sábado, 3 de enero de 2009

De Miguel Oscar Menassa.

VUELVO PORQUE VOLVER ES MI FUNCION

Hoy hablaré de un nuevo continente que, como todo nuevo continente, debe todavía concluir su producción y que, por otra parte, no puede, todavía dar cuenta de sí mismo. Un continente que antes de pensar en su autonomía, tuvo que padecer, para poder ser aceptado en la comunidad de continentes, de todos los imperialismos imperantes. Desde la medicina hasta la poesía. Pasando por la estupidez y la magia y en algunos territorios, también, la policía luchó en contra de cualquier crecimiento desmedido de este nuevo continente.

Estamos hablando del psicoanálisis, aparentemente una cosa tan individual, tan de diván y, sin embargo, poderosos sistemas sociales se oponen a su socialización.

¿No es acaso, la propia familia del loco, la que retira al paciente del tratamiento, aduciendo que los cambios que el psicoanálisis requiere en la familia entera, para que el paciente cure, son demasiados cambios y que es preferible que internemos al enfermo y con algunas pastillas para los nervios, seguimos tirando y dejamos a la familia tranquila?

¿No es acaso la democrática Universidad que impide de mil maneras la enseñanza metódica, en sus aulas, de esta nueva disciplina del hombre?

¿No es acaso, el cuarto poder, la prensa, que selecciona de tal manera los hechos psicoanalíticos, que por ejemplo, para algunos diarios madrileños; es mejor hacer karate para curarse las enfermedades mentales que psicoanalizarse. Según notas aparecidas en estos periódicos, el psicoanálisis sería algo parecido al alcohol y a la heroína? La pregunta sería, ¿quién no reprime el psicoanálisis?

¿No son acaso las instituciones psicoanalíticas, internacionales o no, que interrumpen el psicoanálisis de sus miembros, porque, la política no lo permite?

Y si nos preguntáramos ahora, quién le teme al psicoanálisis? Podríamos responder, en general, todos.

Más difícil nos ha de resultar, responder a la pregunta de por qué se le teme al psicoanálisis. Y aquí, debemos saberlo, el miedo tocará toda reflexión.

A- Si el psicoanálisis es, como venimos tratando de mostrar, una ciencia nueva de un objeto nuevo, no le alcanzará para desarrollarse, tener poder, sino, más bien, poder transformar los modos de apropiación del objeto del cual se trate. El investigador queda implicado en la operación, mucho más de lo que se suponía, ya que no habría psicoanálisis sin el deseo del psicoanalista. El investigador deberá saber, ahora, que toda producción no llevará, como se dice, la marca de su personalidad, sino la de su deseo inconsciente. Pero recién hemos hablado del deseo inconsciente, que no es el psicoanálisis ni mucho menos como se piensa, a veces, que el deseo inconsciente es el aparato psíquico.

El deseo inconsciente es el vector que en el tiempo producido por el concepto de aparato psíquico (que es una compleja articulación de instancias) roza asintóticamente su realización y su muerte. Sin conseguir nunca, ni realizar, ni morir; ya que realización y muerte, son sinónimos, cuando se trata de poner fin al mecanismo que sostiene en vida al aparato.

Una presencia que por su persistencia, termina siendo invisible para nosotros mismos, es decir, actúa en nosotros como una ausencia. Y por otro lado, una ausencia, que de tan ausente, se hace presencia nítida y así, como realidad objetiva actúa sobre nosotros.

Hasta aquí temo al psicoanálisis, porque el primer requisito que se me impone para ser ciudadano de semejante país, es aceptar la incertidumbre, como un estado natural dentro del territorio y en lugar de huir o matar, como nos venía enseñando la familia y, por qué no decirlo, también, el Estado; habrá que ponerse a conversar. Y conversar no es cualquier cosa, sino que es, en la precisión de un diálogo donde se conversa. Y la precisión de un diálogo, no es otra cosa que la determinación teórica que impone a ese concepto de la técnica psicoanalítica, que sea de una manera y de ninguna otra: Él hablará a nadie y menos que menos, al analista.

El Otro hablará para nadie y menos que menos, para el analizado.

Diálogo que ofrece como única garantía: que alguien hablará, él u Otro, pero nunca nadie sabrá quién habla, ni a quién habla.

Si, ahora soy capaz de aceptar esta incertidumbre, en lugar de los riesgos que me ofrece la carretera, el paracaidismo o las cantinas, donde uno puede emborracharse hasta morirse, entonces estamos en condiciones de comenzar.

B- Si soñar, soñamos todos, y trabajando los sueños, Freud produce la teoría del inconsciente, todos, aún no queriéndolo, tenemos nuestra propia vida implicada en el descubrimiento. Por lo tanto, temo por segunda vez al psicoanálisis, cuando después de haberme pedido que, para pensarlo, debía abandonar mi razón, que por otra parte, era mi razón de ser, me pide ahora, como requisito indispensable, para rozar ese saber, no sabido en mí, que modifique mi propia vida. Es decir, que cambie de mis relaciones con los otros, las pequeñas mezquindades, los eternos rituales, sin prometerme nada a cambio sino que simplemente, me prometerá aquello que temo: una transformación. Por lo tanto, temo lo que el psicoanálisis en su transmisión, me requiere, psicoanalizarme.

C- Y si fuera poco motivo de temor, tener que haber modificado los fundamentos que permitían, no sólo, la supremacía de la razón, sino el equilibrio de la misma. Si además de tener que modificar mi propia vida, mis propios sentimientos, el psicoanálisis me da miedo y ésta es la tercera vez: porque por ley de su práctica técnica, impone a la mujer, algo que nadie antes le había impuesto, a pesar del extenso dominio que se ejerce sobre ella. Y es aquí, donde deberíamos detenernos, para contemplar atónitos la verdadera subversión que produce el psicoanálisis, generando un hecho, por primera vez, en la historia de la humanidad contemporánea, que modificará con el tiempo el destino de las civilizaciones, por lo menos, occidentales.

Lo que tengo que decir y si es con tantos rodeos, ha de ser, porque este punto es donde se concentran mis resistencias. Temo por tercera vez, porque la mujer tendrá como obligación hablar y escribir y temo más aún, cuando reconozco, que quien obliga a la mujer por primera vez en su historia como mujer, a hablar y escribir, no es otro, que el psicoanálisis.

Y para que no me confundan con ningún fanatismo de moda, diré que el psicoanálisis, todavía, no ha triunfado sobre nada. Ni siquiera sobre lo que debería ser materia prima y deseo de su desarrollo revolucionario, la mujer. Y es aquí, donde por lo menos renunció Lacan. Ya que todo aquel que haya transitado la práctica psicoanalítica, sabe perfectamente, que hacer hablar a una mujer, es tan difícil y, a veces, tan imposible, como hacer hablar a la poesía.