sábado, 5 de abril de 2008

HISTORIA MEDIEVAL. y KENNETH BRANAGH POR MARCELO MORENO

Los hechos fueron, se cree o se reconstruyen o finalmente quedaron contados más o menos así:

Ante una Francia debilitada y dividida en feudos antagónicos, el 14 de agosto de 1415 el joven Enrique V, flamante monarca de Inglaterra, decide ganar el terreno perdido en lo que sería la Guerra de los Cien Años, desembarca en Harfleur y pone sitio a la plaza fuerte, ubicada en desmbocadura del Sena. Llevaba seis mil hombres de armadura y veinticuatro mil arqueros. La respuesta francesa osciló entre la cautela y la cobardía: lo dejaron hacer, apenas hostigándolo, táctica con que ya antes Du Guesclin había terminado con los ingleses.



En efecto, Enrique tomó Harfleur el 22 de septiembre pero para entonces le quedaba la mitad de su ejército: el que no había desertado, había caído y el que no, había sido alcanzado por alguna de las muchas enfermedades. El rey entonces decidió marchar hacia el norte, hacia el puerto de Calais, para reabastecerse.

Eran 200 kilómetros y el tiempo, desastroso: llovía constantemente. Y más enfermedades llovieron sobre sus huestes. A los cien kilómetros, los ingleses se encontraron con el río Some. Los franceses habían roto los puentes. Enrique quiso atravesarlo por un vado pero enfrente estaba el ejército francés, fresco y seco. Marchó enmtonces hacia el sur, cada vez más lejos de Calais, en busca de un paso salvador. Fue cuando los alimentos comenzaron a escasear hasta el peligro. Recién el 18 de octubre, luego de andar 80 kilómetros en dirección contraria a la buscada, hallaron algo así como una ciénaga y, de noche, con sumo sigilio, con rudimentarias balsas, cruzaron el Some sin que los franceses lo advirtieran. Esa fue la buena noticia.

Las malas noticias eran que estaban a más de cien kilómetros de Calais, que los hombres en condiciones de combatir se reducían a diez mil y que en su camino se plantaba una fuerza francesa tres veces mayor e intacta. Una legión de malas noticias para un joven e inexperto rey.

Pero enfrente estaba el orgullo de la flor y nata de la caballería francesa que, ignorando su lenta pero inexorable decadencia, estaba harta ya de esa penosa y triunfal guerra de guerrillas y ansiaba cubrir de gloria sus magnas y ostentosas armas. El gran ejército francés se desplegó frente a los húmedos ingleses el 24 de octubre en un claro flanqueado por bosques. Entonces Enrique avizoró su gran oportunidad. El suelo del llano, arado recientemente, había soportado continuas lluvias y era un lodazal. Por eso, colocó a sus ocho mil arqueros en ambos lados del campo y a sus caballeros en el medio, entre una considerable cantidad de estacas. Previsores, los lustrosos nobles franceses reforzaron sus armaduras para protegerse de las flechas, con lo que las hicieron aún más pesadas.

Es de noche ya, brumosa, fría noche y vendrá una batalla que pudo cambiar la historia. No lo saben probablemente, pero ambos bandos se disponen a combatir para la historia.

El tiempo y la victoria seguramente tejieron la leyenda. Y Shakespeare la utilizó a fondo. El célebre discurso del rey Enrique V a sus tropas, antes de la batalla, comienza por el lamento de uno de sus colaboradores, un noble a quien el autor nombra como Westmoreland:

-¡Ah, si tuviéramos aquí siquiera diez mil ingleses como esos de los que hoy están inactivos en Inglaterra!

A lo cual un inspirado Enrique V -vale la pena verlo a Keneth Branagh interpretándolo en la película- contesta con un célebre discurso dirigido a su enclenque tropa.

