miércoles, 2 de abril de 2008

EL RIZOMA DELEUZIANO

El objetivo del grupo de estudios consiste en descubrir el entramado categorial, ontológico, que subyace en la obra de G. Deleuze y exponerlo de forma organizada.

El propio Deleuze reconocía que en su obra existe un sistema, pero no un sistema cerrado de categorías rígidas, como sucede en los filósofos clásicos, sino un sistema abierto. Un sistema de conceptos abierto a las realizaciones de las ciencias y abierto además en el sentido de que establece una conexión privilegiada con la literatura. La filosofía deleuziana no solo tiene muchas veces a la literatura como objeto de análisis, sino que se presenta a sí misma de una manera literaria, y esto sin menoscabo de su rigor. Podemos decir que, por una parte, tenemos en los pensadores post-estrucuralistas una voluntad de estilo que les lleva a cuidar enormemente la expresión, y aquí sus inspiradores últimos son los surrealistas y el arte moderno en general, con sus collages y sus mezclas de elementos heterogéneos. Pero al mismo tiempo los escritos de estos pensadores son enormemente rigurosos; en ellos los conceptos se ajustan siguiendo un orden cuasi geométrico.

Rigurosos y, sin embargo inexactos, buscan hablar rigurosamente de cosas que escapan a la exactitud matemática. En cuanto al estilo de Deleuze, hay que tener en cuenta que utiliza una terminología en parte nueva y en parte desviada de sus intenciones metafísicas originales.

El estilo de Deleuze ha sufrido una evolución a lo largo de sus obras; ha pasado del estilo académico clásico de sus primeros trabajos de critica filosófica a una etapa más literaria y aforística de la etapa intermedia, hasta llegar en las ultimas obras a un estilo muy vivo y entrecortado, cercano al lenguaje hablado, con sus saltos constantes de tema, sus interrupciones, sus vueltas atrás y repeticiones, etc.

Para Deleuze, solo hay filosofía cuando hay conceptos, pero los conceptos no son generalidades abstractas, sino que son singularidades ligadas a espacios y tiempos concretos, con fecha y nombres determinados, que, sin embargo, admiten aplicaciones a otros ámbitos distintos del de su origen.


Estas categorías no son científicas, aunque tengan su origen, muchas veces, en el ámbito de las ciencias, tanto naturales como humanas, son, mas bien, Ideas en el sentido Kantiano, es decir, nociones que relacionan las categorías entre sí, las prolongan hacia un foco virtual donde pueden converger y, a la vez, les proporcionan un horizonte teorético capaz de acogerlas. Sin embargo, hay varias diferencias entre las categorías deleuzianas y las ideas kantianas; en primer lugar, su pluralismo, ya que no hay solo tres ideas, sino varias más; además, su generalidad, las ideas deleuzianas no son últimas como las ideas kantianas; por ultimo, las categorías de Deleuze tienen una relación más cercana con lo empírico, tienen fecha, lugar y nombre propio, aunque dispongan de una amplia movilidad para aplicarse en distintos campos teóricos. Las categorías deleuzianas designan clases de acontecimientos, pero no esencias o conceptos; cada categoría es una meseta (plateau), es el nombre de un continuo de intensidad definido por múltiples acontecimientos conectados entre si.

El mundo contemporáneo ha roto con los segmentos duros y rígidos propios de otros tipos de sociedad y una segmentariedad más flexible se va imponiendo. Esta realidad no puede dejar de tener consecuencias sobre el pensamiento que debe comprender esta realidad compleja y no lo puede hacer con las categorías rígidas de los géneros literarios. La reflexión filosófica se abre a los discursos artísticos, literarios, políticos y científicos y se ve fecundada por ellos.

Las nociones ontológicas deleuzianas constituyen un sistema abierto centrado en las nociones de acontecimiento y simulacro, en oposición a las metafísicas esencialistas, idealistas e incluso corporalistas; en las nociones de diferencia y repetición, como exponentes de un pensamiento de la mismidad y de la identidad.

Deleuze es post-moderno en el sentido que ofrece su obra con una gran ironía y distanciamiento.

Aconseja no fiarse demasiado de sus recetas, las cuales no tienen asegurado el éxito. Como toda experimentación, la teoría deleuziana entraña un riesgo y el autor es consciente de ello, y por eso aconseja cierta prudencia en la aplicación de sus fórmulas.

