domingo, 2 de marzo de 2008

LLUIS BASSETS - para EL PAÍS.COM

29 febrero, 2008 - Lluís Bassets

La mentira de las verdades


Los políticos no debieran estar autorizados a llamarse mentirosos unos a otros. Admitir que se conviertan en árbitros de la verdad y que uno de ellos pueda sentenciar y condenar a otro por mentiroso es tan extraño como admitir que los futbolistas hagan de árbitros y se reprochen entre sí que dan patadas durante los partidos. El saber más común y compartido enseña que los políticos mienten como los futbolistas dan patadas. No está bien, pero se hace. Lo hacen. Todos. En los debates y fuera de los debates. Con cuadros estadísticos en la mano y repitiendo lo que han memorizado. Cuando escuchamos el sonsonete mentira, mentira en boca de un político quiere decir que hay algo que no funciona. Son los ciudadanos, con la ayuda de los periodistas por supuesto, quienes deben controlar verdades y mentiras. Y quizás si se lo permiten los políticos con tanto desparpajo es porque no se les somete suficientemente al riguroso control de la verdad que merecen.

El periodista Carl Bernstein, que investigó el caso Watergate, ha dicho cosas muy interesantes sobre la mentira en su biografía sobre Hillary Clinton (Hillary’s Choice). “Sus declaraciones públicas bien construidas y las frases que escribe tienen siempre un fondo de verdad. Pero con frecuencia, hay algo que le impide contar toda la historia, como si no pudiera confiar al lector, al interlocutor, al amigo, al entrevistador o al elector –o quizás a ella misma- para que comprenda el verdadero significado de los acontecimientos”. Berstein se refiere en estas líneas al libro escrito por Clinton sobre sí misma (Living History), del que dice que “confrontado a la realidad de los hechos, subraya por el contrario como ha preferido en muchas ocasiones oscurecer, omitir o eludir la verdad”. “Siempre ha tenido una relación difícil con la verdad”, apostrofa. “Desde este punto de vista –añade- no difiere mucho de otros políticos convencionales. Salvo que ella siempre aspiró a ser más que convencional”.

En cuestión de mentiras la norma es hacer lo que se pueda, de la forma más decente posible y conforme con uno mismo, pero con un añadido: sobre todo, que no te pillen. Se admite, como una licencia, que alguien poco convencional, para emplear el lenguaje de Bernstein, aparezca como el paladín de la verdad, del hablar franco. Pero esto sucede durante un tiempo, mientras se mantiene la frágil aura virginal. Está en esta fase ahora Barack Obama. Nicolas Sarkozy también la disfrutó. E incluso Zapatero. El primero todavía no ha entrado en la zona de turbulencias. El segundo, que ya está sometido al torbellino, todavía conserva su lengua verdadera. Pero ya hemos visto lo que ha tenido que oír Zapatero en boca de Rajoy.

Quienes se presentan como apóstoles de la verdad y de la sinceridad tienen el riesgo de terminar con el sambenito de mentirosos compulsivos.

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