4 de junio de 1943].

Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticia que presidía el país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto desmán, terminó por parecerte correcto lo más infame. Claro, a vos no te alcanzaba esa injusticia. Tendrías, como un señor que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, un puesto de ama de cría para cubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente, y un sueldo para salir con el clan. Yo me acuerdo del clan. Y vos también. Aquella mafia siniestra que salía sólo para aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos, otra vez a tiros y a veces con el camión para hacerlo más divertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la estulticia que manejaba el país. Mirá, si vos hubieras estado en la Semana trágica como yo y como tantos, en Cochabamba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco, luego a cientos, y hubieras visto masacrar judíos por una “gloriosa” institución que nos llenó de vergüenza, no hubieras formado nunca más parte de ese partido que integrás por amor propio y quizá por ignorancia de tantos hechos delictuosos que son los que empezaron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón.

En un país milagroso de rico, arriba y abajo del suelo, la gente muerta de hambre. Los maestros sirviendo de burla en lugar de hacer llorar porque estaban sin cobrar un año entero. ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado! Yo sé que te da rabia que te lo repitan tantas veces, pero es que entristece también pensar que no lo querés oír. El otro día, en un discurso oí que decías refiriéndote a un gobierno de 1918: “Ya por ese entonces los obreros gozaban…”. ¿De qué gozaban? ¡Los gozaban!, que no es lo mismo. Y, sí, Mordisquito, ¡los gozaban!

La nuestra es una historia de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político que nos gobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron. ¡Todos! ¡Siempre! Una curiosa adoración, la que vos sentís por los pajarones, hizo que el país retrocediese cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no le entendés nada; la que te habla claro te parece vulgar. Yo también entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?, me sentía más conmovido frente a un pajarón que frente a un hombre de talento. El pajarón tiene presencia, tiene historia larga, la que casi siempre empieza con un tatarabuelo que era pirata. Yo también me sentía dominado por los pajarones cuando era chico. Ahora, ¡no! Cuando era chico, sí. ¡Pero no ahora, Mordisquito! Salvate de los pajarones. El fracaso -por no decir la infamia- de los pajarones fue lo que trajo como una defensa a Perón y Eva Perón. Pero no fui yo quien los inventó. A Perón lo trajo el fraude, la injusticia y el dolor de un pueblo que se ahogaba de harina blanca y una vez tuvo que inventar un pan radical de harina negra para no morirse de hambre. Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, qué desmemoriado te vuelve el amor propio!

Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lo trajiste! ¡Y a Eva Perón también! Por tu inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por él y por ella, por la patria que los esperaba para iniciar su verdadera marcha hacia el porvenir que se merece.

¡A mí ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta otra vez, sí.

Hasta otra vez.



Y, finalmente, como para confirmar que tanto no han cambiado las cosas, el tango emblemático de Enrique Santos Discépolo:

Cambalache, 1934
(¿y en siglo XXI también?… ¿Eh…?)

Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé,
(¡en el quinientos seis y en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé…
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos…

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!…
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!…



¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
y “La Mignón”,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín…
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
junto a un calefón…

¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!…
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás!
¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
nos vamo a encontrar!
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley…


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Comentarios.Osvaldo Vergara Bertiche dice:
31 de Enero de 2007 | 2:17 pm

Artículo de Osvaldo Vergara Bertiche
Rosario, Provincia de Santa Fe

Publicado en http://www.elortiba.org
23/12/2006

DISCÉPOLO, DE LA DÉCADA INFAME AL ESTATUTO DEL PEÓN

Hace 55 años, en 1951, gambeteándole a la muerte por algunos meses y hasta el 23 de Diciembre, Enrique Santos Discépolo, decide “jugarse entero” explicando el peronismo, sin alegorías, sin interpretaciones complejas, desde Radio Nacional, en el programa “Pienso y digo lo que pienso”.

Discépolo habla de peronismo mientras lo vive. Manifiesta, así, su apoyo al gobierno que venía a redimir las décadas que también él las vivió, que las contempló y que contempló la angustia de muchos, “el hambre de los otros, la injusticia de los postergados y la tristeza infinita de vivir en la tierra que lo ofrece todo para que los más no tengan nada. Esa injusticia que orilla por las calles de los pobres…”.

Es en esos tiempos que le empezó a doler la “cicatriz ajena”.

En estos otros momentos, distintos, muy distintos, en la historia de los argentinos, “la exclusividad de los umbrales han vuelto a tenerla los novios; ahora no hay limosneros en los umbrales, ni en los andenes, ni en los cementerios. A los limosneros se los podía encontrar en un pasado cruel y desaprensivo”. (Mordisquito, Audición IV)

En la Década Infame (1930/1940), expresión que debemos al periodista tucumano y agitador de rebeldías, José Luis Torres, quien sintetizó como nadie el país real, Discépolo decía, como símbolo de la ruptura del tejido social de la solidaridad:


Cuando la suerte que es grela, /
fallando y fallando /
te largue parao…
Cuando estés bien en la vía, /
sin rumbo, desesperao…
Cuando no tengas ni fe, /
ni yerba de ayer /
secándose al sol…
Cuando rajés los tamangos /
buscando ese mango /
que te haga morfar…
La indiferencia del mundo /
que es sordo y es mudo /
recién sentirás.
Verás que todo es mentira, /
Verás que nada es amor…

Que al mundo nada le importa… /
Yira… Yira…

Aunque te quiebre la vida, /
aunque te muerda un dolor, /
No esperes nunca una ayuda, /
ni una mano, ni un favor.
Cuando estén secas las pilas /
de todos los timbres /
que vos apretás.
Buscando un pecho fraterno /
para morir abrazao…
Cuando te dejen tirao /
después de cinchar, /
lo mismo que a mí…
Cuando manyés que a tu lado /
se prueban la ropa / que vas a dejar…
¡Te acordarás de este otario /
que un día, cansado, /
se puso a ladrar!


