lunes, 9 de junio de 2008

JOSÉ MARÍA ALGABA- El acantilado.

Monday, September 24, 2007
El acantilado de José María Algaba
El acantilado
JOSÉ MARÍA ALGABA

Algaida, Sevilla,
2006, 76 pp.



Con El acantilado conseguía José María Algaba el premio “Ciudad de Salamanca” de poesía en el otoño de 2005. Con anterioridad, y hasta con posterioridad, alcanzó otros premios relevantes del panorama español, como son el “Luis Cernuda”, el “Cáceres”, “Patrimonio de la Humanidad”, el “José Hierro” o el “Aljavive”, por no ser exhaustivos.
José María Algaba (Sevilla, 1954), digámoslo cuanto antes, es un atípico poeta sevillano. Su dicción, rica, sustantiva y honda, que conoce la tradición natal, como de sobra dejó demostrado en sus primeras obras, le hace desembocar en otras betas foráneas donde cohabitan la esencialidad y la tensión del lenguaje. Si sus primeros libros, La quimera encendida, La casa de las sirenas, El bruñidor de ágata o El sudario de Laertes nos mostraban a un hombre adolorido, por más que su dolor quedase acuñado, atenuado por una dicción de cierta delicadeza tonal, en sus tres libros últimos, El silencio de Isaac, Fragmento único, y el presente El acantilado, que bien pudieran armarse como una trilogía, encontramos a un poeta mucho más enrocado en sí mismo, pero también más herido, más extrañado, más conflictual en suma, cercano ya, tanto en el fraseo cuanto en la desnuda dramatización, al ex-presionismo centroeuropeo de Celan, Holan o Benn, o al hermetismo italiano de Montale, Quasimodo, Caproni o Luzi.

Algaba es, digámoslo sin rodeos, un poeta entrañado, que observa el mundo desde la desnudez y la crudeza de un lenguaje en tensión, rozando siempre lo irracional, pero sobre todo desde ese laborioso exilio que debe autoimponerse todo artista verdadero, para quien la poesía sea, sin quizás, un arte sin concesiones, a sangre, el oficio de la desnudez y el exilio permanentes. El acantilado, que ya desde su propio título nos sitúa justo en los límites de nuestra propia experiencia como hombres, es un libro que se suspende sobre el filo de la navaja, abierto al dolor y el desarraigo, pero también a una cierta dosis de ternura -entendida como el afán de comprender y extenderse en la existencia de los demás. Tanto el uno como el otro, el desarraigo y el dolor, comparecen por estas páginas densas, apercibidas de luz y de sombras escalofriantes, en toda su radical lucidez, entrañados y plenos de desazón y desasosiego y donde no sólo no se rehuye la llaga, sino que el poeta se abisma en la propia conciencia de la llaga para desde allí mostrarnos la caída, justo donde la palabra limita, ya sí, con el acantilado: “el poeta, que nunca llega a saber qué cierra / abre sombras y resurrecciones / y de repente es el pie / que sostiene el abismo”.

Como queda ya insinuado, la voz de este hombre íntegro no ha dejado de crecer y de abismarse desde la publicación de El silencio de Isaac en una sucesión de obras que se desarrollan en el límite del decir. Con el mencionado libro abría un territorio personal y conflictual que, en dosis de menor tensión, ya se encontraba presente en sus obras primeras, aunque no es menos cierto que será a partir del abismo que se abre ante él, con la visión entregada del padre, cuando el poeta que hay en José María Algaba implosiona y encuentra su verdadero territorio nuclear, abriéndonos la puerta a un mundo habitado por sombras y presencias que vigilan al poeta desde la oscuridad para acabar convirtiéndose en luz nueva, pero también en razón oscura. Frutos de esta tensión dramática serán los libros Único fragmento y ahora El acantilado.
El acantilado, el último de los libros publicados hasta la fecha -se halla en proceso de impresión el impresionante Libro de Ajax, ¡leánlo, por favor, no se lo pierdan!- por José María Algaba no añade amplitud sino intensidad a este ciclo. Como sugiere el título, en El acantilado se remata este gran retablo expresionista, donde confluyen los helados pámpanos celanianos, la sombra del último Juan Ramón, y el preciso bisturí la gran tradición mediterránea. De toda esta “gran herida abierta” que él hace su bandera, extrae Algaba una iconografía precisa, pero la partitura inconfundible, la tensión dramática, desconocida a mi modo de ver en la última poesía española, nos sitúa ante una obra torrencial y densa, que explora hasta las heces el alma humana. Conflicto y revelación, pero también rebelión y comunión, parecen darse la mano en esta voz que nos llega de lo hondo del alma humana, en lo que es una persecución agonística llevada, lo repito, hasta sus últimas consecuencias: “cada nota es un muerto / cerrazón, cerradura”. El papel de la palabra y del decir en esta aventura no es otra que situarse en el “acantilado” de esa realidad otra que una y otra vez se nos escapa y que sólo el poeta -el poeta con mayúsculas, se entiende- puede revelarnos. Si en Único fragmento, la figura tutelar del padre (Isaac), reaparece como hombre y Dios al mismo tiempo, dando paso al universo intocado pero vulnerable de las hijas, en un ir y venir donde no falta ni la ternura ni la desesperación, en El acantilado se completará el ciclo familiar con la presencia de la madre, que encarna lo telúrico, lo nutricio y a quien llega a equiparar en su papel envolvente y sagrado a Dios. El poeta, mediador y recluso entre esos tres mundos, en el de la madre como ser de luz, en el dolor encarnado por el padre (“padre sin voz, ya soy tu hijo muerto / mírame regresar de una casa extraña”) y en la esperanza -que es también desesperanza- representado por las niñas (y yo abracé a mis hijas en un abrazo hermoso, / y no tuve consuelo), se halla en una situación sin aparente salida, ante una verdad obvia, pero que al sernos revelada inequívocamente, nos coloca ante el dolor abisal, ante el acantilado, como nos recuerda el final del conmovedor “Asfodelos”, uno de esos poemas que delatan a un poeta verdadero: “y descendió al fondo más oscuro,/ hacia el olor a fuego de la mesa, / y ya no hay muertos, dijo”.La obra de Algaba, como también la de Miguel Florián o la del joven Diego Vaya abren nuevos y esperanzados horizontes en la a veces demasiado solipsista y estereotipada poesía sevillana. Ojalá, ojalá cunda el ejemplo.

No hay comentarios: