sábado, 1 de marzo de 2008

LA FIERA LITERARIA- http://www.lafieraliteraria.com/index.html

Lateral entrevista a la Fiera Literaria

http://www.lafieraliteraria.com/index.html

Entrevista de Robert Juan-Cantavella
© Lateral n. 132 / Diciembre 2005

La Fiera Literaria (LFL) es una revista conflictiva dedicada al ejercicio y análisis de la crítica literaria. Es un libelo, es decir, una publicación en que se difama a la mayor parte de los nombres que más suenan en el mundo literario español. Es un pasquín, es decir, una revista satírico-humorística y anónima. Es una publicación académica, pues maneja el lenguaje y los métodos de la Filología y la Teoría Literaria. Y es también, por supuesto, un panfleto, pues una de sus banderas es la agresividad. Está firmada con pseudónimos, inspirada por el misterioso Círculo de críticos de Fuencarral y articulada por el Centro de Documentación de la Novela Española; y se distribuye de forma cuasi clandestina, sólo la reciben sus suscriptores y los agentes activos del sistema cultural: escritores, editores, críticos, profesores universitarios… En resumen, LFL es una revista especializada, entre otras cosas, en la destrucción.

Como otro de sus elementos definitorios es el anonimato, y hasta el momento se trata de un artefacto esencialmente postal, esta entrevista, cuyo propos es el décimo aniversario de la publicación, se ha realizado mediante un intercambio epistolar. Un diálogo diferido que en ningún momento se propuso desvelar la verdadera identidad de nadie, y que se ha interesado únicamente en la visión de la novelística actual española de estos enfants terribles de la crítica literaria.

Según me comentaron en una de sus primeras cartas, el primer número de LFL, que salió a la luz en 1995 al más puro estilo del fanzine, “era un simple folio que uno de nosotros confeccionó y del que hizo treinta y tantas fotocopias para otros tantos amigos. Y es que hojeando un periódico se encontró con estos titulares: ‘Muñoz Molina publica sus memorias del servicio militar', ‘Moncho Alpuente retrata en una novela la España de Gil y Gil', ‘Memorias de un jubilado, nueva novela de Miguel Delibes'. Tomó un folio, como digo, pegó estos titulares y les antepuso dos títulos: ‘¡Estalla la fantasía española!', ‘¡Tiembla Bradbury!'. A partir de entonces, cada vez que algo le llamaba la atención, por grandemente criticable, confeccionaba otra hoja y la mandaba. Primero sin periodicidad, luego con periodicidad y en mayor número”.

Tal es la agresividad de LFL, la contundencia con que expresan sus opiniones, que uno se siente tentado de entonar aquello de “esta publicación no se hace responsable de…”, pero no lo haremos. Lo cierto es que a ningún lector inteligente le sobran versiones de la realidad, y la de LFL, para bien o para mal, y lejos de adhesiones y dogmatismos, ahora mismo es una de ellas.

¿Cómo, y por qué aparece La Fiera Literaria ?

En los inicios de La Fiera hay que situar a una persona. Porque aquí hay media docena larga que colabora con sus escritos y con sus ideas y otra media que, de vez en cuando, hace alguna cosilla. Pero sacar adelante tan modesto boletín requiere mucha más “oficina” de lo que aparenta, una organización, y para ello hace falta voluntad, constancia, orden, capacidad de trabajo y, te lo diré con toda sinceridad, pues es lo que pensamos sus compañeros: una no pequeña dosis de paranoia. A estas virtudes, hay que añadir, por supuesto –y aquí nos incluimos todos– la honradez intelectual y la absoluta independencia, que son fundamentalmente las que han llevado a La Fiera a ser lo que es. La honradez, la independencia y la libertad de espíritu: que todos seamos unos espíritus libres en el sentido que Nietzsche daba a esta expresión.

Y, por supuesto, una preparación que hasta a nosotros mismos, a pesar de nuestra modestia, nos asombra. Con toda sinceridad: quienes no somos ellos consideramos que al Círculo de Fuencarral pertenecen los tres mejores críticos literarios españoles de la época contemporánea, lo cual quizá equivalga a decir de todos los tiempos.