Y cansado de ver tantas injusticias, no solo ladró sino que mordió rabiosamente cuando en 1951, expresa: “¿Por qué no pensás un poco vos también? Yo no te pido que inventés una escuela filosófica o que leas a Einstein y te vayas a dormir con el teorema puesto. Yo te pido que abandones tu posición de terco y pienses… pienses en lo que estaba pasando y en lo que pasa ahora. Tenías una patria como una rosa, pero esa rosa no perfumaba tu vida sino que estaba deshojando en el ojal de los otros. Ahora la solapa de tus enemigos está vacía y la rosa es tuya…” (Mordisquito, Audición VII)

Para alcanzar lo que se está alcanzando hubo que resistir y que vencer las más crueles penitencias del extranjero y los más ingratos sabotajes a este momento de lucha y de felicidad”. (Mordisquito, Audición II)

“Estamos viviendo el tecnicolor de los días gloriosos…” (Mordisquito, Audición V)

En 1934, en “Quién más, quién menos”, ve desfilar ante sus ojos, la miseria de la mujer explotada:

Te vi saltar sobre el mantel, /
gritando una canción…
y obscena y cruel, en tu embriaguez, /
ya sin control mostrar
- muerta de risa - al cabaret
tu desnudez…
…bizca de alcohol… pisoteando al zapatear, /
entre los vidrios tu ilusión!…


17 años después, diría:

“Que la mujer nos guste es una de las costumbres más bellas que Dios nos puso dentro. Claro unos están más acostumbrados que otros, ¡pero la costumbre es de todos! Desde el enamorado tropical que la pregona con un mambo hasta el esquimal que ama con el pingüino puesto.


Si la mujer embellece nuestra vida, ¿cómo podríamos soportar la explotación de aquellos tiempos superados y cómo podríamos no agradecer estas leyes justas y dignas de una sociedad culta, que ahora protegen su delicado esfuerzo; estas leyes, mirá, que a veces más que ser leyes parecen piropos?

Dignificando a la mujer, de rebote mejoramos la dignidad de los hombres, porque no me digas que el respeto hacia la mujer querida – que es tu madre, tu novia o tu esposa – no es respeto que se te ofrece a vos también”. (Mordisquito, Audición XVII)

En aquellos otros tiempos dice en “Tormenta”

Yo siento que mi fe se tambalea,
que la gente mala, vive
¡Dios! mejor que yo…


Desde 1946, esto había cambiado. Y a raíz de una supuesta carta anónima, que le atribuye a Mordisquito (Audición IX), le contesta: “Tirás y, lógico, escondés la mano. Todos los ingredientes del resentimiento se mezclan en el magro pucherete de tu carta: la envidia, el rencor, la sin razón, la injuria. Ingredientes que resumen una sola resultante: tu rabia. Una rabia de pichicho que no puede morder su propia cola y entonces ladra de este modo: claro vos hablás bien porque estás acomodado. Para vos todos los que comprenden que el país transita un destino de bienestar y de justicia están acomodados. ¿Y sabés una cosa? ¡Sí! Tenés razón. Francamente, mirá, estamos todos acomodados.

Desde los pibes, para quienes se viene construyendo una escuela por día…

Y también están acomodados los muchachos, aquellos que antes vendían diarios, que tienen ahora cientos de escuelas de enseñanza técnico-profesional y enseñanza universitaria gratuita.

Y también se acomodaron los obreros, los laburantes de nuestra sufrida carga y la clase baja de tu irreflexiva soberbia, que aumentaron al triple sus jornales y lograron la dignificación del trabajo. ¿Te das cuenta que todos estamos acomodados?

Es brutal el acomodo. Se acomodó la salud y el bienestar general…

Estamos todos acomodados… y no me vas contar que no entraste en el beneficio de esta generala servida”.

Ahora, no sólo los malos vivían bien; la fe, Discépolo, la reencuentra y la transmite con atrevida y filosa lengua.

“Tres esperanzas”, su tango de 1933, es quizás un símbolo. Ganas de olvidar un pasado de desventuras y miedo al porvenir. Soñaba, pero ese presente, impedía tener sueños de justicia, le hacía un gil. El futuro era adverso, no se vislumbraba cambio alguno.

No tengo ni rencor,
ni veneno, ni maldad,
son ganas de olvidar,
terror al porvenir...
Me he vuelto pa´ mirar
y el pasao me ha hecho reír.
¡Las cosas que he soñao!
¡Me caché en dié, qué gil!

Con la llegada del peronismo, “¿No son más dignos y más hermosos estos momentos que aquellos?”. (Mordisquito, Audición XIV)

“Desde todos los vértices de este triángulo de felicidad que es la Argentina se derramará el río estupendo de los que no vienen a buscar una esperanza sino a mantener una realidad”. (Mordisquito, Audición XXVIII)

Pavorosamente solo…
como están los que se mueren,
los que sufren,
los que quieren…

En “Martirio” de 1940, la soledad sigue siendo un tema central de la filosofía discepoliana.

Pero, ahora arremete, desenfunda su indignación y exclama:

“… vivís en un mundo que nunca tuvo ni expectativas ni angustias. Pero había otros viejos, Mordisquito, los tristes y los solitarios, los que giraban lentamente para mirar el camino recorrido y se hacían esta pregunta sin esperanzas, esta pregunta inhumana y terrible: ¿Para qué caminé? ¿De ese camino, qué me queda? ¿Qué quise tener, qué soñé tener y qué tengo ahora?

Ahora… “¡Miles de ancianos salvados de la infamia y del hambre, techo para todos, pensiones a la vejez, descanso y respeto en sus útimas horas, y no la limosna sino la dignidad, y no el asilo sino el hogar!”. (Mordisquito, Audición XXXV)

Enrique Santos Discépolo, que en 1947, pusiera letra definitiva al tango de Ángel Villoldo, “El choclo”, verdadera síntesis de la historia de nuestra música ciudadana, nos dice que “ardió en los conventillos”.

El tango “mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia” nació en los arrabales, en los barrios. Barrios “… estos que yo recorro. No son aquellos de antes. No, no creas que voy a hablarte en nombre de la nostalgia y que voy a evocar melancólicamente la zanja cargada de ramas impermeables, ni el potrero adonde íbamos a comer el huevito de gallo o el farol que apuntaba las espaldas dramáticas del gaucho. No, no; lo mío tiene otro sentido. ¿Sabés lo que es lo mío?. Un viaje a través de la geografía arrabalera, un viaje que no pretende encontrar algo, sino al contrario: pretende… no encontrarlo….

Yo me meto en el barrio, corazón adentro, y, después de recorrerlo, te pregunto ¿está el conventillo? ¡Y no, no está, claro que no está! ¿Me entendés ahora?. Yo no quería encontrar más el conventillo, y no lo encuentro. Toda aquella miseria organizada fue barrida por otra organización. ¡La del amor! ¡¿Cómo?! ¡¿qué a vos te gustaba más aquello?! No; puede ser que te gustase como elemento pintoresco, pero no como medio de tu propia vida. El suburbio de antes era lindo para leerlo, pero no para vivirlo. Porque a mí no me vas a contar que preferías el charco a la vereda prolija y que resultaba más entretenido el barro que el portland…

Durante años y años los inquilinos del suburbio vivieron aquella comunidad absurda. La humillante comunidad del conventillo. Una oxidada sinfonía de latas. Toda una intimidad doméstica al aire, un verdadero festival para la profilaxis, ¡un mundo donde el tacho era un trofeo y la rata un animal doméstico!

Vos nunca te habías metido en el laberinto del inquilinato, en la prosa infamante de aquellas cuevas con la fila de los piletones, el corso de las cucarachas viajeras y las gentes apiladas no como personas sino como cosas. Vos conocías el barrio de los tangos, cuando los tocaba una orquesta vestida de smokin. Por eso no puede conmoverte como a mí este desfile de las casitas dignas, que hacen flamear la banderola roja de un techo, el trapo verde y fragante de los jardines bien cuidados”. (Mordisquito, Audición XI)

Discépolo vivió dos realidades, la de La Década Infame y la otra, cuando se pone en vigencia El Estatuto del Peón, la dignidad de los más que tenían menos.

Y por eso fue como fue. ¿Exagerado? ¿Destemplado? ¿Crudo? ¿Sectario? ¿Dogmático? ¿Injuriante? ¿Intolerante? ¡NO!

Cuando quién había ganado las elecciones más democráticas en la historia de los argentinos y contra todo el arco opositor unido, era tratado de “tirano” y las mayorías populares que le dieron el triunfo eran “el aluvión zoológico”, toda desmesura fue un recurso.

Al fin y al cabo, cuando hay dos proyectos, uno de Nación y el otro de entrega, dependencia y explotación, los tonos del debate resultan destemplados.

Después de 55 años, a Discépolo lo seguiremos escuchando, porque “voy a estar en el grillo de tus noches, en la canilla que gotea, en el ropero que cruje a medianoche, en el humo final del pucho que apretás rabioso contra el cenicero, en el chas-chás del cinc cuando llueve, en todos los pequeños ruidos de la obsesión, allí voy a estar, persuadiéndote”.

“Aunque me marche, como me marcho ahora, se que seguirás oyéndome…” (Mordisquito, Audición XXXVII)

jueves, 30 de abril de 2009

Si me quieres escribir





Canciones políticas y de combate
de la Guerra de España.
Ed. de Maryse Bertrand de Muñoz.
Calambur. Madrid, 2009.




Editado por Calambur y preparado por la hispanista canadiense Maryse Bertrand de Muñoz, Si me quieres escribir es una exhaustiva recopilación de casi un centenar de canciones políticas y de combate de los dos bandos que se enfrentaron en la guerra de España.

Muy significativamente se ha elegido como título del volumen el de una canción que cantaban los dos ejércitos -con variantes, claro- en la batalla del Ebro. Al libro, que contiene las letras, las partituras y los comentarios de la editora, lo acompaña un CD con 28 canciones.

A lo largo de sus páginas se hace una caracterización global que aborda la sociología y la poética de aquellas canciones, se describe su origen y las circunstancias a las que aluden o de las que surgen, se transcriben los textos y las partituras y se analizan y clasifican los temas fundamentales ( la guerra, la exhortación a luchar, las unidades y los lugares de combate, los héroes y los personajes) de unas creaciones que responden a la necesidad de expresar ideología y sentimientos bajo unas circunstancias extremas como aquellas.

Algunas de esas canciones eran populares desde 1931, otras son canciones más claramente políticas o canciones infantiles y festivas, adaptadas a las circunstancias bélicas, y finalmente canciones de dolor y muerte o llamadas a la resistencia.

Anónimas o firmadas, entre lo culto y lo popular, los romances, las coplas, las letrillas que se recogen y estudian en Si me quieres escribir son un conjunto significativo de testimonios que interpretan la banda sonora intrahistórica de aquel conflicto y forman parte de la memoria histórica, oral y sentimental de la guerra civil.




