miércoles, 2 de abril de 2008

EL RIZOMA DELEUZIANO

El objetivo del grupo de estudios consiste en descubrir el entramado categorial, ontológico, que subyace en la obra de G. Deleuze y exponerlo de forma organizada.

El propio Deleuze reconocía que en su obra existe un sistema, pero no un sistema cerrado de categorías rígidas, como sucede en los filósofos clásicos, sino un sistema abierto. Un sistema de conceptos abierto a las realizaciones de las ciencias y abierto además en el sentido de que establece una conexión privilegiada con la literatura. La filosofía deleuziana no solo tiene muchas veces a la literatura como objeto de análisis, sino que se presenta a sí misma de una manera literaria, y esto sin menoscabo de su rigor. Podemos decir que, por una parte, tenemos en los pensadores post-estrucuralistas una voluntad de estilo que les lleva a cuidar enormemente la expresión, y aquí sus inspiradores últimos son los surrealistas y el arte moderno en general, con sus collages y sus mezclas de elementos heterogéneos. Pero al mismo tiempo los escritos de estos pensadores son enormemente rigurosos; en ellos los conceptos se ajustan siguiendo un orden cuasi geométrico.

Rigurosos y, sin embargo inexactos, buscan hablar rigurosamente de cosas que escapan a la exactitud matemática. En cuanto al estilo de Deleuze, hay que tener en cuenta que utiliza una terminología en parte nueva y en parte desviada de sus intenciones metafísicas originales.

El estilo de Deleuze ha sufrido una evolución a lo largo de sus obras; ha pasado del estilo académico clásico de sus primeros trabajos de critica filosófica a una etapa más literaria y aforística de la etapa intermedia, hasta llegar en las ultimas obras a un estilo muy vivo y entrecortado, cercano al lenguaje hablado, con sus saltos constantes de tema, sus interrupciones, sus vueltas atrás y repeticiones, etc.

Para Deleuze, solo hay filosofía cuando hay conceptos, pero los conceptos no son generalidades abstractas, sino que son singularidades ligadas a espacios y tiempos concretos, con fecha y nombres determinados, que, sin embargo, admiten aplicaciones a otros ámbitos distintos del de su origen.


Estas categorías no son científicas, aunque tengan su origen, muchas veces, en el ámbito de las ciencias, tanto naturales como humanas, son, mas bien, Ideas en el sentido Kantiano, es decir, nociones que relacionan las categorías entre sí, las prolongan hacia un foco virtual donde pueden converger y, a la vez, les proporcionan un horizonte teorético capaz de acogerlas. Sin embargo, hay varias diferencias entre las categorías deleuzianas y las ideas kantianas; en primer lugar, su pluralismo, ya que no hay solo tres ideas, sino varias más; además, su generalidad, las ideas deleuzianas no son últimas como las ideas kantianas; por ultimo, las categorías de Deleuze tienen una relación más cercana con lo empírico, tienen fecha, lugar y nombre propio, aunque dispongan de una amplia movilidad para aplicarse en distintos campos teóricos. Las categorías deleuzianas designan clases de acontecimientos, pero no esencias o conceptos; cada categoría es una meseta (plateau), es el nombre de un continuo de intensidad definido por múltiples acontecimientos conectados entre si.

El mundo contemporáneo ha roto con los segmentos duros y rígidos propios de otros tipos de sociedad y una segmentariedad más flexible se va imponiendo. Esta realidad no puede dejar de tener consecuencias sobre el pensamiento que debe comprender esta realidad compleja y no lo puede hacer con las categorías rígidas de los géneros literarios. La reflexión filosófica se abre a los discursos artísticos, literarios, políticos y científicos y se ve fecundada por ellos.

Las nociones ontológicas deleuzianas constituyen un sistema abierto centrado en las nociones de acontecimiento y simulacro, en oposición a las metafísicas esencialistas, idealistas e incluso corporalistas; en las nociones de diferencia y repetición, como exponentes de un pensamiento de la mismidad y de la identidad.

Deleuze es post-moderno en el sentido que ofrece su obra con una gran ironía y distanciamiento.

