viernes, 1 de mayo de 2009

Discépolo

Un 23 de diciembre moría Discepolín

Mordisquito



Una de las facetas fundamentales del universo de Enrique Santos Discépolo [27 de marzo de 1901 - 23 de diciembre de 1951] fue su comprometida militancia peronista. Y uno de los factores que provocaron su depresión y un final divorciado de la élite intelectual fue, justamente, este aspecto esencial de su propuesta poética vinculada al conflicto social. Discépolo murió distanciado de varios viejos amigos y criticado por sus pares, que le hicieron un vacío a raíz de su ideología. Defendió con convicción, ironía y vehemencia lo que él entendía un enorme avance en el desarrollo político y social del pueblo argentino, el gobierno del general Perón.

Poeta insigne, compositor, gran actor y autor de teatro y cine, filósofo profundo y profeta visionario, la radio iba a ser el vehículo para difundir su ideario, en su famoso y fulminante micro-programa: “¿A mí me la vas a contar?”.

Transcribimos a continuación el último texto leído por Discépolo el 10 de noviembre de 1951, un día antes de las elecciones que concluyeron con un triunfo arrollador de la fórmula Perón-Quijano, lo que probablemente explique el vehemente tono intolerante y antiradical:



Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria.

Nacieron de vos, por vos y para vos. Esa es la verdad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando miseria, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por la clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz hasta lo de Vasena [se refiere a la Patagonia rebelde y a la Semana trágica], porque pedía un mínimo respeto a su dignidad de hombres y un salario que los permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco. No. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad. Con la misma crueldad aquella del candidato a presidente que mataba peones en su ingenio porque le pisaban un poco fuerte las piedritas del camino a la hora de la siesta [se refiere a Robustiano Patrón Costas, cuya postulación en la fórmula con Ramón Castillo se malogró con el golpe del 4 de junio de 1943].

Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticia que presidía el país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto desmán, terminó por parecerte correcto lo más infame. Claro, a vos no te alcanzaba esa injusticia. Tendrías, como un señor que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, un puesto de ama de cría para cubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente, y un sueldo para salir con el clan. Yo me acuerdo del clan. Y vos también. Aquella mafia siniestra que salía sólo para aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos, otra vez a tiros y a veces con el camión para hacerlo más divertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la estulticia que manejaba el país. Mirá, si vos hubieras estado en la Semana trágica como yo y como tantos, en Cochabamba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco, luego a cientos, y hubieras visto masacrar judíos por una “gloriosa” institución que nos llenó de vergüenza, no hubieras formado nunca más parte de ese partido que integrás por amor propio y quizá por ignorancia de tantos hechos delictuosos que son los que empezaron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón.

En un país milagroso de rico, arriba y abajo del suelo, la gente muerta de hambre. Los maestros sirviendo de burla en lugar de hacer llorar porque estaban sin cobrar un año entero. ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado! Yo sé que te da rabia que te lo repitan tantas veces, pero es que entristece también pensar que no lo querés oír. El otro día, en un discurso oí que decías refiriéndote a un gobierno de 1918: “Ya por ese entonces los obreros gozaban…”. ¿De qué gozaban? ¡Los gozaban!, que no es lo mismo. Y, sí, Mordisquito, ¡los gozaban!

La nuestra es una historia de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político que nos gobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron. ¡Todos! ¡Siempre! Una curiosa adoración, la que vos sentís por los pajarones, hizo que el país retrocediese cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no le entendés nada; la que te habla claro te parece vulgar. Yo también entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?, me sentía más conmovido frente a un pajarón que frente a un hombre de talento. El pajarón tiene presencia, tiene historia larga, la que casi siempre empieza con un tatarabuelo que era pirata. Yo también me sentía dominado por los pajarones cuando era chico. Ahora, ¡no! Cuando era chico, sí. ¡Pero no ahora, Mordisquito! Salvate de los pajarones. El fracaso -por no decir la infamia- de los pajarones fue lo que trajo como una defensa a Perón y Eva Perón. Pero no fui yo quien los inventó. A Perón lo trajo el fraude, la injusticia y el dolor de un pueblo que se ahogaba de harina blanca y una vez tuvo que inventar un pan radical de harina negra para no morirse de hambre. Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, qué desmemoriado te vuelve el amor propio!

Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lo trajiste! ¡Y a Eva Perón también! Por tu inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por él y por ella, por la patria que los esperaba para iniciar su verdadera marcha hacia el porvenir que se merece.

¡A mí ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta otra vez, sí.

Hasta otra vez.



Y, finalmente, como para confirmar que tanto no han cambiado las cosas, el tango emblemático de Enrique Santos Discépolo:

Cambalache, 1934
(¿y en siglo XXI también?… ¿Eh…?)

Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé,
(¡en el quinientos seis y en el dos mil también!).
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
valores y dublé…
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos…

¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!…
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura,
colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!…



¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
y “La Mignón”,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín…
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
junto a un calefón…

¡Siglo veinte, cambalache
problemático y febril!…
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás!
¡Dale que va!
¡Que allá en el horno
nos vamo a encontrar!
¡No pienses más,
sentate a un lao,
que a nadie importa
si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley…


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Comentarios.Osvaldo Vergara Bertiche dice:
31 de Enero de 2007 | 2:17 pm

Artículo de Osvaldo Vergara Bertiche
Rosario, Provincia de Santa Fe

Publicado en http://www.elortiba.org
23/12/2006

DISCÉPOLO, DE LA DÉCADA INFAME AL ESTATUTO DEL PEÓN

Hace 55 años, en 1951, gambeteándole a la muerte por algunos meses y hasta el 23 de Diciembre, Enrique Santos Discépolo, decide “jugarse entero” explicando el peronismo, sin alegorías, sin interpretaciones complejas, desde Radio Nacional, en el programa “Pienso y digo lo que pienso”.

Discépolo habla de peronismo mientras lo vive. Manifiesta, así, su apoyo al gobierno que venía a redimir las décadas que también él las vivió, que las contempló y que contempló la angustia de muchos, “el hambre de los otros, la injusticia de los postergados y la tristeza infinita de vivir en la tierra que lo ofrece todo para que los más no tengan nada. Esa injusticia que orilla por las calles de los pobres…”.

Es en esos tiempos que le empezó a doler la “cicatriz ajena”.

En estos otros momentos, distintos, muy distintos, en la historia de los argentinos, “la exclusividad de los umbrales han vuelto a tenerla los novios; ahora no hay limosneros en los umbrales, ni en los andenes, ni en los cementerios. A los limosneros se los podía encontrar en un pasado cruel y desaprensivo”. (Mordisquito, Audición IV)

En la Década Infame (1930/1940), expresión que debemos al periodista tucumano y agitador de rebeldías, José Luis Torres, quien sintetizó como nadie el país real, Discépolo decía, como símbolo de la ruptura del tejido social de la solidaridad:


Cuando la suerte que es grela, /
fallando y fallando /
te largue parao…
Cuando estés bien en la vía, /
sin rumbo, desesperao…
Cuando no tengas ni fe, /
ni yerba de ayer /
secándose al sol…
Cuando rajés los tamangos /
buscando ese mango /
que te haga morfar…
La indiferencia del mundo /
que es sordo y es mudo /
recién sentirás.
Verás que todo es mentira, /
Verás que nada es amor…

Que al mundo nada le importa… /
Yira… Yira…

Aunque te quiebre la vida, /
aunque te muerda un dolor, /
No esperes nunca una ayuda, /
ni una mano, ni un favor.
Cuando estén secas las pilas /
de todos los timbres /
que vos apretás.
Buscando un pecho fraterno /
para morir abrazao…
Cuando te dejen tirao /
después de cinchar, /
lo mismo que a mí…
Cuando manyés que a tu lado /
se prueban la ropa / que vas a dejar…
¡Te acordarás de este otario /
que un día, cansado, /
se puso a ladrar!


Y cansado de ver tantas injusticias, no solo ladró sino que mordió rabiosamente cuando en 1951, expresa: “¿Por qué no pensás un poco vos también? Yo no te pido que inventés una escuela filosófica o que leas a Einstein y te vayas a dormir con el teorema puesto. Yo te pido que abandones tu posición de terco y pienses… pienses en lo que estaba pasando y en lo que pasa ahora. Tenías una patria como una rosa, pero esa rosa no perfumaba tu vida sino que estaba deshojando en el ojal de los otros. Ahora la solapa de tus enemigos está vacía y la rosa es tuya…” (Mordisquito, Audición VII)