24.4.09
El Doctor Centeno



Benito Pérez Galdós.
El Doctor Centeno.
Edición de Isabel Román Román.
Servicio de publicaciones de la UEX. Cáceres, 2008.




Es una de las novelas más extrañas de Galdós. También una de las más inolvidables para los lectores. Se publicó en 1883 y es la tercera de las Novelas españolas contemporáneas. Parte de la crítica se entretiene desde entonces en discutir si se trata de una novela o de dos o de tres: la centrada en Celipín Centeno, la del canónigo Polo y la del poeta Alejandro Miquis.

Conectadas entre sí por la peripecia de Felipe Centeno, en quien Galdós delega la mirada para darnos una lección de perspectiva, las acciones de esta novela tejen un entramado que ofrece un vivísimo reflejo de la vida. Van trazando así un relato abierto en el que los personajes tienen un antes y un después en la obra del novelista: Centeno viene de Marianela y Pedro Polo, aún difuminado aquí, adquiere su dimensión definitiva en Tormento, mientras Ido del Sagrario espera su momento estelar en Fortunata y Jacinta.

Cervantinamente, los personajes de El Doctor Centeno, van haciéndose en sus páginas y creciendo o degenerando en diálogo problemático con la realidad y la experiencia entre dos mundos dispares: el de Polo y el de Miquis. Los paralelismos de Miquis y Centeno con don Quijote y Sancho o el recuerdo paródico del Licenciado Vidriera son el homenaje - menor y superficial, pero significativo- de un discípulo aventajado.

Con el telón de fondo de la pedagogía, el espléndido tratamiento espacial, digno ya del mejor Galdós, se va ampliando a medida que el protagonista amplía su horizonte vital en un todo coherente que se completa en Tormento y La de Bringas, las dos novelas galdosianas con las que El Doctor Centeno forma una peculiar trilogía.

La edición de Isabel Román en la colección TextosUex de la Universidad de Extremadura, que se abre con un completo estudio preliminar de casi un centenar de páginas, es una muestra de rigor filológico en el establecimiento del texto y tiene el valor añadido de sus abundantes e iluminadoras notas a pie de página.


Santos Domínguez



Ramiro Pinilla. Sólo un muerto más



Ramiro Pinilla.
Sólo un muerto más.
Tusquets. Barcelona, 2009.





Como Sancho Bordaberri, el narrador de Sólo un muerto más, el relato policiaco que acaba de publicar en Tusquets, Ramiro Pinilla escribió hace muchos años novelas negras. Las firmaba con seudónimo, Romo P. Girca, fueron doce y sólo se publicó una en 1944, Misterio de la pensión Florrie.

Sancho Bordaberri es librero en Getxo y escritor fracasado de novelas policiacas que no se aproximan a sus modelos: Chester Himes, Chandler y Hammett. La lectura de Cosecha roja, La llave de cristal o El halcón maltés no les han contagiado su fulgor a las dieciséis noveluchas que lleva escritas.

Tras el último rechazo editorial, Bordaberri está a punto de desistir, resignado al fracaso. Y mientras pasea por la playa de Getxo tiene una revelación que cambiará su vida y su trayectoria literaria. También de una revelación en la playa surgieron los primeros versos de las Elegías de Duino. Pero si el descubrimiento de Rilke vino de una sensación acústica, aquí el punto de partida es la visión de una peña con una argolla en la que amarraron a los gemelos Altube para que los ahogara la pleamar.

Ese crimen, al que se aludía en Verdes valles, colinas rojas, se cometió en 1935 y diez años después, cuando se sitúa Sólo un muerto más, sigue siendo un crimen sin resolver. En la misma época de represión y miedo en la que se ambientaba La higuera, el librero-novelista frustrado por falta de imaginación y por hablar de una realidad distante y desconocida, empieza a evocar aquel episodio y a escribir la novela en su cabeza.

Como en el Quijote, Sancho Bordaberri decide entonces más que escribir la novela, protagonizarla, se transforma en investigador privado y se cambia el nombre. Convertido en Samuel Esparta, en homenaje a Sam Spade y a su creador Hammett, decide ser otro, vivir otra vida en un escenario cercano, el mismo Getxo, y en un tiempo real. Como don Quijote en La Mancha del siglo XVI.

No es el único rasgo cervantino. Aquí también hay un autor por encima del narrador, un héroe a contracorriente y una novela dentro de otra para conseguir el efecto de realidad y de verosimilitud que se busca.

A partir de ahí, la mano sabia de Ramiro Pinilla construye una novela que va más allá de la novela policiaca, aunque contiene –como el Quijote- los rasgos característicos del género: un cadáver inicial, un detective insistente y listo, la necesaria reconstrucción del crimen, de sus móviles y su autoría:

No quiero romper -dice el narrador/detective- los esquemas tradicionales de estas historias. El asesino sólo ha de ser descubierto al final de unas doscientas cincuenta páginas. Si yo resolviera el misterio en las primeras treinta o cuarenta, ¿qué mierda de libro sería? ¡Es que ni siquiera habría libro!

Entre guiños cervantinos, homenajes a la novela negra y frecuentes rasgos humorísticos, Pinilla maneja con soltura las claves del género, oculta datos, controla el ritmo narrativo, dosifica con astucia y agilidad el tiempo del relato y su articulación temática para preparar el desenlace, con el inevitable giro inesperado de los acontecimientos y el cambio de papel de los sospechosos y los culpables.

No faltan una ayudante teñida de rubio platino, la resuelta y práctica Koldobike, y un antagonista, el falangista poeta y matón que quiere cambiar de género y convertirse en narrador.