Es interesante comprobar como una de las características fundamentales del pensamiento post-moderno, junto a su llamativo escepticismo y su cinismo iconoclasta, lo constituye esa llamada constante a la prudencia; dado que nuestro mundo ha abandonado los ídolos antiguos sin crear otros nuevos, ha roto las viejas tablas sin crear otras de recambio y ya que ahora no tenemos criterios universales ni valores validos para todos, el único recurso que le queda al hombre contemporáneo es la prudencia; pero una prudencia en la experimentación, ya que estamos obligados a experimentar nuevas soluciones para nuestros problemas, inéditos y sorprendentes en tantos aspectos; y en esta experimentación no tenemos mas guía que la prudencia para evitar repetir los errores de los que nos han precedido. La modernidad esta inconclusa, se debate en una serie de aporías, pero la solución no esta en la vuelta hacia atrás, sino en avanzar con mas cuidado y procurando no insistir en los mismos errores; la utilización de las fuentes de la tradición es solo válida si se la lleva a cabo de una forma distanciada, irónica, subversiva. Así hay que entender la obra de Deleuze, desde estas coordenadas de ironía, distanciación y experimentación prudente. Un ecléctico, si, pero consciente de las limitaciones y peligros de su eclecticismo, que combina elementos clásicos de maneras novedosas, rizomáticas, para producir lo nuevo siguiendo una experimentación creadora, aunque no exenta de peligros. Peligros, como, por ejemplo, la caída en lo que se critica, es decir, en la metafísica más abstracta o bien en el moralismo paternalista, o bien en la verborrea logomáquica y vacía.

La filosofía deleuziana establece una línea de fuga, un intento de liberar y desterritorializar el pensamiento, pero como todas las líneas de fuga puede ser revolucionaria o generar un pensamiento opresivo; la línea de fuga puede producir genios locos, esquizos o paranoicos. De aquí la necesidad de la prudencia, para evitar en lo posible los retrocesos y las destrucciones.

Las líneas de fuga, siempre minoritarias deben cuestionar lo mayoritario, pero sin sustituirlo; las minorías no deben imponerse, porque entonces se hacen mayoritarias y reproducen especularmente aquello que dicen atacar (feministas, reproducen la diferenciación, la exclusión y la segregación del machismo; el terrorismo reproduce especularmente todas las lacras de la sociedad que combate: militarización del pensamiento y de la acción política, la exclusión del otro, el fanatismo, la rígida disciplina, la violencia indiscriminada, el desprecio elitista de las masas, la glorificación del héroe...).

La filosofía deleuziana frente a estos ejemplos negativos se presenta como una pragmática, como un esquizo-analisis, como un instrumento para trazar los mapas, los diagramas característicos de las sociedades contemporáneas. La filosofía es un análisis de los espacios culturales, sociales, teóricos, y dentro de estos espacios individua las líneas que los cruzan y los puntos singulares donde se producen los cambios. La filosofía es una cartografía, una diagramática, pero también una pragmática, ya que da indicaciones practicas y ella misma se constituye como una practica, no solo teorética, sino con pretensiones de incidir directamente en las luchas cotidianas, teóricas y sociales.

El pensamiento de Deleuze es un materialismo que pone el acento en lo real, frente a lo imaginario y lo simbólico, que reconoce el dinamismo interno de la materia sin caer en el vitalismo, que afirma la autonomía del pensamiento sin caer en el idealismo. Pensamiento materialista, huérfano y ateo, pluralista y unívoco a la vez, trágico, en una palabra, que trasviste a la voluntad de poder nietzscheana en un deseo nómada y productivo, afirmativo y libre de toda negatividad dialéctica.

Su filosofía es una filosofía de los márgenes, de las minorías; no tanto de lo Otro, de lo opuesto, de lo oprimido, como de lo desdeñado, de lo olvidado, de lo dejado al margen.

La relación del pensamiento de Deleuze con la metafísica occidentales, por un lado, reformista, en tanto que no presenta una oposición radical a lo establecido, pero, por otro lado, su puesta al margen es mas revolucionaria que una critica o una denuncia, al clásico, del cual, sin embargo, preceden todos sus elementos. Elige un camino intermedio que le lleva a entrelazar sutilmente en su discurso elementos de continuidad y elementos de ruptura con la metafísica, a hablar a varias lenguas la vez y en diferentes estilos. es una cuestión de estrategia, de prudencia.