Aconseja no fiarse demasiado de sus recetas, las cuales no tienen asegurado el éxito. Como toda experimentación, la teoría deleuziana entraña un riesgo y el autor es consciente de ello, y por eso aconseja cierta prudencia en la aplicación de sus fórmulas.

Es interesante comprobar como una de las características fundamentales del pensamiento post-moderno, junto a su llamativo escepticismo y su cinismo iconoclasta, lo constituye esa llamada constante a la prudencia; dado que nuestro mundo ha abandonado los ídolos antiguos sin crear otros nuevos, ha roto las viejas tablas sin crear otras de recambio y ya que ahora no tenemos criterios universales ni valores validos para todos, el único recurso que le queda al hombre contemporáneo es la prudencia; pero una prudencia en la experimentación, ya que estamos obligados a experimentar nuevas soluciones para nuestros problemas, inéditos y sorprendentes en tantos aspectos; y en esta experimentación no tenemos mas guía que la prudencia para evitar repetir los errores de los que nos han precedido. La modernidad esta inconclusa, se debate en una serie de aporías, pero la solución no esta en la vuelta hacia atrás, sino en avanzar con mas cuidado y procurando no insistir en los mismos errores; la utilización de las fuentes de la tradición es solo válida si se la lleva a cabo de una forma distanciada, irónica, subversiva. Así hay que entender la obra de Deleuze, desde estas coordenadas de ironía, distanciación y experimentación prudente. Un ecléctico, si, pero consciente de las limitaciones y peligros de su eclecticismo, que combina elementos clásicos de maneras novedosas, rizomáticas, para producir lo nuevo siguiendo una experimentación creadora, aunque no exenta de peligros. Peligros, como, por ejemplo, la caída en lo que se critica, es decir, en la metafísica más abstracta o bien en el moralismo paternalista, o bien en la verborrea logomáquica y vacía.

La filosofía deleuziana establece una línea de fuga, un intento de liberar y desterritorializar el pensamiento, pero como todas las líneas de fuga puede ser revolucionaria o generar un pensamiento opresivo; la línea de fuga puede producir genios locos, esquizos o paranoicos. De aquí la necesidad de la prudencia, para evitar en lo posible los retrocesos y las destrucciones.

Las líneas de fuga, siempre minoritarias deben cuestionar lo mayoritario, pero sin sustituirlo; las minorías no deben imponerse, porque entonces se hacen mayoritarias y reproducen especularmente aquello que dicen atacar (feministas, reproducen la diferenciación, la exclusión y la segregación del machismo; el terrorismo reproduce especularmente todas las lacras de la sociedad que combate: militarización del pensamiento y de la acción política, la exclusión del otro, el fanatismo, la rígida disciplina, la violencia indiscriminada, el desprecio elitista de las masas, la glorificación del héroe...).

La filosofía deleuziana frente a estos ejemplos negativos se presenta como una pragmática, como un esquizo-analisis, como un instrumento para trazar los mapas, los diagramas característicos de las sociedades contemporáneas. La filosofía es un análisis de los espacios culturales, sociales, teóricos, y dentro de estos espacios individua las líneas que los cruzan y los puntos singulares donde se producen los cambios. La filosofía es una cartografía, una diagramática, pero también una pragmática, ya que da indicaciones practicas y ella misma se constituye como una practica, no solo teorética, sino con pretensiones de incidir directamente en las luchas cotidianas, teóricas y sociales.

El pensamiento de Deleuze es un materialismo que pone el acento en lo real, frente a lo imaginario y lo simbólico, que reconoce el dinamismo interno de la materia sin caer en el vitalismo, que afirma la autonomía del pensamiento sin caer en el idealismo. Pensamiento materialista, huérfano y ateo, pluralista y unívoco a la vez, trágico, en una palabra, que trasviste a la voluntad de poder nietzscheana en un deseo nómada y productivo, afirmativo y libre de toda negatividad dialéctica.