Y en el curso de la investigación, Sancho Bordaberri/Samuel Esparta, librero-novelista-detective y narrador de sus propias pesquisas, como los maestros de la novela negra, que veían y escribían, encuentra – igual que don Quijote- el sentido de su vida en la literatura, en el lugar donde se unen vida y narración, en un cervantino juego de espejos que reflejan las relaciones entre la realidad y la ficción, la novela que se nutre de la verdad.




Santos Domínguez



La filosofía como forma de vida



Pierre Hadot.
La filosofía como forma de vida.
Conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson.
Traducción de María Cucurella.
Alpha Decay. Barcelona, 2009.



Pierre Hadot ha afianzado su prestigio como investigador, docente y filósofo en la idea de que –como para los antiguos griegos- la filosofía no es la construcción abstracta de un sistema de pensamiento, sino una elección vital.

Una experiencia de la que Hadot habla en La filosofía como forma de vida, que recoge unas conversaciones con Jeannie Carlier y Arnold I. Davidson que Alpha Decay acaba de publicar en español con traducción de María Cucurella.

Como Platón, Hadot sabe que filosofar es aprender a morir; pero, en la estela de Montaigne, va un paso más allá y se plantea la experiencia filosófica como experiencia de pensamiento para aprender a vivir, como ejercicio espiritual que permite elevarse por encima del yo individual a la perspectiva universal de lo que Hadot llama sentimiento oceánico haciendo suya una expresión de Romain Rolland.

En la línea de los diálogos platónicos, y según el modelo oral de la filosofía antigua, Hadot pasa revista a su biografía intelectual y a su pensamiento en estas conversaciones en las que afloran sus circunstancias familiares, su educación juvenil en el seminario de Versalles y su descubrimiento de Bergson, que escribió esta frase que marcaría a Hadot:

“La filosofía no es una construcción de sistema, sino la resolución tomada una vez de mirar ingenuamente en sí y en torno a sí.”


Su posterior desvinculación de la Iglesia, su trayectoria profesional y la configuración de su pensamiento con Plotino, Marco Aurelio, el neoplatonismo y la mística son los referentes de su concepción de la filosofía como diálogo con la realidad y con el otro, basada en la necesidad de la objetividad interpretativa y en un replanteamiento de la historia y la práctica de la filosofía.

Cuando se perfila definitivamente el planteamiento de Pierre Hadot, su discurso filosófico se concretará en un ejercicio espiritual que, más allá de sus connotaciones jesuíticas, remiten a un concepto que entronca con los griegos, con la búsqueda de la sabiduría y con la idea de la filosofía como forma de vida.

Es el modelo del filósofo que enseña a vivir y a morir en una tradición ininterrumpida que va de Sócrates a Foucault y pasa por Montaigne, Kierkergaard o Nietsche y llega al existencialismo de Heidegger, Sartre y Camus.

Ese planteamiento cuestiona las fronteras de la filosofía y las amplía o las relaciona con otras disciplinas artísticas y literarias para invocar la obra de Bach, Wagner, Goethe, Rilke, Cézanne o Klee.

Y como reconocimiento a sus interlocutores y como regalo a los lectores, Pierre Hadot escribe una nota final en la que hace una espléndida selección de textos sobre su relación admirativa con el cosmos y la naturaleza. Se trata de una antología que incluye una serie de autores que de alguna manera resumen lo que ha querido decir en estas conversaciones. Séneca, Pascal, William Blake, Rousseau, Kant, Goethe, Thoreau, Rilke o Wittgenstein son autores de unos textos breves que hablan por sí mismos y no requieren comentario.


Son el corolario que contiene en esencia el conjunto de estos diálogos de Hadot con los autores y con el universo.


Luis E. Aldave






El catolicismo explicado a las ovejas





Juan Eslava Galán.
El catolicismo explicado a las ovejas.
Planeta. Barcelona, 2009.



El hijo de Dios, el Salvador, nació en el solsticio de invierno, en torno al 25 de diciembre, en una cueva, ante unos pastores. Predicó el bautismo, transformó el agua en vino, entró triunfante y entre palmas de palmera en una ciudad montado en una burrilla, murió en primavera para redimir los pecados del mundo, bajó a los infiernos y resucitó al tercer día, subió a los cielos y prometió volver al final de los tiempos para juzgar a los hombres. Su sacrificio se conmemora en una comida ritual con pan y vino que simbolizan el cuerpo y la sangre. A la entrada de sus templos, una pila con agua bendita invita a los fieles a purificarse la frente.

No. Aunque lo parezca, no estoy hablando de Cristo, sino de un antepasado suyo, el persa Mitra, del que se habla 3500 años antes de su sosias y cuya religión, extendida desde Asia Menor por todo el Imperio Romano, comparte otros seis sacramentos con el cristianismo.

Demasiadas coincidencias para no pensar en un plagio. Suma y sigue: Zoroastro, al que bautizaron en un río 1200 años antes de Cristo, predicó su doctrina con doce discípulos y se retiró al desierto, donde le tentó el demonio.

¿Más? Para no ser prolijo, el portal de Belén donde nació el presunto hijo de Dios y del carpintero era una gruta dedicada al culto de Adonis. Y la casa de la Virgen fue antes el santuario de Afrodita en Éfeso, un lugar extraordinariamente lucrativo.

El último libro de Juan Eslava Galán, El catolicismo explicado a las ovejas, que publica Planeta, está escrito en principio con un enfoque irónico que se convierte en sarcasmo a medida que se avanza en su lectura.

No está organizado como un ensayo, sino como el relato de un narrador, católico apostólico y romano, que proyecta hacer su particular apostolado, una exposición razonada de los fundamentos de la fe.

Y entonces empiezan a surgir preguntas:

¿Este Cristo era el Hijo de Dios, o una mala copia de Mitra, Zoroastro, Osiris, Adonis o Dionisos, uno más de entre muchas divinidades mediterráneas y solares, persas, egipcias, fenicias, sirias, griegas, romanas, hindúes, aztecas o incaicas?

¿Qué fue de sus seis hermanos, de los que hablan los evangelios de Mateo y Marcos?

Aun admitiendo que un Dios sin ombligo (el Padre), otro con ombligo (Cristo, su hijo mortal) y una tercera persona nacida de huevo (el Espíritu Santo) son las tres personas de la Trinidad, ¿el Espíritu Santo era paloma o palomo?

¿Era virgen la Virgen?

¿Fue un ovni la estrella de Belén?


¿Dónde está el prepucio del Cristo circunciso?

¿En qué remoto desierto dio Cristo las tres voces?

¿Cómo se le ocurrió pedir higos en marzo y enfadarse encima con la higuera, que da frutos dos veces al año?

¿Era guapo, feo o del montón? ¿Se casó con la Magdalena?

¿Se fue a la Gloria o a una fosa común?

¿Cómo fue la abducción de la Virgen?

¿Por qué protegió el cristianismo un pagano como Constantino, mitraico fervoroso?

¿Pagó el Concilio de Nicea derechos de autor a Mitra?

El fruto prohibido del paraíso, ¿era una manzana o un higo?

¿Por qué anota el Ángel de la Guarda en su Libro Mayor los orgasmos de cada católico?

Pregunta tras pregunta, a lo largo de un introito, treinta capítulos y trece apéndices sobre religión y alucinógenos, milagros, dogmas y reliquias, ese hombre dispuesto a dar explicaciones ve cómo sus creencias no tienen fundamento histórico, ni lógico, ni mucho menos científico, ni –lo que es peor- en la Biblia.

¿Va a renunciar por ello a sus creencias? Mejor dicho, ¿va a cerrar la Iglesia su negocio? En absoluto.
Lo desaconsejan los irreparables daños colaterales que ocasionaría: los cientos de miles de puestos de trabajo que se perderían, la desaparición del turismo de Semana Santa, de la explosión consumista de la Navidad, de los souvenirs de Tierra Santa, del Estado Vaticano, de las romerías de pueblos y ciudades, de los colegios religiosos, de la COPE...

Y el sarcasmo se convierte en ese momento final en cinismo, quizá porque como dijo Mark Twain y recuerda Juan Eslava la fe es creer en lo que se sabe que no existe:

De las mentiras cristianas, de esa sarta de embustes de imposible digestión, de ese potaje de patrañas y supersticiones, de esa estafa secular que permite vivir del cuento, y divinamente, a una pandilla de vagos y embaucadores, ha brotado, como manantial de gracia santificante, nuestra Verdad católica. Hasta los hipercríticos destinados a las llamas tienen que reconocerlo.
Podéis ir en paz, pardillos.
Que así sea.


Irónico y divertido, documentado y demoledor, este nuevo libro de Juan Eslava es una demostración palmaria de la existencia de Dios y una nueva contribución a la teología como rama de la literatura fantástica.


Santos Domínguez



La última oportunidad




Javier Morales Ortiz.
La despedida.
Editora Regional de Extremadura.
Mérida, 2008.




Varios son los matices que habría que precisar antes de iniciar la lectura de La despedida (Editora Regional de Extremadura), de Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968). En primer lugar, no es sólo un libro de relatos. Es, o pretende ser, un relato largo que gira alrededor de un mismo eje. No es una novela fragmentada, y sin embargo tampoco es una recopilación de cuentos. Alguien comentó, creo que con bastante acierto, que un buen libro de relatos era aquel que conecta una pieza con el resto de piezas que componen el libro. No se trataría, pues, de amalgamar un cuento y otro, sino de que entre todos ellos existiera una cierta solidaridad, de tal manera que el lector pudiera leerlo de forma unitaria. Eso es lo que ocurre en La despedida. El segundo aspecto que habría que matizar tiene que ver con la localización de la obra. Los cuentos transcurren en La Comarca, un nombre común elevado a la altura de nombre propio, y que bien puede confundirse con los paisajes del Valle del Jerte. Un entorno rural, alejado de la gran ciudad (en este caso, de Madrid). No obstante, esto es sólo una realidad aparente. Nada de lo que se narra es ajeno a la urbe, porque los personajes se enfrentan a las mismas tribulaciones o temas comunes: la dicotomía entre realidad y deseo, la frustración, la ambición, la duda, el compromiso, la incertidumbre, los sueños, la madurez, la derrota. Es decir, todo aquello que nos conecta más allá de nuestra procedencia geográfica o del lugar que habitamos.

Era necesario, por eso, indicar inicialmente estos dos aspectos. Aclarado este punto, deberíamos preguntarnos por qué leer La despedida. Entre otras razones, encuentro tres motivos esenciales: la simbología, el alcance de las historias y la cualidad del escritor al hacer de un espacio minúsculo el escenario de representación de toda una trayectoria vital. La despedida es, en ese sentido, un homenaje a una forma de vida en peligro de extinción. Detrás de La Comarca se esconden todos aquellos lugares de existencia anónima, recóndita, modesta. Insignificantes, en suma. Lugares fronterizos cuya situación no tiene que coincidir necesariamente con el citado Valle del Jerte. Más aún: La Comarca es la representación de un pueblo de quinientos habitantes y puede ser también el arrabal de una ciudad. Es decir, el territorio donde en apariencia no ocurre nada y, sin embargo, transcurre la vida. Un lugar que se sitúa casi de espaldas al mundo, alejado del centro, una comarca que se conforma, al cabo, con sobrevivir. Simbólicamente, La Comarca es una representación interior, un carácter, una manera de ser y una forma de situarte en el mundo. Hay, en resumen, una perfecta simbiosis entre lo externo y lo interno. Sin embargo, en La despedida siempre hay una nueva vuelta de tuerca. Si nos parecen alejados los espacios de La Comarca, en el relato que cierra el libro, de título homónimo, el personaje de Luz Verde visita una majada, un lugar aún más inaccesible, al que se accede después de muchas bifurcaciones y caminos rurales. De ahí el carácter inagotable de la geografía de La Comarca: cada lugar encierra, al final, un lugar aún más inhóspito. Y de ahí, también, otra muestra de correlación entre lo que nos rodea (paisaje externo) y lo que ocurre dentro de nosotros (paisaje interno).

No obstante, como indica Gonzalo Hidalgo Bayal, a Javier Morales Ortiz “le interesan más los personajes que el paisaje, le interesan más los infortunios de la existencia que el campo de batalla”. Esto ocurre porque el autor ha sabido crear unos personajes poderosos, resumen de otros tantos personajes. Seres con nombres comunes: Paula, Luis, Raquel, Francisco. Sin embargo, su caracterización se reduce a unas cuantas pinceladas. La idea que de ellos tenemos parte tan sólo de un hecho puntual que actuaría como resumen de toda una vida: la visita de un viejo amigo, una boda, un cambio de trabajo, etc. Se trataría, pues, de la anatomía de un instante. De todos ellos, hay un personaje que destaca, Luz Verde, cuya simbología léxica es ya un anticipo. Luz, una profesora de La Comarca, que vive con un pie dentro del pueblo y con otro pie fuera de él, es el personaje que mejor conecta estos cinco relatos. Se trata de una espectadora privilegiada, tiene acceso inmediato a lo que ocurre, porque, aun siendo “de fuera”, ha sabido conectar con el resto de habitantes de La Comarca. Podría decirse que es el personaje que vertebra esta única historia que componen los cinco relatos de La despedida. Su función es la de un faro luminoso alejado del puerto, referente y guía en la espesura verde de las montañas. Pero si hay algo que relaciona a Luz Verde con los demás personajes es que todos ellos configuran una noción de personaje desplazado, un personaje, dicho sea de paso, que ha aportado buena parte de los mejores momentos de la literatura universal. Una tipología de seres derrotados, modestos, de verdades parciales, que no formarán parte de la Historia porque su método de defensa es improvisado y, casi siempre, torpe (para ello, no hay más que leer el final del relato que da inicio al libro, “La casa de mi amigo”). Personajes austerianos, tomados poco antes de saltar al vacío, que se enfrentan al pasado desde un presente frustrado, decepcionante, y cuya ideología puede resumirse en la voz del personaje del segundo relato, “Cenizas”: “me he ido desprendiendo del pasado. Sin duda mi vida es ahora más estrecha y ya sólo se reduce a pequeñas incertidumbres, como saber si seré capaz o no de atravesar el pasillo”. (Es inevitable recordar “El pueblo más cercano”, aquel mítico cuento de Kafka). Personajes, en definitiva, que buscan ese último asidero con el que justificar su espera, y rendir cuentas a viejas aspiraciones.

Otros aspectos merecen la pena destacarse antes de concluir. Entre ellos, la agilidad narrativa, la fluidez de sus diálogos, la prosa clara y sugerente, la correlación lingüística de los personajes, entre lo que son y lo que dicen. Las descripciones de los gestos y los ademanes de los personajes están sumamente logrados, de tal manera que, por momentos, parece que nos encontremos ante una metáfora poética, cuyo significado es capaz de traspasar la barrera de lo particular. Se juega, igualmente, con el silencio, con lo indecible. Un silencio que se puede percibir, tocar, creando un clima asfixiante, una atmósfera casi tiránica que habrá que leer entre líneas.

Para acabar. Por qué, como dijimos, leer La despedida. Creo que la labor de un crítico literario es, ante todo, la de iluminar la obra reseñada, no la de suplantarla. Quienes no somos más que lectores, encontrarnos frente a un libro como el de Javier Morales Ortiz supone un nuevo acicate para continuar con ese extraño afán de interpretar lo que nos rodea. Supone alimentar nuestra mirada y, en consecuencia, ampliarla. Si es cierto que somos lo que observamos, nuestros límites alcanzan hasta donde llegue nuestra mirada. Sólo por eso merecería la pena leer La despedida.



Álex Chico






Haroldo de Campos.
Hambre de forma. Antología poética.

Edición, selección y prólogo de Andrés Fisher.
Veintisiete Letras. Madrid, 2009.



En su colección de poesía Ajuar de frontera, Veintisiete Letras publica una amplia antología bilingüe del brasileño Haroldo de Campos (1929-2003), que mantuvo vivo el espíritu de la vanguardia en la segunda mitad del siglo XX y demostró que la experimentación vanguardista, más allá del mero juego, era compatible con el rigor intelectual. Su obra, que no se limita a la poesía, proyecta en el ensayo de teoría y crítica literaria una reflexión constante sobre la creación poética.

El rigor creativo y reflexivo de Haroldo de Campos, poeta y ensayista, que combina la revisión crítica de la tradición con la vanguardia y con el compromiso político, se plasma en una obra amplia y exigente que tiene sus señas de identidad en la exploración verbal, en el continuo viaje hacia los límites del lenguaje.

Esa búsqueda constante de la experimentación vincula la obra de Campos con la actitud de la vanguardia, a la que contribuyó con la creación de la poesía concreta, un movimiento de sincretismo literario que incorpora buena parte de las aportaciones vanguardistas e integra su capacidad innovadora con distintas tradiciones poéticas, desde el ideograma al constructivismo, desde la pintura abstracta a la música concreta.

Desde la conciencia crítica de los límites de la representación (ya hice de todo con las palabras /ahora quiero hacer de nada), Haroldo de Campos genera su propia tradición, en la que figuran Dante o Goethe junto con proyectos poéticos contemporáneos:

admirábamos la sintaxis subversiva y el léxico enigmático de Mallarmé, (...) estábamos descubriendo el método ideográmico de los Cantos de Ezra Pound, (...) leíamos con entusiasmo al Apollinaire de “Lettre - Océan” y de los Calligrammes y al Lorca de las metáforas disonantes de Poeta en Nueva York.

Entre su inicial Auto del poseso (1950) y La máquina del tiempo repensado (2000), esta antología recoge una amplia muestra de la trayectoria poética de Haroldo de Campos, en la versión de distintos traductores.

Ajedrez de estrellas, Signantia: Quasi Coelum, Galaxias, La educación de los cinco sentidos y Crisantiempo son los títulos que completan el conjunto. Más de medio siglo de escritura exigente y compleja que constituye una de las aventuras poéticas más ambiciosas de la poesía latinoamericana.

De su primer libro es este Lamento sobre el lago de Nemi, que en sus estructuras dinámicas contiene –así lo ha declarado el propio Campos- el germen del desarrollo posterior de su poesía:


El azar es un bailarín desnudo entre los alfanjes.
En la playa, más allá del rostro, la corola de las manos.
Llama a tu enemigo. El azar es un bailarín.
Reúne a sus herederos y proclama el Talión.


La virgen que encontré coronada de ranúnculos
No era –así lo quiso- la virgen que encontré.

El azar es un bailarín: teme a sus alfanjes.
Mañana seré muerto, pero ahora soy rey.

Desnudo entre los alfanjes, coronado de ranúnculos.
Llama a tu enemigo y a la virgen que encontré.
En la playa, más allá del rostro, yo ahora estoy muerto.
El azar es un bailarín. Mañana serás rey.


Queda reflejado en este volumen medio siglo de poesía de Haroldo de Campos, puesta en español por ocho traductores distintos que asumen el reto nada fácil de transmitir un mundo poético tan sutil y diverso como el del fundador de la poesía concreta, un teórico de la literatura al que Emir Rodríguez Monegal admiraba como uno de los mayores humanistas contemporáneos y Jacques Derrida reconoció como un adelantado de su propio pensamiento.

Dejo para cerrar la reseña otra brevísima muestra de su poesía. Es el comienzo de Teoría y práctica del poema, de Ajedrez de estrellas (1976):


Pájaros de plata, el Poema
ilustra la teoría de su vuelo.



Santos Domínguez


posted by Lecturas, lectores | 12:18 AM

17.4.09
Ana no





Ana no.
Edición de Adoración Elvira Rodríguez.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2009.



Cabaret Voltaire sigue recuperando la obra de Agustín Gómez Arcos y editándola en cuidadas ediciones. El último título, con traducción y prefacio de Adoración Elvira Rodríguez, es Ana no (1977), una de sus mejores novelas, que tuvo un enorme éxito de ventas con más de trescientos mil ejemplares vendidos en Francia y ha sido adaptada al cine y al teatro y traducida a dieciséis idiomas. Por cierto, para la portada se ha elegido un fotograma de la versión cinematográfica de la novela que dirigió en 1985 Jean Prat.

Está ambientada en la posguerra, como El cordero carnívoro, y protagonizada por Ana no, como se llamaba a sí misma la protagonista, Ana Paucha, una mujer a la que le han robado hasta su identidad y cuya existencia queda marcada por la guerra civil y sus secuelas de muerte, represión, cárceles y miedo. A los 75 años, 30 años después de perder a su marido y a sus dos hijos mayores, pone su casa en orden y emprende una peregrinación a pie desde un pueblo almeriense hasta un presidio del Norte de España en donde cumple condena su hijo menor, Jesús el pequeño.


Tiene una cita con la muerte, que como en la tragedia clásica o en Lorca, es un personaje que habla al fondo de la obra. Un fondo negro que se confunde con el negro de sus ropas de luto y de su rostro sobre el fondo también negro de la noche en la que sale de su casa.

A menudo la confundían con cosas exentas de luz: la sombra de un árbol o la de una roca. La sombra de un muro. O cualquier otra sombra. Por eso un buen día, ante la oscuridad casi total de su memoria, se le ensombreció la cara y se le borró la sonrisa.

A lo largo de un itinerario que sigue las vías del tren, la amarga travesía de Ana es un rito de viaje iniciático y final en busca de su propia identidad y una bajada (o una subida) a los infiernos, y sobre todo el testimonio de un país destruido por tres años de guerra, una narración que tiene la profundidad insondable del desamparo, la dignidad desgarrada de quien sufre la injusticia, la pobreza y las distintas formas de la humillación.

La figura en sombra de Ana Paucha tiene una altura trágica que recuerda a las mujeres del teatro lorquiano y sus raíces telúricas, y una hondura que la convierte en el personaje con más fuerza de todos los que creó Gómez Arcos. Más allá de sus resonancias bíblicas, de sus raíces en la tragedia griega, en el viaje patético de esa anciana hacia la muerte hay una afirmación paradójica de la esperanza y en su figura, un símbolo de esa vieja madre patria asolada por la destrucción y el cainismo.

Santos Domínguez