Siguiendo con la historia: en la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI se ha producido dos veces una distorsión interesada de las valoraciones literarias –en novela, y también en poesía–, con los consiguientes silenciamiento y exclusión de los mejores, de la parte superior intelectual y literariamente: en los sesenta, por “razones” políticas y, en el tránsito de los siglos, por “razones” económicas.

Siempre fue el sueño de esta persona de que hablaba al principio hacer una revista sólo de crítica literaria y de crítica de la crítica, con la única base “ideológica” que la que se decantaría de las cualidades antes señaladas, y, en un primer momento, llegó a tenerla diseñada con el título de El Criticón. El cambio de título obedeció a su conocimiento de una publicación italiana, que dirigía Ugo Betti, o quizá Diego Fabri, titulada La Fiera Letteraria, que, como sabe, traducido sería “La Feria Literaria”.
Pensó entonces que a “su” revista le vendría muy bien ese título, pero de forma que en él Fiera quisiese decir lo que dice en español.
Más de treinta años pasaron desde que concibió aquel proyecto, que sin duda no se hubiese realizado de no ser por el, digamos, descaro y la flagrante injusticia con que la que se ha venido a llamar “industria cultural” empezó a lanzar y sigue lanzando falsos prestigios. Esto le animó a proponer a un grupo de intelectuales –escritores, profesores, críticos, algún académico, uno de los cuales por cierto tenía el proyecto de una revista satírica, proyecto que influyó en lo que finalmente se hizo– poner en marcha La Fiera.

¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Qué valoración hace LFL de la narrativa que se ha escrito en este país desde su aparición en escena?

Pues lo principal que ha cambiado, a nuestro juicio y aunque parezca una perogrullada, es que donde antes no había nada, ahora está LFL. Y a tantísimos que dicen que en España no hay crítica se les puede replicar que están los de LFL, más preparados que el que más y absolutamente independientes. Por lo demás, no creemos tener tanto poder como para haberle hecho siquiera un descosido al sistema, que no sólo cuenta consigo mismo y “sus poderes”, sino también con el cobarde conformismo y la sumisión de los demás.

Si no existiera LFL, ha escrito Artemisa Cruz, catedrática de Filosofía y, para nosotros, la mujer más inteligente de este país, “si no existiera La Fiera, una versión de nuestro universo cultural no sería más que ignorada ‘materia oscura' entre los infinitos universos perdidos por no observados.

Si no existiera, aquel espíritu inspirador del Mayo del 68 habría perdido parte de su ironía lúdica: aquel grito tribal, decibelios de protesta; y la utopía, sus ganas de seguir metiendo el dedo en el ojo del poder mediático”.

En otro lugar, la primera de nuestras musas ha señalado también el entronque de LFL con el situacionismo.


¿Influencia? Cada vez más “conversiones”, más suscripciones.

Y, por ejemplo, sabemos de óptima tinta que nuestro boletín fue el causante de que se desechase la idea de llevar a Almudena Grandes y a Javier Marías a la Academia.

Como sabemos también, por signos inequívocos, que varias decenas de espantapájaros del establecimiento literario serían mucho más felices si nuestro boletín no existiera.

¿Cuál es la relación entre el Centro de Documentación de la Novela Española y LFL?

Pues lo lógico hubiera sido que existiese el Centro y de él hubiese derivado el boletín, pero ha sido al revés: el boletín fue el que reclamó –sin demasiadas solemnidades, la verdad: aquí todo es ilegal– el amparo, más espiritual que físico, de una entidad donde funciona un restringido taller de novela. En cuanto a lo del “Círculo de Fuencarral”, es cosa de los cronistas de la pequeña historia.

¿En qué medida el combate que plantea LFL contra los autores más respetados de nuestro panorama narrativo es un combate contra la industria? ¿Qué está antes?