Para alcanzar lo que se está alcanzando hubo que resistir y que vencer las más crueles penitencias del extranjero y los más ingratos sabotajes a este momento de lucha y de felicidad”. (Mordisquito, Audición II)

“Estamos viviendo el tecnicolor de los días gloriosos…” (Mordisquito, Audición V)

En 1934, en “Quién más, quién menos”, ve desfilar ante sus ojos, la miseria de la mujer explotada:

Te vi saltar sobre el mantel, /
gritando una canción…
y obscena y cruel, en tu embriaguez, /
ya sin control mostrar
- muerta de risa - al cabaret
tu desnudez…
…bizca de alcohol… pisoteando al zapatear, /
entre los vidrios tu ilusión!…


17 años después, diría:

“Que la mujer nos guste es una de las costumbres más bellas que Dios nos puso dentro. Claro unos están más acostumbrados que otros, ¡pero la costumbre es de todos! Desde el enamorado tropical que la pregona con un mambo hasta el esquimal que ama con el pingüino puesto.


Si la mujer embellece nuestra vida, ¿cómo podríamos soportar la explotación de aquellos tiempos superados y cómo podríamos no agradecer estas leyes justas y dignas de una sociedad culta, que ahora protegen su delicado esfuerzo; estas leyes, mirá, que a veces más que ser leyes parecen piropos?

Dignificando a la mujer, de rebote mejoramos la dignidad de los hombres, porque no me digas que el respeto hacia la mujer querida – que es tu madre, tu novia o tu esposa – no es respeto que se te ofrece a vos también”. (Mordisquito, Audición XVII)

En aquellos otros tiempos dice en “Tormenta”

Yo siento que mi fe se tambalea,
que la gente mala, vive
¡Dios! mejor que yo…


Desde 1946, esto había cambiado. Y a raíz de una supuesta carta anónima, que le atribuye a Mordisquito (Audición IX), le contesta: “Tirás y, lógico, escondés la mano. Todos los ingredientes del resentimiento se mezclan en el magro pucherete de tu carta: la envidia, el rencor, la sin razón, la injuria. Ingredientes que resumen una sola resultante: tu rabia. Una rabia de pichicho que no puede morder su propia cola y entonces ladra de este modo: claro vos hablás bien porque estás acomodado. Para vos todos los que comprenden que el país transita un destino de bienestar y de justicia están acomodados. ¿Y sabés una cosa? ¡Sí! Tenés razón. Francamente, mirá, estamos todos acomodados.

Desde los pibes, para quienes se viene construyendo una escuela por día…

Y también están acomodados los muchachos, aquellos que antes vendían diarios, que tienen ahora cientos de escuelas de enseñanza técnico-profesional y enseñanza universitaria gratuita.

Y también se acomodaron los obreros, los laburantes de nuestra sufrida carga y la clase baja de tu irreflexiva soberbia, que aumentaron al triple sus jornales y lograron la dignificación del trabajo. ¿Te das cuenta que todos estamos acomodados?

Es brutal el acomodo. Se acomodó la salud y el bienestar general…

Estamos todos acomodados… y no me vas contar que no entraste en el beneficio de esta generala servida”.

Ahora, no sólo los malos vivían bien; la fe, Discépolo, la reencuentra y la transmite con atrevida y filosa lengua.

“Tres esperanzas”, su tango de 1933, es quizás un símbolo. Ganas de olvidar un pasado de desventuras y miedo al porvenir. Soñaba, pero ese presente, impedía tener sueños de justicia, le hacía un gil. El futuro era adverso, no se vislumbraba cambio alguno.

No tengo ni rencor,
ni veneno, ni maldad,
son ganas de olvidar,
terror al porvenir...
Me he vuelto pa´ mirar
y el pasao me ha hecho reír.
¡Las cosas que he soñao!
¡Me caché en dié, qué gil!

Con la llegada del peronismo, “¿No son más dignos y más hermosos estos momentos que aquellos?”. (Mordisquito, Audición XIV)

“Desde todos los vértices de este triángulo de felicidad que es la Argentina se derramará el río estupendo de los que no vienen a buscar una esperanza sino a mantener una realidad”. (Mordisquito, Audición XXVIII)

Pavorosamente solo…
como están los que se mueren,
los que sufren,
los que quieren…

En “Martirio” de 1940, la soledad sigue siendo un tema central de la filosofía discepoliana.

