lunes, 25 de febrero de 2008

PENSAR EN ESPAÑA.

Vuelvo a pensar en España.
Lo hago a menudo, lo juro , no por aquello de los paraísos perdidos – no existen, ni perdidos ni de cualquier otra manera, supongo- , sino porque España me regaló la posibilidad de ser extranjero, una condición inapreciable. El extranjero tiene la obligación – y la oportunidad- de estar siempre atento, de vivir a dos metros del suelo, de entender el rumbo de la cabeza general de un sitio, de descifrar a las mujeres. El extranjero no debe mirar atrás – se aprende -, y sólo puede permitirse nostalgias de calidad, un tanto secretas, personales, que, si es argentino, lo alejen todo lo posible de Discépolo, de Freud, de preguntas como qué país les dejaremos a nuestros hijos.
España se muestra generosa en ese sentido. Deja al extranjero cambiar la piel.

En España hay menos día siguiente, menos reloj, menos angustia. Es un lugar antiangustia, sin ser trivial ni ligero, sin dejar por completo su famoso sentimiento trágico. Sólo que no se envenena de tragedia, y resulta capaz de dar vuelta una historia tremenda.
Vuelvo a pensar en España, donde fui extranjero.
El extranjero tiene que bajar el copete, lo que es muy sano. Sobre todo si el extranjero es argentino, y tiende a saber economía, política, fútbol, relaciones internacionales, cine, tanto como a aborrecer las corridas de toros y a practicar la constante liturgia del subconsciente.
Un día, como ocurre con las separaciones amorosas, despierta el extranjero con la noción clara de que ha dejado de serlo. Ya es del lugar. De golpe. Entonces, pueden ocurrir dos cosas: se vuelve con todo lo aprendido y vivido, o se queda, tranquilo, y engorda alegremente: la comida, a ver quién lo discute, es mucho mejor.


Publicado por Mario Mactas el 22/08/2007 | Enlace permanente

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