Creemos que primero estuvo el “descubrimiento” de que los novelistas que más sonaban no es que no fueran tan buenos como decían tanto los editores como los críticos, sino que eran muy malos, auténticos nanoescritores, según nuestra clasificación. I

nsistimos: no se trataba sólo de que no respondieran a nuestro ideal de novela, un tipo de novela heredera de la gran novela del siglo XX, novedosa en la forma, imaginativa, con ideas, con carga ética y estética..., sino que la novela dominante, aun concediéndole la consideración que no se merecía, se cimentaba en una poética –dicho así para entendernos– obsoleta, ni siquiera decimonónica, sino hasta pregaldosiana, con fallos elementales de lógica, de gramática, de razonamiento (sin ideas, huecas, ridículas). Comprobado esto, era fácil deducir quién era el culpable, o la culpable, de que se ofreciese al público aquella basura como oro: la industria editorial montada al estilo del capitalismo neoliberal, que trata el libro como una mercancía más. Decir y repetir, directa o –lo que es peor– subliminalmente, que las Maruja Torres, Elvira Lindo, Almudena Grandes, Rosa Montero, y los Muñoz Molina, Javier Marías, Millás o Cebrián constituyen “el pelotón de cabeza” de la novela española contemporánea traspasa los límites deontológicos de la publicidad. Y es un crimen de lesa literatura.

El ejercicio de la crítica parece llevar asociada la necesidad de una contra propuesta, de una alternativa. ¿Cree LFL que la crítica literaria debe responder a este patrón?

Por supuesto que sí, pero, como activistas “fieras”, ahora no tenemos tiempo de hacer propuestas, de plantear alternativas. Como entidades extraferoces, es decir, desde nuestro puesto en la sociedad –como escritores, profesores, críticos, etc.– sí seguimos laborando por aquel tipo de literatura “literaria” en que creemos, y que constituye la alternativa de cada uno de nosotros. Porque quizá no se pueda decir que sea la de todos en bloque. Aunque ciertamente compartimos algunos rasgos fundamentales en cuestiones de forma, en cuestiones estéticas tenemos algunas diferencias. En realidad, estamos más de acuerdo en lo que rechazamos que en lo que planteamos como alternativa.

Aun poniéndonos en el peor de los casos, y asumiendo con LFL que el panorama de la novela española sea tan catastrófico, y que los autores más laureados escriban tan mal, el hecho de difamarles, ¿no constituye una quiebra ética o, cuanto menos, una actividad “sucia”?

En el sentido de que difamar es desacreditar a alguien, publicando algo contra su buena opinión y fama, nosotros, ciertamente, difamamos a los escritores que, a nuestro parecer, y según pruebas que aportamos, tienen un prestigio y un reconocimiento que no merecen. Pero el caso es que la difamación, en el lenguaje común, ha venido a limitarse al terreno del honor, la honra, el buen nombre en un sentido moral, etc. En este sentido, nosotros no difamamos a nadie. Nos limitamos a presentar argumentos descalificatorios de tipo lógico, gramatical, estilístico, de falta de sentido común y ofensas a la inteligencia del lector. Que, en medio de eso y para aliviar un poco la irritación que producen las memeces que prodigan los nanoescritores, acudamos al llamado “vocativo de repente irresistible” y le llamemos a alguno capullo o gilipuertado, no creemos que sea grave. Por otra parte, nuestro boletín contiene, para compensar el peso de la crítica rigurosísima que practicamos, unas secciones humorísticas, irónicas, en las que nos burlamos de nuestros criticados, rozando a veces incluso lo personal, es cierto. Pero el contexto aclara de qué se trata realmente: de una broma. Aunque también de hacer ver que son, además de pésimos escritores, lo que en nuestra terminología se llaman “entes de risión”. Por ejemplo: la obsesión por mostrarse muy ducha en lides sexuales de Elvira Lindo –como la de Maruja Torres y Almudena Grandes– se manifiesta de manera grotesca, y lo hacemos ver. A veces da la impresión de que esta persona no quería decir lo que dice. Entonces, si nosotros decimos que, según las informaciones facilitadas por su esposa, Muñoz Molina es un pichacorta, nadie puede ver en ello nada que quiebre la ética espartano-incaica de la que nacimos impregnados y nos caracteriza. Como nadie va a creer que le hemos medido a Muñoz el obelisco.

¿De verdad que la difamación es una broma sin importancia? ¿No podría alguien argumentar que esta mala idea responde a la presunta marginalidad a que los críticos de LFL se verían sometidos por el mundo editorial español?