Su filosofía es una filosofía de los márgenes, de las minorías; no tanto de lo Otro, de lo opuesto, de lo oprimido, como de lo desdeñado, de lo olvidado, de lo dejado al margen.

La relación del pensamiento de Deleuze con la metafísica occidentales, por un lado, reformista, en tanto que no presenta una oposición radical a lo establecido, pero, por otro lado, su puesta al margen es mas revolucionaria que una critica o una denuncia, al clásico, del cual, sin embargo, preceden todos sus elementos. Elige un camino intermedio que le lleva a entrelazar sutilmente en su discurso elementos de continuidad y elementos de ruptura con la metafísica, a hablar a varias lenguas la vez y en diferentes estilos. es una cuestión de estrategia, de prudencia.

Junto con la filosofía clásica y el arte contemporáneo, la ciencia, especialmente la biología, pero también la termodinámica, la lingüística, la etnología y el psicoanálisis, están en el centro del pensamiento deleuziano. El arte, la literatura y la filosofía tendrían como misión privilegiada integrar a la ciencia en la vida cotidiana de las personas superando el escencialismo y la distancia a que estas se encuentran.

Deleuze, por una parte, lleva a cabo una reflexión sobre una serie de categorías proporcionadas por las distintas ciencias y las unifica a modo de ideas kantianas, entendiéndolas como problemas mas que como axiomas; por otra parte, ofrece una interpretación ultima de la realidad, a nivel molecular, en base a lo que denomina las maquinas deseantes. Esta interpretación es emergentista, neovitalista, y aquí recoge las aportaciones de Leibniz y Bergson, de las mónadas y del elan vitae; pero también es maquínica, aunque no mecanicista, ya que considera el conjunto de la realidad como una mecanosfera, es decir, como un conjunto de máquinas materiales, sociales y humanas entre las que corren flujos de deseo, de dinero y de mercancías. Esta concepción va mas allá de la oposición entre natural y artificial, ya que interpreta todo como constituido por el deseo y, en ese sentido, como algo natural, y así se ha podido hablar del ”naturalismo” e incluso del substancialismo deleuziano; pero por otra parte, el deseo es inseparable de las maquinas y los dispositivos maquínicos, que lo producen, lo codifican, lo transmiten y lo consumen, lo que permite entender la naturaleza como un artificio, como una maquina. El deseo es infraestructural, frente a la postura clásica del marxismo, y a la vez es productivo, contra la visión clásica de Freud y Lacan.

Las obras específicamente ontológicas de Deleuze son: la lógica del sentido, diferencia y repetición y mil mesetas, y en ellas se establece un sólido y complejo entramado categorial capaz de entablar un dialogo con la ciencia contemporánea a partir de las nociones filosóficas extraídas de la obra de Epicuro, Spinoza, Nietzsche y Bergson.

Uno de los objetivos de la ontología deleuziana consiste en elaborar un pensamiento capaz de captarlos acontecimientos en su singularidad, y aquí retoma, por una parte, los análisis estoicos, y por otra, las aportaciones literarias y lógicas de L. Carroll. Pensar el acontecimiento exige elaborar una noción de tiempo, distinta al Cronos clásico, y así Deleuze retoma la noción de Aión, como un tiempo que divide constantemente el instante presente, sin pasado ni futuro. En cuanto a la relación del acontecimiento con los cuerpos, los estoicos situaban los acontecimientos en la superficie de los cuerpos. El acontecimiento es un fenómeno de superficie que se desplaza en los limites de los cuerpos y de sus mezclas; y además es siempre efecto, a lo mas que llega, es al estado de cuasi-causa, pero la causalidad efectiva le es negada y reservada a los cuerpos. Los acontecimientos son lo mínimo que se da de ser, son extra-seres; por esto los estoicos los consideraban como incorporales. Incorporales que relacionan las palabras y las cosas, que se deslizan dibujando una superficie que une y separa a la vez las proposiciones y los hechos a los que estas se refieren. El sentido de la proposición es lo que se refiere al acontecimiento, es la cuarta dimensión de la proposición, irreductible a la significación, a la expresión y a la designación.

