sábado, 29 de noviembre de 2008

FELIX DE AZUA

Cuando el otoño se pone a cantar

Yo creo que una excesiva mayoría, tanto femenina como masculina, ama por los ojos. Unos pocos aman con el tacto. Mediante el olfato no es fácil amar, aunque causa incontables desamores. Y si bien el gusto conviene a la pasión ya atada por un sentido superior, cierta parte poco estudiada de la sociedad, es, no obstante, de considerable erotismo auditivo. Debo confesar que es mi caso y escribo esta impúdica página para aquellos que también declinan por la parte del oído y quizás no han osado salir del armario.

"La grulla
que arrulla..."


Me había sucedido ya con los buitres, pues ellos fueron los primeros en empujarme a aceptar mi identidad. Verlos fue un cataclismo, ciertamente: bajaban en bandadas que oscurecían el cielo jacetano mientras yo me aplastaba contra unos hongos malsanos. Sin embargo, lo que me hizo amarlos para siempre fue el estruendo causado por la resistencia del aire contra sus alas enormes. Cien buitres cayendo en picado sobre la carroña es un portento, pero el ruido, ese redoble germano de bronce y roble, pone los pelos de punta.

Pues me ha vuelto a suceder. En el cielo perfectamente cristalino de Teruel, las bandadas de grullas forman anamorfosis semejantes a las nubes de estorninos tan gratas a los espíritus sutiles. Con la diferencia de que cada grulla viene a ser unas cien veces más grande que un estornino. Estas aves gigantes sobrevuelan la laguna de Gallocanta, en proximidad a Berrueco, para su estación otoñal. Este año no había muchas, sólo contabilizaban ocho mil cuando me acerqué a ellas el sábado pasado. En épocas más húmedas llegaron a ser cuarenta mil.

A lo mío. El espectáculo de las grullas giróvagas es soberbio, pero lo inesperado es el coro sobrenatural que cae de un cielo altísimo. Porque las ocho mil grullas que llegué a pillar en mi visita cantaban un lamento quizás turbado, quizás efusivo, de una languidez que parte el corazón más endurecido. Un canto tan femenino cuanto masculino es el de los buitres y que resuena en la inmensidad del valle como si varios ángeles del juicio final estuvieran ensayando. Amor total a la grulla, coro de Fauré en el réquiem de las aves.

Artículo publicado en: El Periódico, 23 de noviembre de 2008.