martes, 2 de diciembre de 2008

ROSA MONTERO CONVERSA CON FÉLIX LINARES

ROSA MONTERO CONVERSA CON EL PERIODISTA FÉLIX LINARES

Dña. Rosa Montero
Escritora y periodista

D. Félix Linares
Periodista


Lunes, 3 de octubre de 2005


Rosa Montero: Con la edad he aprendido mucho sobre mi oficio, que en esto no se diferencia del de los carpinteros que fabrican patas bien torneadas
. En cierto sentido, yo también sé hacerlas y me siento fuerte en el oficio y en el manejo de sus herramientas. Además, una de las cosas de esta novela que me tiene verdaderamente encantada es que, a pesar de lo ambiciosa y compleja que ha resultado, toda esa complejidad no se nota, lo que conlleva un trabajo durísimo. Como decía John Steinbeck, "lo mejor es siempre lo más simple", pero el problema es que, para ser simple, hace falta pensar mucho.

En cuanto al pasaje que has señalado, supongo que, como le sucede al intérprete musical, hay un ritmo interno que es preciso seguir. Uno lo nota, advierte una necesidad de expresión; en concreto, ese fragmento tenía que tener un eco mítico, fabuloso, épico y sobrecogedor, para lo que se requiere un ritmo determinado. De la misma manera, cuando la protagonista se convierte en mercenaria hay unos años que tienen que pasar en la oscuridad, y yo utilizo un tono distinto.

En definitiva, hay que buscar la expresión más perfecta para cada momento, porque una novela no es sólo lo que se cuenta, sino también cómo se cuenta. Para mí, tan importante es una cosa como la otra, debe haber una conjunción entre las dos; en realidad, me interesan muy poco las historias que parecen maravillosas si no están contadas bien. Y al contrario: aquellas que están contadas de maravilla, pero que no tienen nada que decir, tampoco me importan.

Félix Linares: Lo anterior enlaza, ya que lo mencionas, con un de los libros que te ha influido, Los caballeros del Rey Arturo, de John Steinbeck. El narrador estadounidense afirmó que había escrito esta novela porque, habiendo leído a los escritores medievales, le parecía que, aunque contaban cosas extraordinarias, lo hacían farragosamente, y él quería hacerlo llegar a todos los públicos de la manera más sencilla posible.

Rosa Montero: Paradójicamente, Steinbeck no terminó esa obra, lo que demuestra lo frágiles que somos. John Steinbeck, todo un Premio Nobel, se propuso hacer una preciosa reinvención mediante una reescritura actual. Entregó su trabajo a su editor y su agente para que lo leyeran, pero a los dos les pareció horrible; he leído las cartas que se cruzaron entre ellos, y en ellas se ve cómo el pobre Steinbeck está hundido. Intenta explicar su apuesta, pero no es entendido.

Salvando las distancias, yo he intentado con esta novela alcanzar ese lugar de lo fabuloso pero para adultos. Creo que las cosas más importantes del mundo están en un lugar tan confuso y tan hondo, que se encuentra más allá incluso de las palabras; y sólo podemos acercarnos a esos pozos de necesidad, pasión y emoción por medio de los cuentos. En realidad, las religiones son precisamente eso, intentos de contar lo inexplicable, lo mismo que las leyendas fundacionales de los pueblos, con esa capacidad brutal de representación del mundo que tienen.

Hacia ese lugar he querido acercarme. Por desgracia, la gente que Steinbeck tenía alrededor no le entendió, a pesar de sus intentos por explicarlo. De hecho, la obra quedó sin terminar, y el libro -que no es más que medio borrador- se publicó póstumamente.

Félix Linares: Rosa Montero, por suerte, ha encontrado una editora a la altura de las circunstancias. De todos modos, no todo el libro está lleno de imágenes terribles y amenazadoras, sino que también hay mucha luz, bastante humor e historias muy tiernas, es decir, prácticamente todo lo que hay en la vida. Supongo que es difícil ir enlazando todos esos temas, llevar al lector de la mano y, además, lograr que se sienta siempre satisfecho.

