martes, 11 de marzo de 2008

AULICINO Y COMENTARIOS.

Narradores traumatólogos y poetas bacteriólogos
El lirismo, un tema que ha vuelto al debate, puede entenderse de dos maneras (a la primera se asocia la segunda, pero ésta puede funcionar sin la primera): aquello considerado lírico que es básicamente un vocabulario generalmente ligado a la naturaleza (flores y sus especies más preciadas: rosas, lilas; pájaros desde gorriones a ruiseñores, pero sobre todo tórtolas, palomas en general, golondrinas; atardeceres, montañas, volcanes, lluvia, resplandor), a refinados ambientes y texturas interiores (el terciopelo goza de gran prestigio lírico), a la descripción del amor y de la mujer (para lo que suelen utilizarse los símiles que unen ambas cosas con atardeceres, cristal luciente, terciopelo, rosas, fuego, perlas y ámbar), y una mirada absolutamente subjetiva, que proviene de la profundidad del yo y es tal vez su esencia. Esta última idea de lirismo corresponde al sistema aristotélico; no se basa necesariamente en un vocabulario: poco importa si se nombran fenómenos naturales o símiles entre ellos y refinados objetos manufacturados y la mujer amada, o sólo objetos manufacturados vulgares y ambientes urbanos desangelados.

En un reportaje publicado por Perfil este domingo, el estimable narrador y no meno estimable poeta Pedro Mairal, entrañable persona además, supone que la excelsitud de la poesía ha apartado a los poetas de los narradores porque unos desprecian la vulgaridad de la prosa y los otros la excelsitud de la poesía –“Sí, a los poetas más puros la narrativa les parecía una vulgaridad; a los que son tan excelsos con el lenguaje”-, brecha que se viene sellando, piensa Mairal, gracias a autores como Fabián Casas y Santiago Vega (Washington Cucurto) –“me interesan los poetas que se pusieron a escribir narrativa”-. Parece que Mairal se hace cargo de un problema, un problema real, pero su diagnóstico no parece acertado. No existe tal brecha a causa de la vieja excelsitud, sino a causa de la especialización. Así como un traumatólogo y un bacteriólogo no tienen mucho que decirse, excepto cosas relativas a la medicina clínica en general, y sería casi imposible que intercambiaran sus roles, un poeta y un narrador tienen poco que decirse: sobre todo el narrador no querría aprender nada del poeta, porque la manipulación lingüística de la poesía le sirve de poco y hasta puede dañar el procedimiento básico de la narrativa que es referir concretamente un hecho imaginario. La poesía ha querido, en cambio, aprender algo de la prosa, y de hecho los poetas leen mucho más a los narradores que los narradores a los poetas, pues Ezra Pound indicaba que la prosa es la cantera de la poesía. De este modo hemos tenido aquí anfibios, antes de que Casas y Vega se pusieran a escribir prosa. Tuvimos a Lugones, a Borges, a Marechal, a Silvina Ocampo, a Wilcock, a Juan José Hernández. Hay una cuestión interesante en la poesía moderna y es que parece haber cobrado lentamente conciencia de que hacer poemas requiere de la ficción. ¿Puede seguir diciéndose después de la “Antología de Spoon River”, de Edgar Lee Masters, de “La tierra baldía”, de T. S. Eliot, de los “Cantos” de Pound, de los heterónomos de Pessoa o del cercano y porteño personaje monotemático que habla en los poemas de Joaquín Giannuzzi que no hay ficción en la poesía? ¿Por qué suponemos que un poema es la expresión trascendente de un yo específico y real, y que incluso sus referencias y situaciones son biográficas y reales? ¿Alguien piensa de R. G. Tuñón que era tal y cómo permiten imaginarlo sus poemas? No lo era. Amaba puertos, bodegones, cafés, mercados de pulgas, retablos de títeres, barrios, callejuelas y boliches, magos, ecuyeres, hampones y prostitutas, pero no vivía entre ellos ni rodeado de objetos de desván, de circo y de montepíos. Más bien, un personaje de ficción nació de ese mundo: Juancito Caminador, inspirado en la etiqueta del whisky Johnny Walker.

El romanticismo nos legó un vocabulario lírico; lo perfeccionó el decadentismo y este vocabulario se tornó, oficialmente, la lengua, el diccionario, la gramática, de la poesía lírica durante bastante tiempo. Creó un paradigma social. El romanticismo es responsable además de la falsa idea de fusión entre la vida y la obra, en la que creyó sinceramente. La mistificación se extendió incluso a la narrativa y a los narradores, a la pintura y a los músicos, de modo que Ernest Hemingway debió morir, sin saber quizá que era fiel al mandato romántico, como un cazador de leones cazado por sí mismo, de un tiro de fusil en la boca.

