lunes, 25 de febrero de 2008

CHEQUEOS, MAPAS Y RETRATOS - JUAN JOSÉ MILLÁS.

Chequeos, mapas y retratos
¿Qué hacer frente a esa instantánea mentirosa? A nadie, creo, se le ocurriría devolver la cámara, pues el vendedor no nos creería aunque le mostráramos la prueba de cargo. Hay programas de ordenador que hacen locuras. El problema es que tampoco nosotros nos lo creeríamos, aunque miráramos la fotografía mil veces. Tras los primeros instantes de perplejidad, la esconderíamos en un cajón y trataríamos de olvidar el suceso, relegándolo al ámbito de las cosas inexplicables. La vida está llena de ellas. ¿Qué importa una más? Es posible incluso que con el tiempo, y en un afán inconsciente por parecernos al de la foto, nos dejáramos bigote. Con frecuencia, la imagen que tienen los demás de nosotros (el retrato mental que nos sacan) se parece poco a lo que en realidad somos. Pero no es raro que intentemos responder a esa imagen, para no decepcionarlos. Personalmente, aunque tengo esa fama, no soy hipocondriaco. Pues bien, lejos de desmentirla, la acentúo. Para parecerme al de la foto. Las encuestas preelectorales funcionan (o pretenden funcionar) a modo de instantáneas del cuerpo social. De hecho, los expertos las denominan “fotografías”. El problema es que nos sacan con un bigote que no tenemos y que para mayor desgracia es idéntico al de Aznar. Habrá que esperar, desde luego, al día 9 de marzo para ver hasta qué punto se equivocan. Pero entretanto corremos el peligro de comportarnos como nos sacan, en lugar de como somos, para no decepcionar a los encuestadores. Eso se debe a que estamos hechos de una materia plástica, cambiante, moldeable. Somos de plastilina. Si un geógrafo hiciera un mapa de Europa en el que Portugal apareciera en Alemania, sería el hazmerreír de todo el mundo y se quedaría sin trabajo, a menos que Portugal (lo que no es probable) se desplazara hacia el norte, como si el mapa actuara al modo de una orden, y no de una representación. A veces tenemos la impresión de que las encuestas son (o pretenden ser) órdenes dirigidas al electorado. El problema es que el electorado termine obedeciéndolas. Así las cosas, la pregunta que debemos hacernos es si tiene más fuerza el cuerpo social o el cuerpo demoscópico. En el caso norteamericano, donde las encuestas previas no daban un duro por Obama, el electorado se hizo fuerte y ahí está el mulato barriendo a la familia Clinton del mapa. Si no tenemos bigote, se han dicho, no tenemos bigote. En resumen: que no se han rendido. Y eso es lo que hay que hacer, no rendirse. La peor decisión que se puede tomar cuando unos análisis de sangre salen mal es tirar la toalla. Con frecuencia, los análisis de sangre salen mal porque se han hecho mal. Las encuestas pretenden funcionar también a modo de chequeo del cuerpo colectivo. Las que estamos viendo estos días nos dicen con pelos y señales cómo estamos de glóbulos rojos y cómo de plaquetas; cómo de colesterol y cómo de ácido úrico. Nos miden la tensión arterial y la velocidad de sedimentación. Pero uno las mira y no se reconoce en ellas. La gente, por la calle, no está tan dividida, tan cabreada, tan irreconciliable. Nos han sacado con un bigote que no tenemos, por favor. Nos retratan con una enfermedad terminal. Nos cartografían colocándonos los órganos donde no son. Ya conocen ustedes la respuesta de Picasso a aquella dama que se enfadó porque no se parecía al retrato que el pintor había hecho de ella: “Ya se parecerá”, lo que es ingenioso y poco más. Si el médico me hiciera un chequeo del que dedujera erróneamente que estoy muerto, podría afirmar lo mismo frente a mis protestas: ya lo estará. Sé que algún día estaré muerto, todos lo estaremos, pero lo que quiero es que me diga cómo me encuentro ahora, por favor. Quizá en el futuro nos parezcamos a las encuestas actuales, es cuestión de insistir, pero me temo que hoy no tenemos mucho que ver con ellas. Escuché por la radio una tertulia sobre el tema en la que todo el mundo hablaba de la “cocina”, pues las encuestas se pueden guisar de mil maneras, como los callos. Hay periódicos (y quizá lectores de periódicos) que prefieren los sondeos más picantes que otros (también hay imberbes a los que les gustaría tener bigote). Quizá los institutos de opinión intenten responder a los gustos de sus clientes. Pero el cliente no siempre tiene razón (ni bigote). Los de la tertulia terminaron aceptando que en las encuestas publicadas hay finalmente un punto de interpretación subjetiva. Pero para ese viaje no necesitábamos alforjas. Si se trata de intuiciones, yo también tengo las mías. Y sin haber estudiado estadística.

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