Ya hemos dicho antes, y volvemos a afirmarlo, que nosotros jamás hemos ido contra el buen nombre de nadie ni nos hemos metido en ninguna vida privada. Y, por supuesto, no es que “alguien pueda argumentar” que nuestra mala leche es fruto de la marginalidad, es que, de hecho, lo han argumentado, o intentado argumentar, muchas veces. Nosotros somos ciertamente marginales, periféricos, outsiders... Pero estamos seguros de actuar por amor a la literatura, y eso es algo que hemos demostrado, en nuestra labor crítica y en nuestra obra personal. Nadie, en cambio, puede demostrar que existan en nosotros ninguno de los sentimientos negativos que nos achacan. El que más nos achacan, el resentimiento.

Pues bien, hasta aceptándolo, como dicen los abogados, a efectos polémicos, decimos lo siguiente: el resentimiento es un sentimiento muy humano. Del resentimiento han surgido muy provechosas revoluciones. Ahora bien, con resentimiento o sin resentimiento, lo que decimos lo probamos. Y eso es lo importante: no por qué lo decimos, sino si es verdad o no lo que decimos. Finalmente, es que esas personas, que, a falta de argumentos para rebatirnos, acuden a esa tópica acusación, ¿creen que los que asaltaron la Bastilla lo hicieron por amor a los monarcas?, ¿que los mineros que se levantaron en Rusia o en Asturias, lo hicieron por la inmensa ternura que sentían hacia sus explotadores?

Dejemos ahora la crítica y hablemos de literatura en mayúsculas. El hecho de que la novela del siglo XX, con todos sus hallazgos estilísticos, no haya sido asimilada por el público, ¿no puede suponer un escollo más importante que la industria literaria que critica LFL? De nuevo, ¿qué está antes?

Excelente pregunta, verdaderamente, que nosotros tendríamos que haber respondido hace tiempo, sin que hubieran tenido que hacérnosla. Es absolutamente normal que en una literatura nacional existan unos novelistas menores, autores de novelas de género: de aventuras, policiaca, rosa, de misterio, de terror... No todo el mundo, desgraciadamente, tiene una formación intelectual que le capacite para entender Ulises, La montaña mágica, Contrapunto... Ni para degustar la estética en que, por encima del argumento, están sustentadas El empleo del tiempo, La ruta de Flandes o La celosía.

Pero, en fin, aparte de que hay excelentes novelas que pueden ser entendidas casi por cualquiera, como las de Lawrence, Hemingway o Henry James, lo que es intolerable es que a un autor que ha regresado al folletín de capa y espada de los entreguistas del siglo XIX se le dé categoría de gran escritor, se le meta en la Academia y se le organicen congresos para decir –por escritores, por críticos, por profesores universitarios– que ha revolucionado la novela. °Madre nuestra! ¿Qué sabrán esos de revoluciones? Revolución, en cualquier arte, es cumplir la primera ley que tiene que intentar cumplir todo artista: hacer lo que aún no se ha hecho, añadir siquiera un verso al gran poema universal. Es como una consagración de la infraliteratura y del estancamiento. Porque la novela, desde sus orígenes en la fábula oral, llevó una trayectoria, a través de la fábula escrita, la mitografía, los evangelios incluso, los relatos épicos, las novelas de aventuras, de sentimientos, psicológicas, etc., hasta la gran novela intelectual y la novela obra-de-arte-literario. Bien, pues, en esta etapa de su crecimiento se encontraba –un crecimiento que estaba a punto de alcanzar las grandes dimensiones que alcanzó en el arte de la pintura– cuando la industria cultural se interpuso y lo echó todo a perder, lo que es peor, con la complicidad de los críticos, los académicos, los profesores... Usted no tiene más que ver cómo se publicitan hoy las novelas para comprobar que la han llevado al nivel de los retrasados mentales: “Fulano novela la peripecia de un soldado que regresa a su pueblo”, “Mengano novela el enamoramiento de una profesora por un alumno”, “En una conversación de trescientas páginas, un guarda jurado y su señora evocan su anodina niñez”, “Una señora descubre que la chacha le ha robado una sortija y sufre un trauma que pa qué”. En pocas palabras: el proceso, digamos, de “especialización” –literatura para literatos– que experimentó la novela en el siglo XX, desde el momento en que sus productos convivieron con otros de igual altura perfectamente asequibles, no tenía por qué ser un obstáculo para su asimilación por el gran público. Lo que pasa es que los industriales han querido hacer la masa lectora lo más amplia posible y han bajado el listón al nivel del estercolero mental. El colmo de los males, es que hayan dispuesto de tantos escritores mediocres y de tantos cómplices.