Rosa Montero: Sí, es difícil, y agradezco que hayas reparado en ello. En realidad, a pesar de ser un libro de aventuras, considero que la novela trata en realidad de la aventura de la existencia y de cómo se puede envejecer bien y mal, cómo se puede aceptar o no la idea de la muerte, qué hacemos con el dolor... En definitiva, esos aprendizajes básicos que hay que hacer en la vida. Por ejemplo, ¿qué se hace con el sufrimiento propio para que, a pesar de tanto dolor, sea constructivo? Leola lo aprende de varios personajes que son ejemplos negativos y positivos.

Lo mismo sucede con el tema de la identidad, que está en todos mis libros, y que considero una de las principales cuestiones de la vida. Leola se pasa el primer tercio de la novela vestida de caballero, aprende a pelear y se hace mercenario; en cambio, el segundo tercio de la novela irá vestida alternativamente de hombre y de mujer; finalmente, en la última parte de la novela aparece vestida de mujer. Con ello estoy aludiendo a la búsqueda de nuestra propia identidad, a saber quiénes somos y qué lugar ocupamos en el mundo.

Unido a ello va también saber qué es lo que uno desea verdaderamente, una de las cosas más difíciles de saber. Cegados por los mandatos (el materno, el paterno, el de la clase social, el de cada época), saber qué es lo que cada uno de nosotros desea es complicadísimo. Ahora bien, mi protagonista lo consigue. Vivirá en su propia vida y no en el mandato de los demás, lo que encierra un mérito indudable.

En definitiva, debo confesar que el personaje de Leola me ha enseñado a mí, su escritora, un camino, una forma serena de afrontar la vida y la muerte como conjunto.

En este sentido, te contaré que hace pocos días un lector me confesaba algo que me dejó profundamente afectada. Tras la lectura de esta novela, dijo lo siguiente: "Tengo menos miedo a morir".

Es preciso recordar que lo que intentamos al escribir -y al hacer todo lo que hacemos- es ir contra la muerte. Se escribe contra la muerte y para intentar detener este tiempo que nos mata, comprender lo incomprensible e intentar aguantar lo inaguantable.

Félix Linares: En realidad, tu protagonista tampoco tiene una clara consciencia de qué es lo que quiere hacer, sino que las circunstancias la llevan. Ella ha asumido su papel de campesina al principio de la novela, y aparece como una mujer convencida de que va a vivir toda su vida en esa casa.

Rosa Montero: Sí, pero ya muestra cierta inquietud, se pregunta. Es una campesina con más curiosidad de lo normal.

Félix Linares: Antes has hablado de los cátaros, que ocupan gran parte de la novela y que que aportan, creo, una carga filosófica importante.

Rosa Montero: En aquella época (siglo XII) no había ateos; el ateísmo resultaba inconcebible y sólo un loco furioso podía concebir un mundo sin Dios. Por ello, esta explosión de progreso y modernidad a la que antes me he referido necesitaba unos representantes cristianos, y quienes asumieron ese movimiento racional y moderno fueron, precisamente, los cátaros. Eran personas de una racionalidad increíble; no aceptaban el diezmo eclesiástico y trabajaban para vivir; no creían en las reliquias (como la leche de la Virgen o las plumas del arcángel san Gabriel) ni en las estatuas milagrosas, a las que consideraban paganismo puro, magia, incultura e irracionalidad; asimismo, pensaban que el infierno no existía y que era un invento de la Iglesia para aterrorizar a los fieles y mantenerlos sujetos; consideraban que Dios era todo amor y que, por tanto, no podían existir ni la violencia ni la intolerancia, que resultaban inadmisibles.

En definitiva, era una gente fantástica que, no obstante, fue quemada en la hoguera poco más de un siglo después.

Félix Linares: Hablando de asuntos históricos, las protagonistas pasan mucho tiempo en la corte de Leonor de Aquitania, cuya historia es apasionante en sí misma. De hecho, en ese ambiente arrancan las primeras historias de amor; en este caso, el canto de los trovadores.