Los acontecimientos se expresan mediante verbos en infinitivo y son impersonales, intemporales, incorpóreos. El acontecimiento por antonomasia lo constituye la muerte, esencialmente en su aspecto impersonal, como cuando decimos ”se muere gente”; esta gente que muere no es nadie definido, es impersonal. La muerte además no tiene lugar nunca ni le pasa a nadie concreto, es algo sustraído al tiempo y con lo que nunca podemos toparnos, ya que como decía Epicuro, mientras yo soy, ella no es, y cuando la muerte es, yo ya no soy.

Pensar el acontecimiento es el gran desafío ontológico y epistemológico de nuestro tiempo. Desafío en el que han fracasado tanto la fenomenología y el positivismo como la filosofía de la historia e incluso el estructuralismo. Quizá un pensamiento de tipo serial sea capaz de elaborar la lógica del acontecimiento, ya que los acontecimientos se presentan en series, series convergentes y divergentes entre las que se establecen diversas síntesis: síntesis por contracción en el interior de una serie, síntesis por conexión entre series convergentes y síntesis por disyunción de series divergentes. Las síntesis suelen ser gobernadas por una palabra esotérica, como vemos en Carrol y Joyce; palabras esotéricas que son elementos singulares que expresan cambios, bifurcaciones, inflexiones. Las series están constituidas, pues, por puntos regulares, ordinarios y por estos puntos singulares, al igual que sucede en geometría, donde las curvas se definen por medio de puntos singulares que marcan el corte con los ejes, las asíntotas, el punto del infinito, etc., y en las cuales las curvas se comportan de forma especial.

Otro de los desafíos lanzados a la filosofía moderna, especialmente por autores como Nietzsche, consiste en romper con el platonismo o al menos invertirlo. Deleuze recoge este desafío y lo intenta solventar mediante una teoría del simulacro y del fantasma, obtenida a partir de los atomistas antiguos y de Freud. Los simulacros son aquellas copias malas que no sólo no intentan parecerse a los modelos como las copias buenas, sino que recusan el esquema del modelo y de las copias. Los simulacros son los falsos pretendientes que, mediante la proliferación y el disfraz, subvierten la relación de participación entre la idea y sus copias. Los simulacros estoicos y epicúreos contra las buenas copias platónicas.

Por otra parte tenemos la noción deleuziana de fantasma definida por Freud, como constituida por series de simulacros entre los que se establecen ciertas relaciones de resonancia y de repetición creadora. Un fantasma esta formado por dos series al menos, de simulacros que resuenan entre sí.

El fantasma no es, si embargo, la repetición actual de un suceso ya pasado, sino más bien la relación que se establece entre un suceso actual y el suceso virtual correspondiente, el cual llega al presente sin haber existido nunca en el pasado, aspecto este destacado por Freud y Lacan en su análisis del caso del hombre de los lobos.

Las nociones de simulacro y de fantasma nos abren el camino hacia otras dos nociones claves en la ontología deleuziana, las de diferencia y repetición. Ya hemos visto como el fantasma estaba constituido por la repetición de simulacros, repetición productora de lo nuevo, es decir, de lo diferente, ya que el simulacro actual no es la mera vuelta de un simulacro pasado, sino la actualización de un simulacro virtual que nunca ha existido con anterioridad.

El pensamiento occidental ha estado siempre presidido por la categoría de representación, se ha mostrado siempre como un pensamiento puramente representativo, basado en la identidad del concepto, la oposición de los predicados, la analogía del juicio y la semejanza de la percepción.

