viernes, 25 de abril de 2008

Un tal Julio



Julio Cortázar (1914-1984) nació en Bruselas pero sus padres se trasladaron pronto a Buenos Aires. En 1951 consiguió una beca para realizar estudios en París y ya en esta ciudad pasó a ser traductor de la Unesco, trabajo que desempeñó hasta su jubilación. Entre algunas de sus obras figuran Los reyes (1949), Rayuela (1963) que le dio reconocimiento en todo el mundo, Las armas secretas (1969) y Libro de Manuel (1973). Un rasgo importante de su vida es que a raíz de un viaje que realizó a Cuba invitado por Fidel Castro se convirtió en gran defensor y divulgador de la causa revolucionaria cubana, como años más tarde haría con la Nicaragua sandinista. Gran parte de su obra constituye un retrato, en clave surrealista, del mundo exterior, al que considera como un laberinto fantasmal del que el ser humano ha de intentar escapar. A finales de 1983 realizó su último viaje a la Argentina y murió de leucemia el 12 de febrero de 1984, en la ciudad de París.


Un cuento de Julio Cortazar
(30 cuentos hispanoamericanos, Plus Ultra, Bs. As., 1976)


PEQUEÑA HISTORIA TENDIENTE A ILUSTRAR LO PRECARIO DE LA ESTABILIDAD DENTRO DE LA CUAL CREEMOS EXISTIR, O SEA QUE LAS LEYES PODRÍAN CEDER TERRENO A LAS EXCEPCIONES, AZARES O IMPROBABILIDADES, Y AHÍ TE QUIERO VER



…confusión horrible. Todo marchaba perfectamente y nunca hubo dificultades con los reglamentos. Ahora de pronto se decide reunir al Comité Ejecutivo en sesión extraordinaria, y empiezan las dificultades, ya va a ver usted qué clase de líos inesperados. Desconcierto absoluto en las filas. Incertidumbre en cuanto al futuro. Pasa que el Comité se reúne y procede a elegir a los nuevos miembros del cuerpo, en reemplazo de los seis titulares fallecidos en trágicas circunstancias al precipitarse al agua el helicóptero en el cual sobrevolaban el paisaje, pereciendo todos ellos en el hospital de la región por haberse equivocado la enfermera y aplicádoles inyecciones de sulfamida en dosis inaceptables por el organismo humano.

Reunido el Comité, compuesto del único titular sobreviviente (retenido en su domicilio el día de la catástrofe por causa de resfrío) y de seis miembros suplentes, procédese a votar los candidatos propuestos por los diferentes estados asociados de la OCLUSIOM. Se elige por unanimidad al señor Félix Voll (Aplausos). Se elige por unanimidad al señor Félix Romero (Aplausos). Se practica una nueva votación, y resulta elegido por unanimidad el señor Félix Lupescu (Desconcierto). El Presidente interino toma la palabra y hace una observación jocosa sobre la coincidencia de los nombres de pila. Pide la palabra el delegado de Grecia, y declara que aunque le parece ligeramente estrambótico, tiene encargo de su gobierno de proponer como candidato al señor Félix Paparemólogos. Se vota, y resulta elegido por mayoría. Se pasa a la votación siguiente, y triunfa el candidato por Pakistán, señor Félix Abib. A esta altura hay gran confusión en el Comité, el cual se apresura a celebrar la votación final, resultando elegido el candidato por la Argentina, señor Félix Camusso. Entre los aplausos acentuadamente incómodos de los presentes, el titular decano del Comité da la bienvenida a los seis nuevos miembros, a quienes califica cordialmente de tocayos. (Estupefacción). Se lee la composición del Comité, el cual queda integrado en la siguiente forma: Presidente y miembro más antiguo sobreviviente del siniestro, Sr. Félix Smith. Miembros, Sres. Félix Voll, Félix Romero, Félix Lupescu, Félix Paparemólogos, Félix Abib y Félix Camusso.

Ahora bien, las consecuencias de esta elección son cada vez más comprometedoras para la OCLUSIOM. Los diarios de la tarde reproducen con comentarios jocosos e impertinentes la composición del Comité Ejecutivo. El Ministro del Interior habló esta mañana por teléfono con el Director General. Éste, a falta de mejor cosa, ha hecho preparar una nota informativa que contiene el currículum vitae de los nuevos miembros del Comité, todos ellos eminentes personalidades en el campo de las ciencias económicas.