Pero entonces, si los principales recursos literarios aportados en el siglo XX –y que según LFL dan un criterio para decir qué texto es novela y cuál no– no han sido asimilados por el gran público y, por tanto, carecen de recorrido comercial, ¿hay que entender que el desarrollo de la novela nos ha llevado a un callejón sin salida? ¿No es, entonces y paradójicamente, la literatura contra la que existe LFL, la consecuencia involuntaria del desarrollo de la literatura que defiende LFL? Y, ¿no es este un fenómeno presente en otras literaturas además de la española?

Si no se realiza la utopía de que lo que suele llamarse “el pueblo” sea culto, el problema que usted apunta existirá siempre. Entretanto, habrá dos clases de lectores y dos clases de escritores, o de pintores, escultores, etc. Hay que evitar la demagogia. Comprendemos que no es exactamente lo mismo, pero es seguro que nadie va a pedir que un libro de medicina –o de economía, o de física teórica– sea inteligible para todo el mundo. No creemos que el común de la gente entienda siquiera todos los artículos de opinión de los periódicos. Y, no digamos ya, las connotaciones culturales de lo que los articulistas dicen. Hace poco, un columnista titulaba un texto “La voz a vosotros debida”. ¿Cuántos lectores, de medio millón, cree usted que “pescaron” la alusión al título de un libro de poesía de Pedro Salinas, La voz a ti debida? Hay personas con sensibilidad para las artes –o para algunas de ellas– y personas romas. Hay personas cultas y personas incultas. La misión de elevar al pueblo hacia el arte no es de los escritores, pintores, etc., sino de los ministerios de Educación y de Cultura. Y de la propia sociedad, también, a través de determinadas instituciones. Y de los medios, que, por el momento, más bien deforman. Y porque la mayoría guste de los paisajes con ciervos no hay que suponer que nadie esté autorizado a exigir que Klee, Juan Gris, Picasso o Bacon deberían haber hecho otra cosa que lo que hicieron. El arte es cosa del espíritu, pero también del intelecto. Y la obligación del artista es llegar lo más alto posible.
Admitimos que exista un arte popular, una literatura popular... Que la haga quien quiera y que la consuma quien quiera. Nosotros somos de los otros. Mas no por eso vamos contra la literatura popular. Vamos contra que se la ponga en un lugar que no es el suyo, ya lo hemos dicho. Y también vamos contra la falsa literatura intelectual y más si, por ende, es “antiestética”, antiliteraria. La literatura que hacen las que llamamos “tontitas del sistema”: Almudena Grandes, Maruja Torres, Rosa Regás, Elvira Lindo, Clara Sánchez, Carmen Posada, Lucía Etxeberría, etc., o sus acompañantes los Marías, Millás, Muñoz Molina, Gala, De Prada y también etcétera, o hacía Terenci Moix, ni es literatura popular ni es literatura culta. Es un producto de consumo, híbrido, diseñado por la industria cultural para los que hasta ahora no eran lectores; un producto que sus fabricantes no intentan situar en un lugar que pudiéramos llamar “lugar literario” o “lugar de cultura”, sino en el lugar en que debe estar para colmar las apetencias consumistas que ellos mismos, mediante el marketing, han suscitado. Está probado que la gente que hace cola en las Ferias del Libro o compra novedades en las grandes superficies no lee las novelas que adquiere. Las colecciona en un estante, cumpliendo las órdenes que le han dictado los medios y la publicidad directa o encubierta. Pero yendo al meollo de su pregunta: no es la novela del siglo XX –una cúspide en el desarrollo literario del género, como lo fue el XIX en otro sentido– la que ofrece criterios para decir qué es novela y qué no lo es. Es el análisis de todo el desarrollo del género narrativo, desde la fábula oral, el que los ofrece. La novela nació, con la fábula, sin valores estéticos, sin valores literarios. Luego los fue adquiriendo, pero no novelísticos puros, sino líricos o épicos. Es imposible trazar aquí todo el itinerario, pero nos permitimos remitirle a la Teoría de la novela, de Manuel García Viñó, hace poco publicada por Anthropos, o a la media docena larga de libros sobre la novela de diversas épocas que ha publicado Juan Ignacio Ferreras. Fíjese que Paul Valéry, que muere a mediados del siglo XX, todavía niega a la novela categoría artística. Y no era el único.