El pensamiento representativo se basa en una serie de postulados, el primero de los cuales alude al hecho de que este pensamiento esta basado en un principio original y fundante; además tiene como presupuesto el sentido común, entendido como el acuerdo armónico entre las diversas facultades del alma; es un pensamiento entendido como reconocimiento, como re-presentación de un modelo original y previo, ya dado; la detección del error es uno de los principales cometidos de la razón en este tipo de pensamiento; el error aparece aquí como el negativo del pensamiento, pero, a la vez, como incapaz de sustraerse a su dominio; el pensamiento de la representación es solidario con una noción de proposición incapaz de entender el sentido como uno de sus aspectos irreductibles a la significación, la designación o la manifestación; el pensamiento representativo tiene como modelo ideal de pensamiento el axiomático; es un tipo de pensamiento mas centrado en el teorema que en el problema y que ignora la dimensión problemática constituyente del pensamiento ontológico, que define un ámbito por encima de lo positivo y lo negativo que seria el ámbito de las preguntas, de los problemas; por ultimo, el pensamiento de la representación tiene como objetivo ultimo el conseguir un conocimiento, un saber, y para el, el proceso de aprendizaje es un mero instrumento. La noción de diferencia ha recibido un primer tratamiento sistemático en la obra de Aristóteles, el cual se mantiene en el ámbito de la representación que Deleuze denomina “orgánica” y que permanece limitada a lo finito. La representación se hace “órgica” cuando se abre a lo infinito, tanto a lo infinitamente pequeño gracias a Leibniz como a lo infinitamente grande en la obra de Hegel. Pero ni la representación orgánica ni la órgica permiten comprender la diferencia en sí misma, es decir, como un simulacro y no como una simple copia. En la filosofía clásica solo se vislumbra una posibilidad semejante, paradójicamente, en El Sofista de Platón, en el que aparece la hipótesis de una diferencia pura, libre de toda determinación, aunque solo para ser inmediatamente desechada.

CARLOS ZUPPA.

02 Abr 2008

Ciencias duras y blandas. Duras como piedra, blandas como manteca

Escrito por: carlos-zuppa el 02 Abr 2008 - URL Permanente

Resulta incomprensible el impacto hipnótico que la ciencia, continua ejerciendo sobre la filosofía y las ciencias humanas.

Profundamente trastornados por la mecánica cuántica, la teoría del caos, teorema de Gödel, por mencionar solamente algunas influencias, la cultura y la epistemología han entrado en una Nueva Era que algunos llaman Posteoría. Los habitantes de la isla de Posteoría se creen a sí mismos los últimos depositarios de un humanismo trascendental, hablan de manera oscura porque temen ser confundidos con los grandes meta-relatores y, en su isla, han producido el descentramiento de la cultura dominante vía la condición postmoderna. Agradecen por otra parte que su isla está lo suficientemente lejos de Irak por lo que las bombas de los distraídos de la cultura dominante, que no saben que han sido descentrados, no caen sobre sus cabezas. Los Posteoréticos quisieran a veces estar en un sólo lugar en un mismo tiempo, pero no pueden lograrlo porque el objeto en la isla es ahora nómada, rizomático, están aquí y allí al mismo tiempo, a veces confunden la flecha del tiempo y frecuentemente el batir de alas de una mariposa los arrastra caóticamente con la fuerza de un tifón hacia Hong-Kong, pero no duran mucho allí por culpa de la disolución instantánea de toda forma, condición básica de existencia en la isla Posteoría. Celebran ruidosamente la caída de la ciencia como Caín, pero a veces extrañan esa fe metafísica en la verdad y deambulan perplejos en el mapa de Borges trazado en “El rigor de la ciencia”. Aunque quieren refugiarse únicamente en la escritura, son incapaces de romper totalmente con la tradición y creen que la nueva ciencia se ha mudado para Posteoría, donde elabora teorías simultáneas a partir de epistemologías discrepantes, o la subjetividad, o la otredad, y un gran meta-relato que se alimenta de sí mismo sometido a las turbulencias de la subjetividad. Los Post realizan congresos donde, seguramente, el requerimiento para presentar trabajos es que estén escritos en Word y no creen que esto tenga que ver filosóficamente con el lugar desde donde hablan. En definitiva, la isla Post es el espacio háptico o nómada que describe Deleuze: con variación caótica de dirección, discontinuo, con supresiones y agujeros negros, con variación infinita de sus contradicciones, oscuro y confuso.

