sábado, 22 de marzo de 2008

Infinita presencia de lo infinito -

Borges: infinita presencia de lo infinito


Rafael Victorino Muñoz

Hay un concepto que es el corruptor y el
desatinador de los otros. No hablo del Mal cuyo
limitado imperio es la ética: hablo del infinito.

Jorge Luis Borges


No sé si será posible reducir la vasta obra de Borges a unos cuantos temas, acaso no le hubiese agradado a él mismo; no obstante, los críticos destacan, sobre todo en sus poemas y en algunas narraciones, el interés por sus raíces argentinas, y en particular porteñas, dándoles una dimensión épica incluso a las hazañas de los cuchilleros.

Por otra parte, Borges construyó una literatura a partir de la literatura, y no me refiero sólo a la literatura de creación. En este sentido, en el ensayo y la narrativa explora temas más metafísicos, y hasta paradójicos, en relación con las permanentes preocupaciones de la filosofía. Al respecto, son muchos los textos de Borges en los que no sólo hay alguna clase de alusión al infinito y a la eternidad, sino que estos temas son el centro mismo del relato.

Como se sabe, comúnmente se usa el término eternidad para referirse al tiempo (al tiempo infinito), a la duración indefinida del tiempo, o también, como la entendía Heráclito, a la perduración o a la permanencia; o lo que no se puede medir con el tiempo, como insinuaba San Agustín. Por su parte, lo infinito suele referirse al espacio, aunque también a los conjuntos numerosos de cosas (la arena, las estrellas), que también pueden ser los mismos números.

Han existido amplias y abundantes disquisiciones de los filósofos y pensadores sobre estos dos asuntos. Es más, todos los que han aludido o atendido al ser han tenido que revisar estas cuestiones, ya sea que nieguen o refuten la condición de eterno e infinito del ser, porque es importante señalar que ambos términos aluden a cualidades: lo infinito y lo eterno serían los rasgos de algo, del ser, del universo, de Dios, del conjunto de los números naturales, de la biblioteca, como conjeturaba Borges.

Por supuesto, todo esto es una lucubración humana, que no viene de la experiencia sino de esa otra maldición que nos acosa: la razón. Kant, en el siglo XIX, coincidía con Aristóteles al señalar que el límite absoluto superior es imposible en la experiencia, es decir, nunca podemos llegar a conocer el infinito (ni la eternidad) en nuestra vida. El infinito va más allá de la posibilidad humana; sin embargo, nosotros lo sabemos allí, perturbadoramente, de una manera que es ajena al conocimiento de los demás seres vivos (que son, sin saberlo, eternos de algún modo).

Entonces, cabría preguntarse, ¿de dónde viene ese extraño anhelo en el hombre, en comparación con nuestra finitud y con la finitud de nuestra experiencia? ¿Por qué el hombre se asoma, casi siempre con horror, a mirar el vacío, lo insondable? Carecemos, por el momento, de una respuesta general para tales preguntas; pero sí podemos hablar de un caso en particular: el de Borges y el de sus ficciones.

Las ideas del infinito y de la eternidad rara vez se consideran, fuera de la filosofía y de la matemática; sólo en la literatura se las retoma, más particularmente lo hace Borges (aunque también en su momento lo hizo Calvino, otro devoto borgiano). Estas nociones se presentan, en los siguientes textos de nuestro autor, que a continuación cito:

La más recordada, sin duda, La biblioteca de Babel, que es, en apariencia, una biblioteca infinita; aunque en el texto más bien leemos que dicha biblioteca “se compone de un número indefinido, tal vez infinito, de galerías hexagonales”. (En esto coincide con algunas de las tesis que más recientemente se postulan sobre el universo, que quizás Borges conocía.) En esta biblioteca los

...anaqueles registran [...] todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

Otro muy recordado es El Aleph, que es un punto de luz infinito, un punto que contiene todos los puntos, un espacio donde caben todos los espacios, un momento donde están presentes todos los momentos, aun a pesar de ser pequeño es también infinito. Este texto comienza con dos citas; una de Shakespeare: en el acto II, escena 2, Hamlet exclama: “Oh, Dios, podría estar encerrado en una cáscara de nuez, y juzgarme el rey del universo”. La otra cita proviene del Leviatán: “Pero nos enseñarán que la eternidad es la permanencia del tiempo presente...”.

Una idea más o menos similar se nos presenta en El zahír, donde el autor declara: “No hay hecho, por humilde que sea, que no implique la historia universal y su infinita concatenación de causas y efectos”. Como se sabe, el zahír es, simplemente, una moneda cuyo recuerdo perturba al narrador de la historia, ya que se ha convertido para él en uno de esos “seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente”. La imagen del zahír, en la mente del trastornado narrador, se va tornando infinita, hasta el punto tal de que, según dice, puede contemplar simultáneamente los dos lados, como si fuera esférica.

De igual modo, nos encontramos en la obra de Borges con un libro de arena, que es también infinito, puesto que cada vez que se inicia la lectura ha cambiado el libro (en esto no difiere demasiado de los otros libros), siendo imposible, una vez que cerramos el texto o pasamos la página, volver a encontrar y a leer las mismas líneas. El personaje que vende el libro al narrador de la historia dice que lo llama el libro de arena porque ni ese libro ni la arena tienen principio ni fin. El texto comienza precisamente planteando la idea de la infinitud, que puede estar contenida hasta en lo más mínimo:

La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes...