Rosa Montero: Fue una etapa rarísima. Es la época de las cortes de amor, los torneos, los trovadores y los paladines que adoran a sus damas. Súbitamente se produjo un movimiento muy curioso y extremo que cambió la adoración a Dios por la adoración a la dama, un salto en el vacío increíble. Leonor de Aquitania era un personaje tremendo, madre de Ricardo Corazón de León entre otros, que por cierto era homosexual (como cuento en la novela), lo que le supuso hacer bastantes penitencias públicas por actos contra natura y hasta lapidarse en las iglesias.


En definitiva, por medio de esta novela he intentado contar más de un siglo de nuestra historia y, sobre todo, atrapar la sensación de vivir allí. Quisiera que el lector se sintiera transportado a lo que era la Edad Media en sus olores, sus sabores, sus sentimientos y su imaginación. Al contrario de algunas novelas históricas de género que intentan ser una simple dramatización de períodos históricos y siempre están llenas de datos y de fechas, mi deseo ha sido atrapar el espíritu y los sueños de la época. En resumidas cuentas: sin olvidar del todo ese trasfondo del siglo XII, en la novela hablo de nuestro mundo y de nuestra vida.

Fernando García de Cortázar: Quisiera preguntarte sobre el auge de la novela histórica en España. A mi entender, los escritores del género de la novela histórica (no es tu caso) han ocupado el lugar de los historiadores porque, a pesar de la enorme afición que hay a la historia, como los lectores piensan que los historiadores la cuentan mal -y quizá tienen razón, porque los historiadores hemos contado cosas que no interesan a nadie, y no respondemos a las preguntas concretas que la gente se hace-, han buscado en este género respuestas a sus inquietudes.

De todos modos, tampoco creo que se puedan escribir, como está ocurriendo en España, novelas históricas en seis meses. Tal como Rosa Montero ha señalado, me parece que para crear una buena novela histórica hay que encerrarse, sufrir y leer mucho, y es preciso saber narrar, sin que baste articular de manera más o menos narrativa unos pocos datos. ¿A qué razones crees que se debe, Rosa, este auge actual de la novela histórica?

Rosa Montero: Como muy bien dices, Fernando, el corsé de los datos puede terminar ahogando el impulso narrativo. Ya he señalado que me gustan mucho los libros de historia, y que hay historiadores absolutamente maravillosos en su escritura. De hecho, no hay que olvidar que el ensayo es un género literario para el cual es necesario ser, además de un buen historiador, un buen escritor; en este sentido, hay libros verdaderamente bellos escritos por historiadores, como -y citando autores extranjeros- Le Goff o Huizinga y su El otoño de la Edad Media.

Asimismo, hay encantadoras novelas con trasfondo histórico, auténticos novelones como el clásico Yo, Claudio, de Robert Graves. Sin embargo, sucede que, en este caso concreto, el escritor inglés escribió esa novela con la pretensión primera de contar cómo es el mundo y la vida de hoy a través de ese telón de fondo histórico.

En cuanto a lo que me has preguntado, no achaco este fenómeno del auge actual de la novela histórica tanto a que los historiadores escriban mal como, en primer lugar, al utilitarismo generalizado de nuestra sociedad, que cree ver en la novela histórica una manera de aprender que no encuentra en la novela en abstracto, no clasificable en un género concreto, y además una manera de, aparentemente, aprender divirtiéndose.

En segundo lugar, creo que algunas de estas novelas se "fabrican" a propósito y en modelo best-seller, con ingredientes históricos y muy poco rigor científico. Con respecto a esto, algunos editores europeos dicen que, tras el 11-S, se ha producido una bajada en la compra de novelas.

Parece como si, traumatizados tras esos horribles acontecimientos, los seres humanos se estuvieran negando a pensar, a sentir y a emocionarse, de modo que lo que están triunfando en las listas de ventas son best-sellers puros. La situación es peor que hace unos años, ya que por entonces se colaban en esas listas obras que verdaderamente contenían una idea del mundo, una mirada y una emoción personal: la del autor que las escribía. Con ellas podíamos estar en acuerdo o desacuerdo, pero existía esa posibilidad. Actualmente, en cambio, ni siquiera contamos con esa oportunidad.