martes, 1 de abril de 2008

LLUIS BASSETS

31 marzo, 2008 - Lluís Bassets

No estás de acuerdo, luego eres irrelevante


Sorprende la repetición de la jugada. Es muy sencilla. Consiste en amenazar con que una institución o a una persona se convertirá en irrelevante si no hace lo que quien presume de más poder quiere que haga. Esta fue exactamente la que hizo George Bush con Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, cuando quería que este máximo organismo internacional aprobara una resolución apoyando la invasión de Irak por Estados Unidos con el pretexto de unas armas de destrucción masiva que no existían. Quienes querían prolongar las inspecciones en Irak de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, encabezados por el miembro permanente y con derecho de veto que es Francia, se negaron a ceder al chantaje y no hubo resolución. Estados Unidos invadió sin base legal alguna y obtuvo después, en agosto de 2003, una resolución que convalidaba la presencia de sus tropas y de los países aliados en Irak.

¿Y qué pasó con Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad? Alguien puede creer que la amenaza finalmente no surtió efecto, pero no es así. El daño que produjo aquella amenaza y la actuación que la acompañó ha sido probablemente irreversible. La actual situación de Kosovo puede ser uno de los indicios: será difícil que en el futuro inmediato Rusia y China, también con derecho de veto, vuelvan a prestarse a acompañar a Estados Unidos y a sus aliados en nuevas intervenciones, como hicieron con la primera guerra del golfo o con el derrocamiento de los talibanes en Afganistán. Ya son muchas las voces, empezando por el candidato republicano John McCain, que propugnan una alianza por la libertad en la que participen Estados Unidos y la UE como pilares básicos, que sirva para eludir a China y Rusia, y por tanto a Naciones Unidas, a la hora de poner orden en la escena mundial.

Ahora hay repetición, aunque de menor calibre. Esta vez se refiere a la Alianza Atlántica. Y quien la hace es el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld. En tono menor, por tanto, pues se trata de un halcón neocon jubilado. Pero no hay que dejar caer en saco roto la advertencia, proferida en un artículo que ha publicado este pasado fin de semana el diario The Wall Street Journal (no pongo el link porque la entrada en los artículos es de pago). Si los socios atlánticos no aportan más soldados para Afganistán y no acceden a la ampliación de la OTAN hasta incluir a Ucrania y Georgia, viene a decir Rumsfeld, la Alianza se convertirá en irrelevante.

Rumsfeld no ocupa cargo alguno ahora, pero su voz sigue resonando, a pesar de los fracasos cosechados en Irak. Entre sus muchas proezas destaca la declaración que hizo en Munich, ante todos los socios europeos, en la que distinguió entre la Nueva Europa, formada sobre todo por los países salidos del comunismo, y la Vieja Europa, a la que también declaró, de una forma u otra, camino de la irrelevancia, con la ayuda inestimable de José María Aznar que remató la jugada con la carta que redactó conjuntamente con Blair y Berlusconi en solidaridad con Bush.

Rumsfeld es también el autor de axiomas que se convirtieron en célebres y fueron identificados incluso como poemas de tipo conceptual. No es la coalición la que condiciona la misión sino la misión la que condiciona la coalición: una forma de expresar que Estados Unidos iba a fijar lo que quería hacer sin consultar a los socios, que tendrían la opción de sumarse libremente. Y para justificar que se hiciera una guerra preventiva ante un peligro indeterminado y de alcance desconocido, acuñó uno de sus más célebres aforismos: Hay cosas conocidas que conocemos. Son cosas que sabemos que las sabemos. Hay cosas conocidas que no conocemos. Es decir, cosas que nosotros sabemos que no las sabemos. Pero hay también cosas que no sabemos que no las sabemos.


Habrá que seguir con atención la cumbre de Bucarest esta misma semana, en la que los socios atlánticos deberán tomar decisiones sobre estos dos temas, sometidos a una doble presión, la interna del socio y amigo norteamericano, interesado fundamentalmente en descargar una parte del enorme peso militar que ahora soporta en Irak y Afganistán sobre los socios europeos, y la externa del vecino ruso, que ha recuperado la energía y la ambición imperial perdida desde 1989 y quiere imponer en las nuevas circunstancias su derecho de veto sobre todo lo que se haga en territorio europeo y, especialmente, en lo que fue en su día parte de sus antiguos dominios de influencia. En el caso de la Ucrania y Georgia tiene una razón de más: fueron parte de la propia URSS, hasta el punto de que dos de sus más destacados dirigentes, Stalin y Kruschov, no eran rusos, sino georgiano y ucraniano respectivamente. Seguiremos la jugada.

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