Los científicos, por otra parte, contribuyen a esta inflación maníatica, escribiendo aburridos libros sobre Borges y la matemática –como si Borges hubiera descubierto la angustia de ciertos problemas epistemológicos porque sabia matemática o física cuántica!-, o creen que resuelven las angustias de Zenón porque la serie geométrica converge, por ejemplo.

¿Será que a pesar de todos los intentos por desacralizarla, la palabra de Dios se sigue escuchando por la boca de los científicos?. Pareciera que sólo a partir de la ciencia , la literatura epistémica y sociológica puede descubrir los conceptos de estructuras auto-organizativas, papel de la temporalidad, emergencia del orden, el devenir de lo nuevo, simetría, ruptura de simetrías y sólo a través de la flecha del tiempo es posible una reconciliación de objetividad / subjetividad. ¿La complejidad del hombre redescubierta por los nuevos paradigmas de la física?. Sería realmente fantástico si estos objetivos pudieran completarse, pero no es claro que el hecho de que la descripción de la mecánica sea determinista es una restricción a la libertad del hombre o, al revés, que la introducción de descripciones probabilísticas en la mecánica cuántica reconcilia al hombre con la libertad y el libre albedrío. Determinista o probabilista, el mundo está lejos de estar comprendido en alguna ley física de la mecánica. Si llegara el momento en que el hombre pudiera estar contenido en algún modelo similar a los usados en las ciencias duras, habríamos descubierto, con dolor quizás, que somos bípedos sin ningún encanto.

Yo no creo que los físicos, matemáticos, las llamadas ciencias duras en general, tengan algo para enseñarle a las ciencias humanas o ayuden a los hombres a arreglárselas mejor con los grandes problemas metafísicos, salvo el antiguo apego a la razón, al menos en su práctica específica; y mucho menos sobre la montura de una nueva ciencia humanizada por su propia complejidad.

No es que no supieran o intuyeran antes los científicos las complejidades de la no-linealidad o desconocieran totalmente la dinámica complicada del caos – el caos emerge en los primeros trabajos de Maxwell y Poincaré- sino que el tratamiento de tales complejidades se vuelve posible solamente en la era de la computadora. La computadora es el flip de la gestalt más impresionante de aquello que llaman nueva ciencia en los últimos tiempos.

Pero el significado es un aumento exponencial de la capacidad de análisis y dominio de complejidades que anteriormente eran imposibles y no una nueva alianza con la naturaleza. El hombre perdió irreversiblemente el contacto con la naturaleza cuando el Dios del Génesis planta en el jardín del Edén el árbol de la conciencia. Y la ciencia continúa montada en el carro que Faetonte le robó al Sol, esperando tal vez que Zeus la destruya sumariamente por su presunción.

Por otra parte, esa estructura auto-organizativa que se refugiaba y pintaba en la cuevas de Altamira, que luego creó el pensamiento solar de los griegos, el pensamiento racional, la literatura y la filosofía, es mucho más compleja todavía que las complejidades de la dinámica del caos, que la termodinámica.

Aún hoy encontraremos más complejidad, no-linealidad, rizoma deleuziano, turbulencias de sentido y angustia en la monumental obra Yo, el Supremo de Roa Bastos que en la termodinámica de sistemas alejados del equilibrio, y aquellos que crean que pueden explicar tal complejidad con algún modelo al estilo de las ciencias duras o, al revés, crean que la ciencia también naufragó en el mar de las incertezas, descubrirán tal vez que la filosofía es vulnerable.

Ningún esquema conceptual acerca del tiempo en la ciencia, sea la pretendida resolución ficcional de la paradoja del tiempo de Prigogine, o el esquema conceptual del tiempo en la teoría de la relatividad, eliminará la angustia que sintieron San Agustín, W. Blake, Bergson, y cada uno de nosotros, con respecto al problema del tiempo.

La misma importante cuestión puede ser planteada con respecto a la cuestión fundamental de los paradigmas. Es claro que la ciencia siempre producirá impactos fundamentales en nuestra manera de considerar la inserción del hombre en el mundo. Pero los cambios de paradigmas son procesos económicos, culturales y socio-políticos mucho más complejos que los supuestos cambios de paradigma de la ciencia; son estos cambios de paradigmas los que hacen posible a Copérnico y no al contrario.