Junto con la filosofía clásica y el arte contemporáneo, la ciencia, especialmente la biología, pero también la termodinámica, la lingüística, la etnología y el psicoanálisis, están en el centro del pensamiento deleuziano. El arte, la literatura y la filosofía tendrían como misión privilegiada integrar a la ciencia en la vida cotidiana de las personas superando el escencialismo y la distancia a que estas se encuentran.

Deleuze, por una parte, lleva a cabo una reflexión sobre una serie de categorías proporcionadas por las distintas ciencias y las unifica a modo de ideas kantianas, entendiéndolas como problemas mas que como axiomas; por otra parte, ofrece una interpretación ultima de la realidad, a nivel molecular, en base a lo que denomina las maquinas deseantes. Esta interpretación es emergentista, neovitalista, y aquí recoge las aportaciones de Leibniz y Bergson, de las mónadas y del elan vitae; pero también es maquínica, aunque no mecanicista, ya que considera el conjunto de la realidad como una mecanosfera, es decir, como un conjunto de máquinas materiales, sociales y humanas entre las que corren flujos de deseo, de dinero y de mercancías. Esta concepción va mas allá de la oposición entre natural y artificial, ya que interpreta todo como constituido por el deseo y, en ese sentido, como algo natural, y así se ha podido hablar del ”naturalismo” e incluso del substancialismo deleuziano; pero por otra parte, el deseo es inseparable de las maquinas y los dispositivos maquínicos, que lo producen, lo codifican, lo transmiten y lo consumen, lo que permite entender la naturaleza como un artificio, como una maquina. El deseo es infraestructural, frente a la postura clásica del marxismo, y a la vez es productivo, contra la visión clásica de Freud y Lacan.

Las obras específicamente ontológicas de Deleuze son: la lógica del sentido, diferencia y repetición y mil mesetas, y en ellas se establece un sólido y complejo entramado categorial capaz de entablar un dialogo con la ciencia contemporánea a partir de las nociones filosóficas extraídas de la obra de Epicuro, Spinoza, Nietzsche y Bergson.

Uno de los objetivos de la ontología deleuziana consiste en elaborar un pensamiento capaz de captarlos acontecimientos en su singularidad, y aquí retoma, por una parte, los análisis estoicos, y por otra, las aportaciones literarias y lógicas de L. Carroll. Pensar el acontecimiento exige elaborar una noción de tiempo, distinta al Cronos clásico, y así Deleuze retoma la noción de Aión, como un tiempo que divide constantemente el instante presente, sin pasado ni futuro. En cuanto a la relación del acontecimiento con los cuerpos, los estoicos situaban los acontecimientos en la superficie de los cuerpos. El acontecimiento es un fenómeno de superficie que se desplaza en los limites de los cuerpos y de sus mezclas; y además es siempre efecto, a lo mas que llega, es al estado de cuasi-causa, pero la causalidad efectiva le es negada y reservada a los cuerpos. Los acontecimientos son lo mínimo que se da de ser, son extra-seres; por esto los estoicos los consideraban como incorporales. Incorporales que relacionan las palabras y las cosas, que se deslizan dibujando una superficie que une y separa a la vez las proposiciones y los hechos a los que estas se refieren. El sentido de la proposición es lo que se refiere al acontecimiento, es la cuarta dimensión de la proposición, irreductible a la significación, a la expresión y a la designación.

Los acontecimientos se expresan mediante verbos en infinitivo y son impersonales, intemporales, incorpóreos. El acontecimiento por antonomasia lo constituye la muerte, esencialmente en su aspecto impersonal, como cuando decimos ”se muere gente”; esta gente que muere no es nadie definido, es impersonal. La muerte además no tiene lugar nunca ni le pasa a nadie concreto, es algo sustraído al tiempo y con lo que nunca podemos toparnos, ya que como decía Epicuro, mientras yo soy, ella no es, y cuando la muerte es, yo ya no soy.

Pensar el acontecimiento es el gran desafío ontológico y epistemológico de nuestro tiempo. Desafío en el que han fracasado tanto la fenomenología y el positivismo como la filosofía de la historia e incluso el estructuralismo. Quizá un pensamiento de tipo serial sea capaz de elaborar la lógica del acontecimiento, ya que los acontecimientos se presentan en series, series convergentes y divergentes entre las que se establecen diversas síntesis: síntesis por contracción en el interior de una serie, síntesis por conexión entre series convergentes y síntesis por disyunción de series divergentes. Las síntesis suelen ser gobernadas por una palabra esotérica, como vemos en Carrol y Joyce; palabras esotéricas que son elementos singulares que expresan cambios, bifurcaciones, inflexiones. Las series están constituidas, pues, por puntos regulares, ordinarios y por estos puntos singulares, al igual que sucede en geometría, donde las curvas se definen por medio de puntos singulares que marcan el corte con los ejes, las asíntotas, el punto del infinito, etc., y en las cuales las curvas se comportan de forma especial.

