jueves, 21 de febrero de 2008

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Kosovo es el comienzo
Bruselas está tirando piedras a su propio tejado: tres de los cinco países que rechazan el nuevo Estado son miembros de la UE

• Si los albaneses macedonios deciden irse con los kosovares sí que tendremos un problema serio.

La inminente proclamación de la independencia de Kosovo es presentada por muchos analistas, con más pasión que otra cosa, como el final de un proceso iniciado hace casi 20 años. En realidad, es más de lo mismo por lo que toca a la situación interna del nuevo Estado, y, a la vez, el comienzo de algo nuevo a escala internacional.

Que los fastos no nos engañen: la independencia de que disfrutará Kosovo será aparente. No poseerá fuerzas armadas, los policías y los jueces los pondrá la UE, no podrá ingresar en Naciones Unidas como miembro.

Por lo tanto, un Estado que va a carecer de atributos de soberanía plena y seguirá siendo una especie de protectorado, ahora de Bruselas. Lógicamente, los extremistas no tardarán en meter baza. Los nacionalistas albaneses duros del partido Vetëvendosje! (¡Autodeterminación!), liderados por el joven Albin Kurti, flagelo de la administración internacional, comenzarán a movilizar a sus seguidores en las calles pidiendo independencia absoluta, sin cortapisas. Y los serbios del enclave norteño de Kosovska Mitrovica, donde funciona una administración serbia propia, parece que van a ignorar activamente la autoridad de Pristina.
A pesar de toda esa carga de incertidumbres con la que se estrena el nuevo Estado semisoberano, no es de temer que haya desórdenes de envergadura. De momento, ni a serbios ni a albaneses les interesa aparecer como los provocadores ante las grandes potencias que son las auténticas protagonistas de toda la operación. Otra cosa es la situación en la que queda Macedonia, un tabú que la prensa occidental evita tratar, como si fuera la peste. Nadie quiere recordar que en el 2001 esa república vivió una guerra interna en la cual la guerrilla secesionista albanesa estaba conectada, hasta en denominaciones y símbolos, con la del UÇK kosovar que había luchado contra los serbios dos años antes. Y es que no existen diferencias étnicas entre los albaneses de Kosovo y los de Macedonia, porque hasta 1991 pertenecieron al mismo Estado (Yugoslavia) y podían circular libremente por todo su territorio, y en el norte de esta última república se han erigido monumentos conmemorativos a los caídos en aquella corta pero dura contienda.
Ese conflicto sí que se puede reabrir, y lo saben Bruselas y Washington. Y si los albaneses de Macedonia deciden irse con los de Kosovo, y Macedonia queda rota y su capital dividida, sí que tendremos un problema serio, dado que la supervivencia de esa pequeña república quedará en entredicho y seguramente Bulgaria buscará intervenir, lo que abrirá nuevas dimensiones de conflicto balcánico, más allá de las que quedaron confinadas a las guerras yugoslavas de 1991-2001.
Pero existe otro nivel de análisis, que remite al papel de las tres potencias que juegan la partida real: EEUU, Rusia y la Unión Europea. Washington y Bruselas están siguiendo un guión muy rígido --el descubrimiento de algunas de esas astutas complicidades han creado una crisis política en Eslovenia, que preside la UE-- que, para sortear las numerosas contradicciones que conlleva, está generando un esquema argumental muy pobre pero peligrosamente maniqueo: todo iría como la seda si rusos y serbios no se empeñaran en poner problemas. Los serbios porque como demuestra el resultado de las recientes elecciones presidenciales, siguen siendo, en un porcentaje elevado, unos nacionalistas peligrosos (luego, el problema no era solo Milosevic, añade el guioncito por pasiva). Los rusos, porque temen que Kosovo sea un precedente para algunas de sus regiones que, según parece, estarían dispuestas a proclamarse independientes en cadena, cosa harto improbable.
Pero este planteamiento evita cuidadosamente explicarnos que es Bruselas quien está tirándose piedras sobre el propio tejado. Primero porque los problemas derivados del parto con fórceps de un Kosovo independiente está creando fuertes tensiones en los Balcanes: al menos cinco estados de la región ya han anunciado su intención de no reconocer al Kosovo soberano: Serbia (lógicamente), Rumanía, Grecia, Chipre y Bosnia. De ellos, tres pertenecen a la UE. Es decir, socios que no se fían de Bruselas. Y en Bosnia todos tienen claro que arreglar de esta manera el contencioso de Kosovo es vender por un plato de lentejas su propia viabilidad como Estado, tal como fue pactada en Dayton, en 1995.
En cuanto a Moscú, ¿qué esperaban? En Bruselas y Washington siguen empeñados en que la Rusia de Putin vuelva a ser la de Yeltsin, aquella potencia postrada, gobernada a ratos por un presidente enfermo y dominada por oligarcas descontrolados con los que se podían hacer suculentos negocios.

Pero esos tiempos se fueron. Y ahora Rusia ha dejado muy claro que se debe contar con ella para solucionar por las buenas una serie de problemas y dejar de empeñarse en colar dobles raseros a martillazos. Porque si se reconoce a Kosovo, ¿por qué no hacer lo mismo con la República Turca del Norte de Chipre?

La noticia saltó a los informativos en días pasados y entusiasmó a los turcos.

Definitivamente, el mundo ya no se puede compartimentar como hace quince años, porque se ha balcanizado, cierto, pero a la vez se ha globalizado, conectando entre sí a actores muy dispares y lejanos que pueden crear efectos inesperados.

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