En El jardín de los senderos que se bifurcan se presenta otro de los motivos (o podríamos decir símbolos) de la escritura borgiana que aluden al infinito: los laberintos. En un pasaje de dicho texto, el apócrifo narrador imagina “un laberinto de laberintos... un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo los astros”. Sus pensamientos hallan eco posteriormente, en la narración, cuando otro de los personajes de la historia le refiere algo sobre un laberinto infinito, un laberinto de símbolos, hecho de palabras: se trata de una vasta y caótica novela en la que los acontecimientos no se resuelven como en la vida, donde siempre tomamos partido por una opción, obviando las otras, sino que todas las opciones son narradas y descritas, y éstas a su vez generan otras alternativas, también narradas. Se trata, en suma, de una novela infinita, “una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo”.

Hasta los momentos sólo he mencionado las narraciones de Borges en las que se presentan los temas que nos ocupan (y aun hay otras: La lotería en Babilonia, Funes el memorioso, El inmortal, Le escritura del dios, Los dos reyes y los dos laberintos), las menciones abundarían muchísimo más si hurgamos en sus poemas y en sus ensayos. De hecho uno de sus volúmenes se titula Historia de la eternidad (¿una contradicción aparente?, ¿se puede escribir la historia de algo infinito?). Así, no son pocos los ensayos donde se ocupa directamente del tema: en La doctrina de los ciclos evalúa el mito del eterno retorno; en La muralla y los libros, así como en La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga (donde revisa la fábula de Zenón de Elea), en La duración del infierno.

Estas constantes en la obra de Borges se suelen presentar como ideas inquietantes, que producen vértigo, terror y desazón. Los objetos infinitos son una irrupción en lo cotidiano (una presencia de lo infinito en la finitud), y una perpetua fuente de conflictos y de angustia para sus poseedores: el libro de arena, el zahír, el disco de odín, son objetos malditos, que al aparecer en la sosegada vida de sus poseedores, arrastran con ellos la maldición, cambiando la vida de tales personajes, confirmando esa visión que el autor plantea en la cita que usé como epígrafe a este ensayo.

Acaso el vértigo que producen la eternidad y lo infinito deviene de nuestra necesidad de saber dónde estamos y del hecho de no saberlo en realidad; y es que si el espacio es infinito, si no tiene ni principio ni final, no se sabe si lo tiene, o dónde lo tiene; si el tiempo es eterno, no tiene principio ni final, no se sabe si lo tiene o cuándo comenzó, entonces estamos en medio de ninguna parte, de ningún lugar, y estamos también en cualquier lugar del tiempo, no más lejos ni más cerca del principio o del final, en un lugar y un momento como cualquier otro (esta idea, palabras más palabras menos, la plantea Borges en La doctrina de los ciclos).

El saber que el universo no se va acabar mañana puede producir alegría; pensar que no va a acabar nunca, que no se puede recorrer ni aun en un rayo de luz ni en toda una vida humana, desazón. A la alegría que supuso, para los habitantes de La biblioteca de Babel, saber que ésta era infinita, y que

...no había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono... sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable.

Los habitantes de la biblioteca estarían, pues, como nosotros, perdidos en cualquier lugar de su universo, en un lugar que no estaba ni más cerca ni más lejos del fin o del principio. En tal sentido, vale decir de nuestro autor y de su obra lo mismo que él dijera en varias ocasiones, citando a Pascal; éste exclamó: “La infinita vastedad de estos espacios vacíos me aterra”.

Otra razón, pienso yo, por la cual el infinito nos desazona tiene que ver con lo inmutable, con lo fijo, lo estático. En efecto, si el universo es eterno e infinito, siempre ha sido y siempre será; puede cambiar, expandirse, como propugna la teoría del big bang, pero sigue siendo infinito. En este momento viene a mi mente una idea que plantea Víctor Hugo en Los miserables: algo peor que un infierno donde se sufra permanentemente, porque en el sufrimiento hay variedad, es un infierno donde uno se aburra. La eternidad y el infinito son terriblemente tediosos.

Pienso que Borges temía y admiraba lo infinito, lo eterno, lo absoluto, que son acaso distintas maneras de enunciar ese algo que es y no es. Pero al mismo tiempo querría descifrarlo, pensando que quizás habría una clave para develar ese interminable laberinto de causas y efectos. En La biblioteca de Babel plantea Borges que pueda haber un libro secreto que contiene el catálogo de de ese universo, de esa biblioteca aparentemente infinita. Ese libro revelaría que no es tal, que no es infinita, sino que se puede contener en algo.

Esto coincide con el poema El golem, en el cualse lee:

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa
En las letras de rosa está la rosa,
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.


En un poema, Paz Castillo —también un gran metafísico— se refiere más o menos en estos mismos términos a Dios, esa otra entidad infinita:

Dios —el ser supremo—
fue, desde entonces, esclavo de la forma
geométrica y audaz de una palabra:
grano henchido de contener su esencia.


La palabra impone un orden y un límite, da un sentido, puesto que está dotada de una linealidad, al menos eso dicen los teóricos de la escritura.
Escribía, entonces, Borges, para eso, para poner un orden, un límite acaso, para contener el infinito, conjurarlo. Tal vez no, él mismo pareció adelantarse a esta conjetura mía; en Nueva refutación del tiempo escribió lo siguiente: “Todo lenguaje es de índole sucesiva; no es hábil para razonar lo eterno, lo intemporal”.

Es difícil tratar de precisar la noción de infinito en la obra de Borges, su visión no es concluyente, sino conjetural, dado el carácter inalcanzable, elusivo. Mi paradoja es la misma que él plantea en un texto, donde se habla de un mapa del imperio que es tan vasto como el mismo imperio; acaso la presencia del infinito en sus textos sea infinita y, asimismo, una aproximación a esta presencia en su obra debería ser tan vasta como la obra misma.

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