lunes, 31 de marzo de 2008

JUAN JOSÉ MILLÁS.

Dentro de mi cabeza

Cuando leo una noticia sobre Heather Mills, la ex de Paul McCartney, pienso en la pierna artificial de ella y no en los 31 millones de euros que ha obtenido de su divorcio. Tampoco pienso en el niño o niña (ahora no caigo) que la modelo tuvo con el ex Beatle, ni en la justicia, ni en el sexo, ni en la moda… Para tomar en consideración todas estas cuestiones centrales al caso he de hacer un esfuerzo, he de obligarme a ello. Lo que me viene de forma natural a la cabeza es la pierna artificial de esa mujer, una pierna con la que vivo obsesionado desde que se hiciera famosa. Sé que hay otras cosas en la vida (en la vida de la modelo y el cantante), pero lo sé de manera teórica, pues en la práctica sólo la extremidad artificial de ella me llama la atención.

Si veo en la tele alguna noticia sobre la Mills antes de acostarme, me voy a la cama con su pierna dentro de la cabeza. Dentro de mi cabeza hay una habitación imaginaria en la que duerme Heather Mills y en uno de cuyos rincones descansa la pierna. Si la niña o el niño lloran, Heather Mills se levanta trabajosamente, se coloca la prótesis, sale a un pasillo imaginario que hay dentro de mi cabeza y corre hasta el dormitorio del niño o de la niña para ver qué rayos le ocurre.

Ayer soñé que la pierna artificial de Heather Mills era de carne y sangre. Se trataba de una pierna suelta, desde luego, pero tenía la tibieza de una pierna de verdad, viva, muy bien formada, sin pelos ni erupciones cutáneas que afearan su superficie, una pierna perfecta y embutida, para más datos, en el interior de una media de cristal que llegaba hasta el muslo, donde se remataba con una liga de color violeta. La pierna de carne y sangre estaba, como todos los días, en un rincón del dormitorio, cerca de la cama, cuando el vástago que la modelo tuvo con McCartney se puso a llorar en medio de la noche, despertando a la pierna, que fue a la pata coja (cómo, si no) hasta la cama en la que dormía Heather Mills. Pero la modelo era en realidad un maniquí al que le faltaba una pierna (la izquierda, siempre he pesando que era la izquierda). De alguna forma que en el sueño resultaba lógica, la pierna se colocaba sobre sí al maniquí y el cuerpo resultante salía andando. El hecho de que la prótesis resultara ahora más grande que el pedazo de carne viva, lejos de provocar rechazo, proporcionaba al conjunto un atractivo adicional. Nunca Heather Mills estuvo tan guapa, tan deseable, nunca fue tan cálida como cuando toda ella, excepto su pierna izquierda, era un muñeco.

El niño (si era un niño) era todo él de carne, excepto la cabeza, que estaba hecha de una resina sintética que imitaba perfectamente la textura de la piel. Lloraba lágrimas artificiales, que estaban también muy bien logradas, pues sabían a sal (a sal gruesa, o marina, para ser más exactos). Al chocar la cabeza artificial del niño contra los senos sintéticos de la madre se escuchaba un ruido hueco profundamente perturbador. Creo que nunca, nunca, nunca, olvidaré esa escena ni a esa mujer de atrezo que corría, sobre una pierna de verdad, por el pasillo de su casa en dirección al dormitorio de su hijo. Recuerdo su pelo rubio, de nailon, provocando fogonazos de luz en la oscuridad del pasillo. Recuerdo su camisón de seda, muy corto, ciñéndose al juego de la cadera. Recuerdo su pierna de verdad y el lugar en el que ésta se ajustaba al cuerpo, tapado por la liga.

Me desperté en medio de la noche, sabiendo que el resto de mi vida estaría determinado por aquella experiencia onírica. Acudí al salón, para despejarme, me senté en el sofá y vi sobre la mesa un periódico que abrí por cualquier página. Pero no era una página cualquiera, porque allí estaba de nuevo ella, Heather Mills, no hay día que no salga en el periódico. Observé sus rasgos y comprendí, con la lucidez característica de esas horas de la noche, que se trataba en efecto de un muñeco sujeto a una porción mínima de naturaleza. Me parecía increíble que ningún periodista lo hubiera advertido. Le han dado 31 millones de euros a un muñeco, dije en voz alta (¿serían 31 millones de euros de juguete?). Junto a la foto de la modelo había otra de McCartney, cuyos rasgos observé con detenimiento para alcanzar enseguida la conclusión de que también él era de cartón. Sus mejillas, sus cejas, su frente, su boca, su expresión, eran las de un maniquí. Sólo la oreja derecha era real en él. El resto, prótesis. Regresé a mi dormitorio aturdido, en la confianza de que al amanecer vería las cosas de otro modo, y a medida que avanzaba por el pasillo, iba sintiéndome hueco, como si también yo fuera un muñeco de escaparate. Desperté con la impresión de que todo a mi alrededor era un decorado y hasta hoy. Pero cómo me gusta la pierna de la Mills.

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