P.D.: A los anfibios locales, agrego: Ricardo Zelarayán, Fogwill, Osvaldo Lamborghini, Laiseca, para no ir más lejos.
Publicado por Jorge Aulicino el 09/03/2008 | Enlace permanente
Comentarios
Hay algo mucho peor que prosistas que no leen poesía, que es imperdonable porque el lenguaje doméstico y vulgar lo padecemos en los diarios de cada día y lo escuchamos en las calles, y son los poetas que no leen en absoluto, para no contaminarse, y ante la brevedad del género piensan que no hace falta ahondar en el pensamiento y que con repetir esteriotipos han creado buenísimos poemas para la posteridad.



De mi próximo libro de poemas:

MAPA CONCEPTUAL PARA HACER POESÍA.


Elija palabras adecuadas.
La sonoridad poética
es ineludible:
Si está demasiado cansado
puede optar por colores,
que no sean ni primarios
ni secundarios:
púrpura, lima, topacio,
siena o cobalto, por ejemplo,
y olores tenues,
graduales,
rescatados de la memoria.
A veces, la sinestesia,
la metonimia, ayudan.
Tampoco es cuestión
de andar diciendo que
lo que todo lo que huele sabe
y lo que se oye se mira.
No abuse.
Déjese de retóricas.
No olvide la cadencia y el ritmo.
Basta la salud,
diría mi abuela.
No mencione cielos estrellados,
caracolas, gregario y sagrado,
besos, uvas, racimos,
pobreza o caderas.
-puede usarse entrepierna
pero nunca muslos-
si se quiere evitar la tentación de
copiar las odas ya escritas.
Trate de ser original
aunque nunca lo logremos
porque no nos es dado merecerlo.
Corazón, viento, noche
-conviene que sean marinos-
no pueden faltar a los poetas
noveles o Nóbeles.
¡Que manía!
En lo sucesivo,
apártese de ellos,
desestime los relatos
existenciales,
deje en paz a la luna
y haga el favor
de encender el televisor
una vez que termina
su poema.
Vea las imágenes del noticiero,
los arreglados juegos de azar
y los dramáticos problemas
pasionales de la protagonista
del culebrón,
también llamado "la novela"
mientras que durante la tanda
la persona más bella
le dicta
que marca de cerveza
le devolverá
los juegos de roles de
la edad perdida.
Verá orgulloso
como al día siguiente
de visitar la Casa del Gran Hermano
le salen versos peores.
Se sentirá avergonzado
y aniquilará su ego soberbio.
Destruya su obra.


Y no hay nada que estimule más
a los entusiastas
que darse cuenta
(advertir, precisar,
fijarse,
comprobar
u otros sinónimos similares
que se le irán ocurriendo),
que la buena poesía
no es cosa de menores;
no admite ligerezas
ni espera señales del Infierno.

Verá, mi amigo,
que tendrá que ponerse
a trabajar de lo lindo.



Posdata:
Nótese la pequeña trampa
que acabo de hacer.
Cuando se invoca a Lucifer
alguien leerá dos veces
el poema
-el perplejo titánico del Tártaro-
antes de tirar los papeles
a la basura o cerrar el libro
para ir a alquilar un video de acción;
y con esto ya fastidiaremos
bastante a nuestros
lectores ocasionales
de versos afeminados,
que esperaban regocijarse
diciendo que la poesía
es aburrida
y está pasada de moda.

Publicado por: Lucía Angélica Folino - . | Marzo 9, 2008 6:12 PM

El otro día escuché una frase, dicha por una mujer, en medio de una especie de reyerta acaecida en una institución de cuyo nombre no quiero acordarme ahora, increpando a los repetitivos argumentos de otra que intentaba justificar sus actos, cesantes junto con ella, precisamente, en ese momento. La frase fue algo así como un arcaísmo, que retornaba de tiempos de oscuridad, la que repetía un cómico de la televisión: “¡Y dale con Pernía!”. Fue lo primero que me vino a la mente ante esto del lirismo y me excuso por esta asociación futbolística, al parecer tan alejada del tema en cuestión, sin embargo, me hizo pensar en lo que se reitera, da vueltas, pide explicaciones o las ofrece. Si por lirismo entendemos, bajo la mirada romántica, aquello ligado a lo subjetivo (y a una determinada concepción de sujeto, expresada por ejemplo en ese yo lírico tan nombrado) y a la efusión de sentimientos, en especial amorosos, otra cosa sería lo que sucede en un poema barroco -y la cita de “cristal luciente” me lleva a esta consideración- que no es precisamente sentimental, más bien responde a un código de ideal de belleza en una metafórica que asocia elementos “bellos”, sean artificiales o naturales a los rasgos femeninos, y sobre todo, en eso que de ecuación tienen tales composiciones poéticas, va a dar a una reflexión sobre otra cosa, en este caso, el paso del tiempo, la caducidad de la juventud, de ahí que ese cristal luciente y otras hermosuras se tornen “en humo, en polvo, en sombra, en nada”. Claro que también habría que considerar el claroscuro del barroco, esos textos en los cuales, en una inversión, en lugar de tales elementos aparecen los “feos” para describir por ejemplo el rostro o el cuerpo de la dama (fea ella). Por otro lado, la fauna está en la poesía desde mucho antes del romanticismo, el ruiseñor de Lesbia sería una prueba, y bastante romántica por cierto, muy avant la lettre. Asimismo, un poema donde se habla del amor bien puede ser muy distante de algún sentimentalismo o de la presencia de esos elementos lujosos cotizados en cierto tipo de poéticas. Por razones casuales, estuve leyendo el poema que Borges dedicó a Enrique Banchs, transcribo:
Enrique Banchs
Un hombre gris. La equívoca fortuna
hizo que una mujer no lo quisiera;
esa historia es la historia de cualquiera
pero de cuantas hay bajo la luna
es la que duele más. Habrá pensado
en quitarse la vida. No sabía
que esa espada, esa hiel, esa agonía,
eran el talismán que le fue dado
para alcanzar la página que vive
más allá de la mano que la escribe
y del alto cristal de catedrales.
Cumplida su labor, fue oscuramente
un hombre que se pierde entre la gente
nos ha dejado cosas inmortales.

Lo que vendría a reafirmar la idea, no sé si correspondiente a Aristóteles, de que para hablar de sentimientos no se trata de usar determinados términos, altamente convencionales, por otra parte, y tanto que han sido extensamente parodiados, ni siquiera de un énfasis, ni de determinadas imágenes. ¿No es absolutamente entrañable esa frase que precisamente sirvió de título a otra entrada de este mismo blog?: “Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos...” Y la cito precisamente porque parecería que cuando se habla de lirismo se retorna como en un vuelco automático al romanticismo (dejaría aquí un poco de lado la morbidez decadentista), y se olvida que existieron las vanguardias (en ese aspecto me parece importante la mención de R. G. Tuñón) con sus diversas discusiones, oposiciones, etc. a una estética que ya había dado su rendimiento en la historia literaria. Lejos estamos de la lira, me parece, y el lirismo no sólo no es sinónimo de poesía como género, sino que además es una denominación bastante escurridiza (al parecer asociada a cierta sublimidad, cosa discutible), pero que por escurridiza y por cargar con ese sambenito de lo asociado a sentimientos, fervores y hasta algunas reflexiones más o menos estilizadas, es capaz de filtrarse en más de un género. Los cuales, por otra parte, no sólo son cambiantes en la historia, sino que además comparten zonas, primero y principal por la razón de que la materia prima con la que se trabaja cuando se escribe un poema, un cuento o una novela, es la misma, el lenguaje. Desde luego hay especificidades que precisamente permiten hacer tales divisiones, pero no faltan las intersecciones, y no me refiero sólo a poemas en prosa o prosa poética, sino también a toda una serie de especies de esos géneros (para estar aristotélicos) donde esa oposición, desafortunada por decir algo, entre un lenguaje supuestamente elevado –el de la poesía- se confrontaría con otro vulgar, a falta de mejor término, de la narrativa. Pienso por ejemplo en narraciones escritas en forma de cartas personales o de diarios íntimos (Relaciones peligrosas?). En contrapartida, en poemas conceptuales, como hechos para demostrar una determinada hipótesis, y desde luego en los narrativos. Por otra parte, algo que por sus características podría adscribirse al género poesía puede hallarse en las antípodas de un lenguaje elevado y aun solazarse en la vulgaridad, no faltan ejemplos. Del mismo modo, la narrativa no es sencillamente contar alguna cosa que se imaginó o que le sucedió a alguien, sino el despliegue de un conjunto de procedimientos tendientes a constituir esas tramas por las cuales un texto vale como obra de arte, sin ella, uno bien podría decir que, por ejemplo, Mientras agonizo, es una suerte de road movie protagonizada por unos personajes que llevan a una mujer a enterrar. Tal vez, comparar dos argumentos similares sirva para ver que lo que hace que algo sea un logro estético dotado de significación, valor, etc. y otro un simple recuento de avatares, según sea el modo en que se ha trabajado tal recurso narrativo.
Más allá de que un escritor sea más afín a ciertos géneros, cultive más uno que otro o no, no es tanto cuestión de anfibología, sino más bien, de aprovechamientos de lo que cada especificidad puede darle a otra, y sobre todo, de tener en cuenta cuál es el elemento común. Respecto de que el autor empírico, Fulano de Tal, se corresponda con un yo o un él que narra (ni más ni menos que el narrador, que no es, desde luego el autor, como el “yo” de un poema, no es el Fulano que lo escribió), es algo difícil de confundir, por muchas razones, entre ellas, la biografía del autor y lo que ha escrito. Y si de románticos hablamos, creo que incluso en estos casos tal imbricación no siempre está tan dada por natural, Coleridge hablaba de la suspensión del descreimiento, es decir que no se tomase distancia de la ficción y que muy a la manera de un realismo se pensara estar al leer el texto frente a la misma realidad. Otro romántico, Pushkin, en el Evgueni Onieguin, parece en muchos tramos, estar señalando precisamente esa distancia entre narrador, autor y personaje. Pero volviendo más cerca en la historia, me resulta inevitable mencionar a alguien que creo, habría protestado contra esas dicotomías, pero más, que las desmintió con su inmensa obra, Saer, desde luego.


Publicado por: Susana Cella | Marzo 9, 2008 10:54 PM

Cella: me pareció que estaba yo hablando de grandes líneas en lo que se refiere a lirismo y romanticismo. Sé que el lenguaje lírico "elevado" o excelso como lo llama Mairal es sólo una forma de la lírica, y también sé que la lírica romántica no necesariamente funde el yo con la obra, aunque en gran parte lo hace (Coleridge no es la unica excepción, también lo es Keats con su noción de "capacidad negativa"), pero curiosamente el romanticismo no deja de apelar al lenguaje excelso y el diccionario excelso de la lírica que precisamente se formó a lo largo de la historia. Góngora dice cristal luciente con otros fines que naturalmente no pueden ser románticos, pero desde la Edad Media y quizá desde antes cristal es un tópico comparativo excelso, del que poco se privaron los románticos y líricos que les siguieron. Por otra parte, está la poesía lírica de raíz trascendetalista, pongamos Trakl que utiliza asimismo términos excelsos pero no es romántica. En tanto elemento común al barroco culterano, al romanticismo, el Parnaso y el modernismo, la excelsitud se ha confundido con el lirismo. Hace usted bien en querer matizar; sin embargo, fíjese que también he hablado de una lírica prestigiosa como paradigma más social que cultural y una fusión popular de lo excelso con lo romántico.

Publicado por: Jorge Aulicino | Marzo 9, 2008 11:26 PM

Algunos ejemplos, respecto de la tradicional utilización de "cristal" como elemento comparativo o metafórico prestigioso:

pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecida,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Neruda

Se desgrana un cristal fino
sobre el sueño de una flor
Rubén Darío


Triza la calandria en brindis canoro
El tenue cristal de la vislumbre
Lugones


pliega el arroyo en el prado
su abanico de cristal,
Herrera y Reissig


En el azul cristal habita el hombre pálido
Georg Trakl


Publicado por: Jorge Aulicino | Marzo 10, 2008 12:11 AM

Aulicino: mi comentario no iba en contra de sus afirmaciones, sencillamente quise hurgar en los vericuetos de la escritura (con sus varios géneros) contra los estereotipos o simplificaciones que más de una vez, me consta, se afincan y repiten hasta parecer verdades o creencias firmes, o, aun, justificaciones. Y creo que en ese sentido, cada quien a su modo, usted y yo íbamos por el mismo lado. Es completamente cierto que ese emparejamiento entre lírico con excelso, y cosas por el estilo, es algo que ha perdurado como imaginario social aun mucho después de que la búsqueda del Ideal de belleza hubiera quedado en el sueño de cierta poética. Creo que quien de veras le torció el cuello al cisne de vistoso plumaje fue Vallejo con sus patitos, y no Enrique González Martínez (que me parece más bien un resuello tardorromántico vindicando al búho). A propósito, se me acaba de cruzar un cuervo, y no precisamente los que sobrevuelan el campo de Van Gogh, sino el fríamente calculado en la Filosofía de la composición. Con sus ejemplos del uso del cristal, creo que justamente usted afirma la posibilidad de disponer de un elemento no por su valor de cambio, sino por su valor de uso, lo de Trakl lo demuestra claramente. Porque no se trata ya de acumulación de fauna, flora o minerales suntuosos (desde nenúfares a ópalos, para no extendernos), para sustituirlos por otra lista, ya Vallejo se quejaba de esa suplantación de vocablos en los futuristas, sino de utilizar un término según la necesidad del poema. O de utilizar determinado género según el único que se presenta o se encuentra en el proceso de escribir como del orden de la necesidad para aquello que afanosamente se intenta conformar como expresión artística. Y digo el único en tanto no da lo mismo una cosa que la otra, el cualunquismo es cuanto menos patético -y no pathos, precisamente-, en muchos órdenes, también en la literatura.

Publicado por: Susana Cella | Marzo 10, 2008 12:23 PM

Tiene mucha razón, Aulicino, al sostener que no sólo no es cierto que los poetas desprecien la narrativa sino, más bien, ocurre lo contrario. De dónde habrá salido semejante idea es difícil saberlo: lo único que se me ocurre es que fue urdida para justificar una posición tomada. Así también se explicaría otra cosa que me llama la atención: esa transitada fórmula, “los poetas más puros”, “los que son tan excelsos con el lenguaje”. Vengo encontrándola muy seguido, y casi siempre proveniente de la misma gente. ¿Dónde están esos poetas “excelsos” y “puros” que no se ven, o que sólo ellos ven? ¿Quiénes son esos poetas, qué peso tienen? ¿Quién les da pelota?
¿Sabe a qué me recuerda esto? A los viejos argumentos del Departamento de Estado, que veía comunismo donde había y donde no lo había, como pretexto para imponer su propia política, o en cómo hoy USA imagina terroristas en cada lugar en que necesita meter la mano. La comparación es excesiva, pero intenta poner a la vista por analogía cierto tipo de recurso: la invención de algo a lo que oponerse, para encubrir los propios propósitos o simplemente para quedar mejor parado. ¿No será que cierta gente necesita agigantar la existencia de una poesía “excelsista” para justificar lo que hace, temiendo tal vez que lo que hace no pueda sostenerse? La batalla contra los “excelsos” y “puros” se dio muchas veces en la poesía argentina, empezando por Carriego y siguiendo –son ejemplos salteados– con el martinfierrismo en los 20, el invencionismo en los 40, Lamborghini el mayor en los 50, los coloquialistas del 60 y, más tarde, algo de lo que se llamó “objetivismo” (antes de que ese rótulo se convirtiera en un nicho cómodo). Pero siempre, todas esas veces, había algo a lo que enfrentarse: un cierto consenso establecido, una mitología, un empantanamiento en criterios aceptados como dogma. ¿Ahora a qué se enfrentan los “antiexcelsos”? Más bien me parece, al revés, que quienes sí tienen algo a lo que enfrentarse son los que no se resignan a que la poesía aspire a “algo más” o “algo mejor”.
Resulta sugestivo el título de la entrevista a la que usted alude: “yo era totalmente anacrónico”. Eso quizá lo explique todo. Estaría actuando, en esa necesidad imperiosa de no ser anacrónico, la acción de un superyó o una especie de Big Brother que no permite que nadie saque los pies del plato previsto en el menú dispuesto para la fecha. Murena, en cambio, reclamaba como prioritario volverse anacrónico, y no lo decía por nostálgico o por veleidades aristocráticas sino como una condición para ver mejor todo, incluido, y sobre todo, el tiempo en que uno vive. Cada uno elige, ¿no?
Otra cuestión: el lenguaje excelso, e incluso cierto vocabulario suntuoso, notoriamente “literario”. ¿No se lo puede ver, muchas veces, como un modo de establecer distancia, restar inmediatez, producir una extrañeza? Remarcar que la literatura es artificio, juego, construcción. Por supuesto que hay –o hubo– quienes utilizan el lenguaje “excelso” para aparentar finura, pero también están los que recurren a la guaranguería y la insignificancia para que se vea qué cancheros y actuales son. Al igual que hace unos quince o veinte años había quienes se hacían los experimentales o rupturistas, no porque fueran las propias necesidades de la escritura las que se lo pedían sino porque no encontraban otra manera de compensar la carencia de talento o para ser objeto de interés de cierta crítica.

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