El Comité debe celebrar su primera sesión el próximo jueves, pero se murmura que los Sres. Félix Camusso, Félix Voll y Félix Lupescu elevarán su renuncia en las últimas horas de esta tarde. El Sr. Camusso ha solicitado instrucciones sobre la redacción de su renuncia; en efecto, no tiene ningún motivo valedero para retirarse del Comité y sólo lo guía, al igual que los Sres. Voll y Lupescu, el deseo de que el Comité se integre con personas que no respondan al nombre de Félix. Probablemente las renuncias aducirán razones de salud, y serán aceptadas por el Director General.


Un tal Lucas.



PRÓLOGO DE UN TAL LUCAS



A estas alturas de mi vida, mis inconvenientes con la hidra son ya vox populi. Resulta imposible caminar por la calle con siete cabezas sin que nadie le llame la atención a su esposa distraída por medio de un codazo o ponga su mano sobre la boca en un acto reflejo. Si cargar con la esfera espinosa que es una sola cabeza ya es algo merecedor de otro mundo, imagínense lo quimérico que es tratar de subir escaleras con siete. La policefalia, no hay duda, es algo duro de sobrellevar. Yo la he sufrido desde siempre, pero me han pedido que no diserte sobre ella ni exponga mi vida en este prólogo. No sé por qué accedí a ello. Mi cabeza autócrata no está de acuerdo con este compromiso, y tampoco la jurisperita. A Solei, sin embargo, no le afecta en absoluto esta circulación de ideas. Solei es Solei, y como cabeza no me da molestias, porque mayormente le interesan las palomas de papel crepé, pero mi cabeza jurisperita es severa cuando tiene la razón, y la autócrata, ni se mencione, muchas veces me ha amenazado con tomar el control del grupo cuando no le pido los permisos que exige nuestra coalición de siete.

Pero aquí estoy, a pesar de todo, para hablar de esta colección, que es una colección dedicada a lo fantástico. Ya que soy un personaje fantástico, es razonable suponer que conozco algo indeleble acerca del tema. La verdad, sin embargo, es que no soy un entendido, a lo sumo podría llamárseme un ejecutor. Es decir, no creo saber qué es lo fantástico en base a sus principios etimológicos, más bien, tengo el indicio de su realidad en determinadas ocasiones. Y en ese aspecto concreto me parezco a mi autor.

En algún momento él lo ha dicho con mejores palabras que las mías, que hay pequeños paréntesis en la vida cotidiana en los que las leyes naturales se rebelan, donde no hay espacio para el positivismo a mansalva, momentos en los que un martillo habitual deja de serlo para dar paso a un martillo ingrávido, que vuela en busca de un alto donde anidar, minutos en los que el universo de Edgar Allan Poe se embrolla con el de Honoré de Balzac, creando un temblor en la lógica y la naturaleza del mundo conocido. Lo fantástico, a causa de una fuerza omnipresente, viene a cortar el aire que respiramos. A mí me ha sucedido en casa, estar sentado leyendo un libro y sentirme en otra parte donde soy yo pero no soy yo. Y luego no sé a ciencia cierta cuál es la verdad, si la del reflejo en el agua o la del Lucas que se refleja. O si Descartes meditó acertadamente o si no atinó. Y está, también, aquel desfigurado que me persigue y me atrapa en los sueños. Y, ¿la vida es sueño o…?

Cuando leo una historieta de Neil Gaiman, mi primera sensación es la de un mundo en otro mundo, y ese mismo efecto me ha atravesado al leer las páginas de La Biblia, Borges, H. G. Wells, Homero, Kafka, Las mil y una noches y C. S. Lewis, o las de mi propio autor. Para mí, no tiene objeto negar la presencia de infinitas excepciones universales, leyes quebradas que son, en realidad, nuestras primeras y únicas leyes. Lo fantástico, desde la antigüedad más remota, ha sido la metáfora de la vida y del tiempo, el mito y la fantasía que nos permite explicar la tierra que pisamos, y está vivo en cuentos, películas, en álbumes de Black Sabbath, e incluso en animaciones suprarreales como las del Gato Félix y Bob Esponja.

En esta antología que han compilado Cecilia y Salvador, creo adivinar distintas vías de hallar lo fantástico, desde el terror de Lovecraft hasta las fundaciones extraordinarias de Leopoldo Lugones, J. J. Arreola, Bioy Casares y Felisberto Hernández, o el gran absurdo kafkiano. Yo los dejo a ustedes, como ha dicho alguna vez mi autor, con esta pequeña apertura, para que cada uno apele a su propia imaginación.



Un tal Lucas

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