-¿Quién expresa ese deseo? ¿Mi primo Westmoreland? No, mi simpático primo; si estamos destinados a morir, nuestro país no tiene necesidad de perder más hombres de los que somos; y si debemos vivir, cuantos menos seamos, más grande será para cada uno de nosotros la parte del honor. ¡No desees un hombre más, te lo ruego! (...) No quería exponerme a perder un honor tan grande, que un hombre más quizá podría compartir conmigo. Por eso, ¡no ansíes un hombre más! Proclama, antes, a través de mi ejército, Westmoreland, que puede retirarse el que no vaya de corazón a esta lucha; se le dará su pasaporte y se pondrán en su bolsa unos escudos para el viaje porque no quisiéramos morir en compañía de un hombre que temiera morir como un compañero nuestro. Este es el día de San Crispín. El que sobreviva a este día volverá sano y salvo a su pueblo, se pondrá de puntas de pie cada vez que se mencione la fecha y se agrandará ante el sólo nombre de San Crispín.Y cada año invitará a sus amigos en la fiesta de San Crispín y se subirá las mangas para mostrar sus cicatrices, sus heridas de San Crispín. Los viejos olvidan, pero aún el que haya olvidado todo se acordará con orgullo de las proezas que llevó a cabo ese día. (...) Esta historia se la enseñará el buen hombre a su hijo y desde hoy cada fiesta de San Crispín recordará a nuestro pequeño ejército, nuestro pequeño feliz ejército, nuestra banda de hermanos. Porque el que vierta hoy su sangre conmigo será mi hermano. Por muy vil que sea, esta jornada, este día lo ennoblecerá y los caballeros que hoy están en la cama en Inglaterra maldecirán no estar con nosotros aquí y considerarán su nobleza de bajo precio cada vez que escuchen hablar a uno de nosotros sobre el día de San Quintín.

Esto le hace decir Shakespeare memorablemente a Enrique V y esas palabras, seguramente dichas sólo en los teatros y en los sets, quedarán para la historia.

Pero veámoslo y oigámoslo a Branagh, que lo dice estupendamente. Y también lo que sigue, el diálogo con el heraldo del Condestable de Francia, que ofrece la vida al rey Enrique a cambio de rescate: "no vengas más a hablarme de rescates, gentil heraldo, no tendrán otro que mi propio cuerpo, y si lo tienen en el estado en que calculo dejárselo les servirá de poca cosa."



Este discurso y del heroísmo que atraviesa la escena, la historia, el texto, la obra, el filme inspirará el título de una de las mejores miniseries bélicas que dio la tele: "The band of brothers", muy recomendable por cierto.


Pero mientras, volvamos al siglo XV, al norte de Europa, al sitio de la contienda. Entre la bruma, medio muertos de frío, los hombres van hacia la batalla, hacia la historia.

De un lado, los desharrapados ingleses; del otro, la flor y nata de la caballería francesa montada de punta en blanco. Hace frío y cae una fina llovizna. Están cerca de un pequeño poblado que se hará célebre: Azincourt.


Los caballeros franceses no se aguantan. Y arremeten, arremeten contra la bruma, entre un lodazal.
Y ahí nomás empiezan a penar: sus pesados corceles con sus pesadas armaduras y sus pesados caballeros con armaduras de pies a cabeza se atascan y se hunden en el barro. En vez de una carga, es una desmañada marcha la que emprenden, lanzas en ristre. Y los ingleses se ven aún lejanos cuando les llueven miles y miles de flechas. La confusión es total: no se ha producido choque alguno entre los ejércitos y ya los franceses están desparramados entre el barro, la mayoría herida y hundida por su propio peso.

Entonces Enrique hace avanzar a sus hombres. A los infantes y arqueros, armados con hachas y cuchillos. En la película, Branagh hace entrar a los hombres de a caballo. La historia dice que no, que fueron los de a pie los encargados de la carnicería. Porque los franceses estaban técnicamente rendidos y lo que siguó fue una matanza.

Fue la batalla más desastrosa de la historia medieval francesa. Los números nos dan la dimensión de la catástrofe: la cifra de franceses muertos llegó a igualar la del total del ejército inglés, 10.000. Mil caballeros de alta alcurnia fueron apresados para pedir rescate por ellos, entre ellos el duque de Orleáns, primro del rey. Los triunfadores informaron que sólo cien de ellos habían perdido la vida. Aunque fueran mil, era mucho más que una victoria.

En realidad, había sido una deshonra y una vergúenza. Así, mientras Enrique V volvía a Inglaterra y era aclamado como un héore, Francia se hundía en la guerra civil entre los bogoñones y los armañacs que se disputaban lo que quedaba de un reino sin rumbo La película de Branagh seguramente se inspiró en el clásico de Serguei Einseinstein, "Alejandro Nevsky". En él los caballeros teutones que tratan de invadir Rusia, terminan, con sus pesadas armaduras, rajando la capa de hielo de un lago y se hunden prodigiosamente en las aguas. La inolvidable música es de Prokofiev.

Enrique no se quedará con la gloria: quiere tierras, quiere a Francia entera, de ser posible. A los dos años lanza una alianza muy importante (con Segismundo, emperador alemán) y otra campaña, que le procura, luego de un sitio de dos años, Ruán, capital de su reivindicada Normandía. Atisba el camino expedito hacia París. Los bandos de la guerra interna francesa se unen con alfileres para resistir. Entonces negocia: buscará ahorrar sangre con matrimonio.


Enrique V, entonces, decide unirse a la dinastía real de los Valois, solicitando la mano de la joven princesa Catalina, la menor de las seis hijas de Carlos VI -el rey loco- y la reina Isabel de Baviera.

A la par que gestionaba su matrimonio, presionó al francés para que le reconociera la victoria y lo nombrara legítimo heredero del trono de Francia.

Así se llega a firmar el Tratado de Troyes (1420), en el cual Carlos VI reconoce a Enrique V como su único heredero tras su matrimonio con Catalina. En el documento se estipulaba que los descendientes de Enrique V y Catalina serían los sucesores del rey Carlos VI. Para completar la maniobra, se desheredaba al delfín Carlos, al que la reina Isabel de Francia acusaba de bastardo.

El 2 de junio de 1420 Enrique V se casa con Catalina y el 6 de diciembre entra en triunfo en París. Un año después Catalina le daría un hijo, heredero de dos reinos. Se terminaba, para indignación de los franceses, la monarquía en Francia. Enrique, el conquistador, tenía 34 años.

Desde luego, la situación en Francia se tornó convulsa. El Delfín desheredado se hizo fuerte en Bourgues y aunque débil, presentó resistencia. El hermano de Enrique V, Thomas de Clarence, quiso un poco de gloria para sí y fue derrotado y muerto en lo profundo de Anjou.

Enrique V entonces resuelve volver a su reino prometido. Pone sitio a Meaux, una ciudad rebelde, situada a 25 kilómetros de París. Luego de siete meses, la toma. Pero le cuesta gran parte su ejército y una muy considerable de su salud. Una disentería terrible acabará con su vida. Muy poco gloriosamente, el vencedor de Azincourt V moría a los 35 años víctima de una diarrea fatal.

Pocos meses después moría Carlos VI, el rey loco, que loco y todo reinó 42 años. El hijo de Enrique V con el nombre de Enrique VI es proclamado, a los nueve meses, rey de Francia e Inglaterra. Lo reconocen la viuda de Carlos VI y el poderoso duque de Borgoña. Y hasta la universidad de París. El hermano de Enrique V, Juan, gobierna como regente.

Pero el alicaído partido francés se agrupa en torno del Delfín bastardo, que es coronado en Poitiers (en lugar de Reims, como todos los reyes de Francia) y es llamado "rey de Bourges" por sus muchos enemigos.

Francia tiene dos reyes y una guerra interna, con demasiados ingleses en el medio. No tardará en aparecer un milagro que la salvará y coronorá de verdad al bastardo Carlos VII. Se llamará Juana de Arco. Pero con ella comienza otra épica, otra historia.

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