Algunos de nosotros creemos –sin negar a la novela de sentimientos, psicológica e intelectual del siglo XIX su altísima categoría– que es en el XX, merced a la influencia de otras artes y de la nueva concepción del mundo que suscita la nueva física, cuando la novela empieza a buscar y a tener valores estéticos puramente novelísticos. Y no creemos que haya sido el propio desarrollo del género el que haya conducido a un callejón sin salida. Lo que ha pasado es que se ha introducido un factor distorsionante: la economía. Es decir, la economía neoliberal. Un elemento ajeno a la literatura, por tanto. Ojalá volviéramos a las ediciones de tres mil ejemplares.

Ojalá regresaran los editores vocacionales, los libreros artesanales, los escritores que entendieran su labor como una misión, como quería Nietzsche. Ahora los editores son fabricantes; los libreros, tenderos, y los escritores, vedettes o putos. Si la salud de un género literario tiene que depender de quienes no saben siquiera qué significa “género literario” estamos aviados, literariamente hablando. Crea que a nosotros, todo eso del “recorrido comercial”, las cifras de ventas que tanto emocionan a Babelia, El Cultural, ABC Cultural, etc., las listas de bestsellers, los anticipos, los contratos y demás nos traen sin cuidado. La buena marcha de la economía de los comerciantes no es el fin de nuestras preocupaciones. No ignoramos que es necesario que los libros se vendan para que funcionen todos los eslabones de la cadena. Pero es que hoy todos cuantos intervienen en ella quieren, primero que nada, hacerse millonarios a costa de lo que sea; del fraude, incluso. Y puede que sí, que lo mismo esté ocurriendo en otras literaturas. Occidentales, claro.

El juicio de valor del que parte LFL para criticar a los grandes nombres de la novelística española actual, la piedra de toque, siempre lo constituyen escritores olvidados por el canon oficioso. Pero, haciéndolo al revés, ¿cuál podría ser un canon de la narrativa actual más reciente? ¿Tiene LFL algún diagnóstico, una valoración?

¿Qué quiere decir exactamente con eso de “grandes nombres”? Le vamos a contestar dando por sentado que se refiere a los que nosotros llamamos “los bestsellerados”, es decir, los que más suenan en los medios, los nombrados antes y algunos más, porque, en otro sentido, nosotros no encontramos más grandes nombres que los de Carlos Rojas, Juan Goytisolo, Manuel Mantero y muy pocos más, pues José Luis Castillo Puche, injustísimamente relegado –rechazado por una Academia que ha admitido a Cebrián, Ansón, Fernán Gómez, Pérez Reverte y algún otro–, ya ha muerto. Anote también a José Luis Sanpedro, porque Delibes y Ayala, aunque son escritores serios y honrados, son muy poquita cosa literariamente. Respecto a lo que podríamos llamar nuestro canon, preferimos escurrirnos como cuando nos preguntó por nuestra alternativa. LFL nació para denunciar, para criticar ferozmente la basura literaria que está pasando por literatura seria. Alguna vez puede cambiar de fase, pero, de momento, está en esa.

LFL utiliza un lenguaje irónico, mordaz, muy crítico y la mayor parte de las veces también muy cínico y pesimista, una ironía sardónica que, por otra parte, nunca es autoironía. ¿Podría alguien criticar a LFL por tomarse demasiado en serio a LFL?

Si alguien considera que el hecho de que LFL se tome demasiado en serio a LFL es censurable, que nos censure. A nosotros nos parece una actitud consecuente con la seriedad con que nos tomamos nuestro trabajo, al cual se mezcla, en buena medida como elemento relajante, la visión humorística que ofrecemos de nuestro mundillo literario, que es a menudo poco serio y, muchas veces, ridículo, propio de una república bananera o una monarquía cocotera. Lo que resulta grotesco es que los Muñoz Molina, Marías, Grandes, Torres y demás nombrados antes o no nombrados se tomen en serio a sí mismos y a sus libros. Que se olviden de que es publicidad o marketing y se crean lo que los editores dicen y hacen decir de ellos. Y, peor aún, que críticos, profesores, ministros de Cultura y académicos, que deberían velar por la bondad y la limpieza de nuestra literatura, participen en la farsa.

LFL es tragicómica: a los afectados, creo que con razón, les sienta muy mal, y a ciertos lectores, en cambio, les divierte mucho. Es ambivalente: por un lado está su “misión detergente” y por otro lado la sátira como divertimento. ¿Hay un punto de equilibrio? ¿De qué lado se inclina la balanza al enfrentar un Premio Planeta como el de Regás (crítica acompasada: “Los gruñidos de Dorotea”) o el de María del Pau Janer (que supongo ya ocupará a algún operativo de LFL)? A parte de la fustigación de lo que LFL considera mala literatura, ¿hay algún punto de partida más allá del cachondeo?

Dado el contenido de su enunciado y la forma en que lo ha planteado, estamos tentados de rogarle que conteste usted por nosotros. Usted ha demostrado con sus preguntas que nos conoce bien y ha conseguido mantenerse en la postura, casi neutra, de quien no toma partido, a no ser que se considerase tomar partido el habernos tomado en serio. No ha caído, por supuesto –no podía caer–, en esas preguntas de “¿quién es Lucía Tirado o Isidoro Merino?”, “¿cuándo se van a quitar el antifaz?”, “¿quién financia LFL?”, ni demás chorradas que preguntan los reporteros de infantería. En fin, quizá podamos decirle que el punto de partida no es un prejuicio. Surge casi espontáneamente, a partir de la seguridad de que tal o cual asunto debe ser tratado. Yendo a sus ejemplos: Rosa Regás, a nuestro juicio, merece nuestro rechazo como persona, por su trayectoria progre, por ocupar un puesto que le viene grandísimo, por su labor en él, °por sus declaraciones contra los premios amañados! °Es increíble! °Cuánto cinismo! Y como premiada, ensalzada por la crítica y tratada por las fuerzas vivas como una gran escritora, se merecía que demostrásemos que es risible y que no tiene ni idea de lo que es una novela. En cuanto a María del Pau Janer, lo más probable es que ninguno de nosotros lea su novela, sus novelas. Nadie ha dicho de ella que sea una gran escritora. De su “premio” nos interesa más lo que lo ha rodeado, la falsedad cultural que rodea a todos los premios y, en este caso, las declaraciones oportunistas de Juan Marsé, que ya se podía haber retirado cuando lo ganó él, tan sobre seguro como todos, y, para colmo, con una mala novela.

¿Qué piensa LFL de los nuevos soportes informativos como Internet, las revistas on-line o los blogs? A priori, parece que cumplan los requisitos que podría necesitar LFL en cuanto a anonimato y libertad, y es indudable que amplían con mucho su potencia en términos de difusión.

A algunos nos ha costado convencernos, pero nos parecen de una eficacia tremenda; tanto que, probablemente, a primeros de año salga una Fiera digital. Sin que abandonemos la de papel, que será distinta, pues aquí somos todos de la galaxia Gutenberg.





Carta a Vicente Verdú Sr. Verdú: recientemente, su periódico, El País , se ha referido en varias ocasiones a una supuesta crisis de la novela; la última, por su egregia pluma, comentando la penúltima, de Eduardo Mendoza, que, como la antepenúltima, información sobre la de varios críticos, tomaba pie en manifestaciones hechas en los cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander, casualmente acaparados por colaboradores y allegados de su mencionado periódico. Finalmente, en un artículo de don Domingo García Sabell, tan bienintencionado como tópico y escasamente profundo.

Desde que las artes se intelectualizaron, en los años veinte de nuestro siglo, se viene diciendo que la novela está en crisis. Pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que la novela haya ido a peor (Mendoza), sea forzosamente aburrida y esté condenada a desaparecer (García Sabell), carezca de imaginación porque de tal cualidad carecen sus autores (varios críticos), “incluidos, dice usted, los mejores”.