Pero, ahora arremete, desenfunda su indignación y exclama:

“… vivís en un mundo que nunca tuvo ni expectativas ni angustias. Pero había otros viejos, Mordisquito, los tristes y los solitarios, los que giraban lentamente para mirar el camino recorrido y se hacían esta pregunta sin esperanzas, esta pregunta inhumana y terrible: ¿Para qué caminé? ¿De ese camino, qué me queda? ¿Qué quise tener, qué soñé tener y qué tengo ahora?

Ahora… “¡Miles de ancianos salvados de la infamia y del hambre, techo para todos, pensiones a la vejez, descanso y respeto en sus útimas horas, y no la limosna sino la dignidad, y no el asilo sino el hogar!”. (Mordisquito, Audición XXXV)

Enrique Santos Discépolo, que en 1947, pusiera letra definitiva al tango de Ángel Villoldo, “El choclo”, verdadera síntesis de la historia de nuestra música ciudadana, nos dice que “ardió en los conventillos”.

El tango “mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia” nació en los arrabales, en los barrios. Barrios “… estos que yo recorro. No son aquellos de antes. No, no creas que voy a hablarte en nombre de la nostalgia y que voy a evocar melancólicamente la zanja cargada de ramas impermeables, ni el potrero adonde íbamos a comer el huevito de gallo o el farol que apuntaba las espaldas dramáticas del gaucho. No, no; lo mío tiene otro sentido. ¿Sabés lo que es lo mío?. Un viaje a través de la geografía arrabalera, un viaje que no pretende encontrar algo, sino al contrario: pretende… no encontrarlo….

Yo me meto en el barrio, corazón adentro, y, después de recorrerlo, te pregunto ¿está el conventillo? ¡Y no, no está, claro que no está! ¿Me entendés ahora?. Yo no quería encontrar más el conventillo, y no lo encuentro. Toda aquella miseria organizada fue barrida por otra organización. ¡La del amor! ¡¿Cómo?! ¡¿qué a vos te gustaba más aquello?! No; puede ser que te gustase como elemento pintoresco, pero no como medio de tu propia vida. El suburbio de antes era lindo para leerlo, pero no para vivirlo. Porque a mí no me vas a contar que preferías el charco a la vereda prolija y que resultaba más entretenido el barro que el portland…

Durante años y años los inquilinos del suburbio vivieron aquella comunidad absurda. La humillante comunidad del conventillo. Una oxidada sinfonía de latas. Toda una intimidad doméstica al aire, un verdadero festival para la profilaxis, ¡un mundo donde el tacho era un trofeo y la rata un animal doméstico!

Vos nunca te habías metido en el laberinto del inquilinato, en la prosa infamante de aquellas cuevas con la fila de los piletones, el corso de las cucarachas viajeras y las gentes apiladas no como personas sino como cosas. Vos conocías el barrio de los tangos, cuando los tocaba una orquesta vestida de smokin. Por eso no puede conmoverte como a mí este desfile de las casitas dignas, que hacen flamear la banderola roja de un techo, el trapo verde y fragante de los jardines bien cuidados”. (Mordisquito, Audición XI)

Discépolo vivió dos realidades, la de La Década Infame y la otra, cuando se pone en vigencia El Estatuto del Peón, la dignidad de los más que tenían menos.

Y por eso fue como fue. ¿Exagerado? ¿Destemplado? ¿Crudo? ¿Sectario? ¿Dogmático? ¿Injuriante? ¿Intolerante? ¡NO!

Cuando quién había ganado las elecciones más democráticas en la historia de los argentinos y contra todo el arco opositor unido, era tratado de “tirano” y las mayorías populares que le dieron el triunfo eran “el aluvión zoológico”, toda desmesura fue un recurso.

Al fin y al cabo, cuando hay dos proyectos, uno de Nación y el otro de entrega, dependencia y explotación, los tonos del debate resultan destemplados.

Después de 55 años, a Discépolo lo seguiremos escuchando, porque “voy a estar en el grillo de tus noches, en la canilla que gotea, en el ropero que cruje a medianoche, en el humo final del pucho que apretás rabioso contra el cenicero, en el chas-chás del cinc cuando llueve, en todos los pequeños ruidos de la obsesión, allí voy a estar, persuadiéndote”.

“Aunque me marche, como me marcho ahora, se que seguirás oyéndome…” (Mordisquito, Audición XXXVII)