Otro de los desafíos lanzados a la filosofía moderna, especialmente por autores como Nietzsche, consiste en romper con el platonismo o al menos invertirlo. Deleuze recoge este desafío y lo intenta solventar mediante una teoría del simulacro y del fantasma, obtenida a partir de los atomistas antiguos y de Freud. Los simulacros son aquellas copias malas que no sólo no intentan parecerse a los modelos como las copias buenas, sino que recusan el esquema del modelo y de las copias. Los simulacros son los falsos pretendientes que, mediante la proliferación y el disfraz, subvierten la relación de participación entre la idea y sus copias. Los simulacros estoicos y epicúreos contra las buenas copias platónicas.

Por otra parte tenemos la noción deleuziana de fantasma definida por Freud, como constituida por series de simulacros entre los que se establecen ciertas relaciones de resonancia y de repetición creadora. Un fantasma esta formado por dos series al menos, de simulacros que resuenan entre sí.

El fantasma no es, si embargo, la repetición actual de un suceso ya pasado, sino más bien la relación que se establece entre un suceso actual y el suceso virtual correspondiente, el cual llega al presente sin haber existido nunca en el pasado, aspecto este destacado por Freud y Lacan en su análisis del caso del hombre de los lobos.

Las nociones de simulacro y de fantasma nos abren el camino hacia otras dos nociones claves en la ontología deleuziana, las de diferencia y repetición. Ya hemos visto como el fantasma estaba constituido por la repetición de simulacros, repetición productora de lo nuevo, es decir, de lo diferente, ya que el simulacro actual no es la mera vuelta de un simulacro pasado, sino la actualización de un simulacro virtual que nunca ha existido con anterioridad.

El pensamiento occidental ha estado siempre presidido por la categoría de representación, se ha mostrado siempre como un pensamiento puramente representativo, basado en la identidad del concepto, la oposición de los predicados, la analogía del juicio y la semejanza de la percepción.

El pensamiento representativo se basa en una serie de postulados, el primero de los cuales alude al hecho de que este pensamiento esta basado en un principio original y fundante; además tiene como presupuesto el sentido común, entendido como el acuerdo armónico entre las diversas facultades del alma; es un pensamiento entendido como reconocimiento, como re-presentación de un modelo original y previo, ya dado; la detección del error es uno de los principales cometidos de la razón en este tipo de pensamiento; el error aparece aquí como el negativo del pensamiento, pero, a la vez, como incapaz de sustraerse a su dominio; el pensamiento de la representación es solidario con una noción de proposición incapaz de entender el sentido como uno de sus aspectos irreductibles a la significación, la designación o la manifestación; el pensamiento representativo tiene como modelo ideal de pensamiento el axiomático; es un tipo de pensamiento mas centrado en el teorema que en el problema y que ignora la dimensión problemática constituyente del pensamiento ontológico, que define un ámbito por encima de lo positivo y lo negativo que seria el ámbito de las preguntas, de los problemas; por ultimo, el pensamiento de la representación tiene como objetivo ultimo el conseguir un conocimiento, un saber, y para el, el proceso de aprendizaje es un mero instrumento. La noción de diferencia ha recibido un primer tratamiento sistemático en la obra de Aristóteles, el cual se mantiene en el ámbito de la representación que Deleuze denomina “orgánica” y que permanece limitada a lo finito. La representación se hace “órgica” cuando se abre a lo infinito, tanto a lo infinitamente pequeño gracias a Leibniz como a lo infinitamente grande en la obra de Hegel. Pero ni la representación orgánica ni la órgica permiten comprender la diferencia en sí misma, es decir, como un simulacro y no como una simple copia. En la filosofía clásica solo se vislumbra una posibilidad semejante, paradójicamente, en El Sofista de Platón, en el que aparece la hipótesis de una diferencia pura, libre de toda determinación, aunque solo para ser inmediatamente desechada.

No hay comentarios: