lunes, 17 de marzo de 2008

JUAN JOSÉ MILLÁS.

Rodolfo Chikilicuatre versus Manuel Pizarro

17/03/08
Si lo hemos entendido bien, enviaremos al Festival de Eurovisión a un actor que finge ser cantante. Y no porque no tengamos cantantes de verdad, sino porque el público ha preferido a uno de atrezo. Curioso, curioso. Y turbador. Aunque, bien pensado, si el Festival de Eurovisión es de cartón piedra, lo lógico era introducir también en ese decorado a un falso intérprete. Rodolfo Chikilicuatre, que así se llama el elegido, no va disfrazado de Joan Manuel Serrat, ni de Víctor Manuel, ni de Sara Montiel, sino de un extraño cruce entre Georgie Dann y Luis Aguilé. Su disfraz, por otra parte, es tan exagerado que deviene en caricatura. Una caricatura de Dann, o de Dann y Aguilé juntos.

Para que no falte de nada, Rodolfo Chikilicuatre lleva un tupé que recuerda lejanamente al de Elvis y rasguea una guitarra de juguete al tiempo que canta una canción también de juguete, es decir, una canción falsa que, para mayor desconcierto, no intenta parecer una canción verdadera. De ahí que esté, como el atrezo del falso cantante, convenientemente caricaturizada. La línea entre lo verdadero y lo falso no siempre está tan clara como nos gustaría. Tampoco la línea entre el decorado y lo que representa el decorado. Cualquier persona que haya acudido al rodaje de una película habrá sentido la fascinación que provocan las imitaciones bien hechas. Para detectar su calidad de imitación no hay más que encender una luz o tirar de la cadena, porque tanto la cocina como el cuarto de baño son de mentira.

Mi callista tiene en su consulta una chimenea falsa. Pero no hay más que asomarse a su interior para darse cuenta del engaño. Ahora bien, ¿cómo es una canción falsa? No tenemos ni idea. Hace años, obsesionado con la idea de que la realidad era una réplica, escribí una novela falsa. Tenía todos los detalles de una novela de verdad, pues me esmeré en su construcción. Pero era una novela de imitación, una réplica. Lo curioso es que todo el mundo la tomó como una novela verdadera. Recuerdo haber discutido sobre ella en más de un foro, intentando convencer inútilmente al público de mis intenciones. —Habrás pretendido escribir una novela falsa, pero te ha salido una de verdad –concluyó un catedrático de literatura tras uno de estos enfrentamientos dialécticos agotadores.

Naturalmente, llegué a la conclusión de que no hay forma ya de distinguir el decorado de la realidad. Por volver al caso de Rodolfo Chikilicuatre, la mayoría de la gente con la que he hablado está convencida de que es un cantante malo, pero de verdad. Y no es lo mismo ser un cantante malo que un cantante de mentira. Se puede ser malo y verdadero y bueno y falso. Chikilicuatre es malo y falso, condiciones que, lejos de intentar ocultar, acentúa para que nos demos cuenta de que no es un cantante, sino un actor que ejerce de cantante malo.

Qué desesperación, ¿no? Lo malo es que en este juego podría suceder que Chikilicuatre acabara creyéndose que es un cantante. Si todo el mundo se lo dice, si triunfa allá donde se presenta, si gana el Festival, lo que es perfectamente posible, lo mismo acaba identificándose con el personaje de tal forma que se queda a vivir en él. Tal vez, como apuntaba unas líneas más arriba, todos vivimos ya en un decorado. El jersey rosa con el que Aznar se presentó en un mitin de Rajoy, por ejemplo, ¿era un jersey rosa de verdad o de atrezo? Personalmente, creo que atrezo. No me parece que esté en la naturaleza de Aznar ese tipo de vestuario. Se disfrazó, evidentemente, pero ¿con qué fin? ¿A quién quería engañar? ¿Lo consiguió? Quizá sí, porque tampoco está en la naturaleza de Aznar la melena, ni el modo en que se la acaricia o se la echa coquetamente hacia atrás y, sin embargo, cuela. Hubo un momento, pues, en el que alguien suplantó al verdadero Aznar por un Aznar de atrezo.

¿Y qué decir de Manuel Pizarro, el todavía (suponemos) número dos de Rajoy. El PP, con los medios de que dispone, podría haber elegido a un economista de verdad para seducir al electorado. Por alguna razón, prefirió esa caricatura (Pizarro es a la economía lo que Chikilucatre a la canción) que finalmente no coló porque era demasiado grosera. Rajoy lo confió todo, en los instantes previos a las elecciones, a dos imitaciones: la de la niña, que era copia de una niña mexicana con la que alguien ganó unas elecciones, y la del ministro de Economía, cuyo original ignoramos dónde vive o en qué ambientes se mueve. Lo curioso es que Rajoy perdió allí donde Chikilicuatre triunfó, tal vez porque la gente todavía distingue entre las bromas falsas y las bromas de verdad. Qué raro.














Millás: «Lo falso se come a lo verdadero; llegará un momento en que todo sea falso» El escritor presenta «Laura y Julio», una novela en la que vuelca todas sus obsesiones sobre la línea que separa la realidad y la ficción







Oviedo, R. SARRALDE

Juan José Millás vuelca en su última novela, «Laura y Julio» (Seix Barral), todas sus obsesiones sobre los espejos, las dobleces de la vida, la borrosa línea que separa realidad y ficción, verdad y mentira, copia y original. Según el escritor valenciano, que ayer presentó su libro ante numeroso público en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA, llegará un momento en que lo falso se coma a lo verdadero. Un momento «en que todo sea falso». Hay indicios para no pensar lo contrario: el mercado está lleno de discos pirata, películas pirata, pantalones pirata. Es tiempo de piratas.


¿Y si «Laura y Julio» fuera una novela falsa?, se preguntó el padre de la criatura entre las risas del público. Falsa o no, la novela está basada en un suceso real de su infancia. Millás recordó que con 12 o 13 años su madre le envió a casa de la vecina para pedir un poco de aceite: «Me quedé asombrado. No, mejor dicho, espantado, al ver que la casa era exactamente igual que la nuestra pero al revés. Es decir, que una estaba a la derecha y la otra a la izquierda. La experiencia en casa de la vecina cambió mi vida. Al volver a casa era otro porque se me infiltró la conciencia del mundo como una sucesión de espejos que hace muy difícil saber en qué lado de la realidad estamos instalados».

Unos escritores viajan al fin del mundo en busca de historias. Millás, colaborador habitual de este periódico, las encuentra en la casa de al lado: «Mi intención con "Laura y Julio" era escribir la novela que estaría al otro lado del espejo». Laura y Julio son un matrimonio en crisis. Tras separarse, Julio, que hace decorados para el cine (decorados falsos, claro) ocupa el piso de al lado, donde vivía un amigo de la pareja, y desde ahí se observa y ve cómo era su vida anterior.
La historia de Serra
El pasado verano, una vez entregada la novela a su editor, Millás supo que había dado en el clavo con esta recreación de los juegos de espejos al conocer la noticia de la desaparición de una escultura del estadounidense Richard Serra que pertenecía al Reina Sofía. A la dirección del museo se le ocurrió entonces encargar una copia al artista y en una nota decía que en el futuro se consideraría que la copia sería la original: «A partir de ahí, comencé a imaginarme que si aparecía la primera original se establecería un diálogo entre las dos reivindicando cada una: "La original soy yo". "No, no, tú eres una impostora". Si el Reina Sofía se atreve a decir esto, es que ya no sabemos en qué lado de la realidad vivimos. ¿Somos capaces de saber en qué lado vivimos? ¿Estamos en el lado bueno o no?».

El novelista y periodista concluyó en Oviedo la gira de presentación de este libro, con el que ha regresado a la literatura de ficción después de «Dos mujeres en Praga», publicada hace cuatro años. En el acto del Club Prensa acompañó al novelista el coordinador del suplemento de Cultura de LA NUEVA ESPAÑA, Francisco García Pérez, que se ha convertido en algo así como el presentador oficial de Millás en Asturias. Para García Pérez, «Laura y Julio» es la novela resumen o la novela para iniciarse en Millás porque la obra recoge todas sus obsesiones: los espejos (reales y frutos de la imaginación de los personajes), las pérdidas de identidad (yo soy o quiero ser el otro), las geometrías simétricas, las metáforas (igualando seres vivos y objetos aparentemente inertes), las mujeres, el humor negro (o azconiano), las pérdidas, la sombra psicoanalítica, la mentira o la intriga.

A Millás no le molesta que los críticos subrayen que «Laura y Julio» es una novela típica suya: «Eso significa que mis planteamientos iniciales se han cumplido porque la novela abre y cierra una etapa; resume gran parte de las obsesiones que se encuentran dispersas en el resto de mi obra».

Tampoco le preocupan las críticas tan desiguales que ha merecido esta obra: «Si hay disparidad entre los críticos, eso quiere decir que algo importante está ocurriendo dentro de ese libro». Un libro al que con tan sólo dos meses de vida le están pasando «cosas curiosas»: lo han comprado cinco editores extranjeros y ya ha recibido una oferta para ser llevado al cine. También se ha interesado por la novela un editor norteamericano. «Algo raro está pasando», confesó Millás.

(Los lectores que lo deseen podrán consultar hoy la intervención íntegra de Millás en vídeo a través de la edición digital de este periódico, en lne.es).

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