Tememos, señor Verdú, que, como es sin duda su obligación, usted, como otros, tiene presente al escribir únicamente a los novelistas que promocionan El País y las editoriales afines, y que, al hablar de “los mejores”, está pensando en Javier Marías, Almudena Grandes, Juan Marsé, Maruja Torres, Rosa Montero, Manuel Vázquez Montalbán, Josefina Aldecoa, José María Guelbenzu, Rosa Regás, Vicente Molina Foix, Muñoz Molina, Manuel Vicent y alguna/no más, quienes efectivamente carecen de imaginación, son aburridos y, con su escasa o nula creatividad, pueden comunicar la sensación, a quien sólo les frecuente a ellos, de que el género se está agotando. Para concluir lo cual, por otra parte, habría que tener en cuenta algo más que el panorama hispano.

Pero hay otros novelistas, señor Verdú, otra realidad del género, la verdadera, aunque a usted, que se encuentra en una situación de personaje del mito de la caverna, le cueste creerlo. Le relacionamos más abajo una serie de novelas -una por autor- de las que usted, estamos seguros, ni siquiera ha oído hablar y todas las cuales tienen en común haberse publicado en los últimos diez o quince años, reflejar una gran riqueza imaginativa, no ser aburridas, poseer una cierta carga de ideas (las que usted lee carecen de ellas) y no haber sido reseñadas en El País. Todas, además, son prueba de aquella sentencia que Wladimir Weidlé dejó plasmada en el capítulo de Les abeilles d'Aristée (Essai sur le destin actuel des lettres et des arts , París, Gallimard, 1950) dedicado a la crisis de la novela . Fíjese desde cuándo se está escribiendo de lo que ustedes saludan como novedad. De hecho, se empezó a hablar, como decimos, hacia 1920, cuando llegaron a los mejores novelistas –a las cabezas pensantes en general– los efectos de la quiebra del absolutismo newtoniano y su sustitución por el relativismo einsteniano del tiempo y del espacio y la concepción quántica de la materia y de la observación . Por eso, las novelas que le vamos a relacionar no reflejan esa crisis o, por lo menos, no en la forma en que la reflejan las que sí reseña El País , novelas estéticamente decimonónicas, basadas en una concepción del mundo que se atiene a los absolutos clásicos, ya derogados. Las “nuestras” son novelas relativistas y quánticas, esto es, del siglo XX. Y aquí va la sentencia de Weidlé, que da la vuelta a su argumento: “las más grandes obras modernas son aquellas en las que la crisis se manifiesta más claramente”. En cuanto a las novelas -a ninguna de las cuales sabría usted ponerle autor- son éstas:

La revuelta, El último de la conquista, El amargo sabor de la retama, Copa de sombra, Aquelarre, Los días del odio, Laberinto, La reducción, Un espacio erótico, El círculo vicioso, Cuando amanece, El borrador, Alá bendice Marruecos, El laberinto del Quetzal, Un día sin mañana, La cuarta locura, Polución, Constitución sobre la Tierra , Inés just coming, El león recién salido de la peluquería, Elegía por una esperanza, Carril de un cuerpo, Los guerreros, Tercer milenio, La larga noche de un aniversario, La linterna mágica, Teatro de familia, El cerro de los caballos blancos, Los caballeros del hacha, Pesebres de caoba, Antes muerto que mudado, El libertador en su agonía, El laberinto de los impíos, El fin de los días, Moira está aquí, Las piedras son testigos, Los años del fuego, El mapa de las aguas, Los forajidos de la palabra, Los anillos de Saturno y alguna más.

Es una injusticia muy grave la que están ustedes cometiendo, señor Verdú, al llevar la “ética” neoliberal, cuando no la de la mafia, al mundo de la cultura. Y la forma de exclusión que practican en sus medios, de corte enteramente fascista. Como lo es su manera de engañar al público. Escritores como Almudena Grandes y Javier Marías, no es que no sean tan geniales como ustedes dicen. Son -lo hemos demostrado- los peores de todos los tiempos y lugares; risibles, incluso. Si hay productos dignos con los que sus editoriales también podrían ganar dinero, ¿por qué se empeñan en hacerlo con basura?

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