Aprenderemos más de esos cambios releyendo a Foucault, a Lipovetsky, a Weber, a Marx, a Adorno, por citar algunos, que en los libros de física o matemática.

Mientras tanto, la ciencia continuará tan oportunista como sostenía Einstein: es determinista y reversible en los procesos mecánicos que son deterministas y reversibles, indeterminista en los procesos cuánticos que son probabilísticos, relativista cuando se mueve muy rápido, binarista en la lógica computacional, complementarista a veces. Porque la ciencia no avanza a través de paradigmas inconmensurables, linealmente, sino que la capacidad racional del hombre de hacer ciencia es efectivamente un rizoma deleuziano, y se alimenta siempre del discurso anormal.

Es en el aparato de la ciencia, en la máquina de guerra del Estado, que el discurso se normaliza en una coherencia interna localizada que no tiene precedentes, un sistema de coacción eficiente montado a través de esquemas aparentemente benefactores como los programas de cooperación, el consenso, los grants, etc.

Pero para aprender de las ciencias humanas es necesario que el pensamiento se tome en serio, esto es retomar el ¿porqué digo lo que digo? de Parménides. Deleuze y Guattari sugieren una forma de filosofía futura cuando dicen:

Si la filosofía se reterritorializa sobre el concepto, ella no encuentra su condición en la forma presente del Estado democrático, o en un cogito de comunicación más dudoso todavía que el cogito de la reflexión. No nos falta comunicación, al contrario, tenemos demasiada comunicación, lo que nos falta es creación. Nos falta resistencia al presente....

Pero esta forma futura de la filosofía, concebida tanto como una resistencia al presente como un diagnóstico de devenires, no servirá de mucho si se deja axiomatizar por el aflojamiento epistemológico. Si Serres y Latour reclaman “...inventar una teoría del conocimiento tenebroso, confuso, oscuro, no evidente”, la caída de la crítica en el presente solo producirá una teoría del conocimiento tenebrosa, confusa, oscura, no evidente.



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Resulta incomprensible el impacto hipnótico que la ciencia, continua ejerciendo sobre la filosofía y las ciencias humanas.
Profundamente trastornados por la mecánica cuántica, la teoría del caos, te
clarin.com 02 Abr 2008


Escribí tu comentario
Lucía Angélica Folino dijo
02 Abril 2008, 12:42
Como suele ocurrir, apreciación errónea de los hechos que luego conducen a profecías falsas.

No hay ninguna posteoría, como no existen la contemporaneidad ni la originalidad.

Afirmar qué se creen los otros que son es un acto de despotismo ilustrado. Un saber típico de quien se sube al aparato reproductor y lleva y trae cuentos de la gran manzana podrida.

Sobre el asunto de la escasa o nula incidencia de las ciencias duras en el saber humano he escrito hace unos días en relación con la calidad de atribuir genio a alguien por decreto. Como me niego a dar explicaciones directas y lineales sobre lo muchos temas y prefiero elegir el jeroglífico para poner a parir a los investigadores que observan la conducta sin pagar el precio, dejé cosas colgadas y aisladas.

Hace unos días alguien cercano a mi familia se enfurecía atacándome que "nunca se sabe cuando hablás en serio y cuando en broma" y no entendía determinadas estrategias docentes en mi actividad laboral. Por eso. Es para despistar a los tontos y despejar la cancha.

Pensar la globalización no es tan difícil si uno se sitúa en su lugar en la escala zoológica y se subordina al designio divino, que no es casual.

Quienes dominan el arte de la hipnosis saben que no existe ciencia sino creencia.

Todavía hoy se insiste con los medidores de coeficiente intelectual en chicos de tres años (Lucas) por profesionales ni siquiera idóneos o aptos para saber qué es lo que están midiendo. La estructura mental de la prueba, como índice numérico es el resultado de sus más esforzados estudios. Se equivocaron fieramente, pero no les vamos a decir la respuesta. Pura reciprocidad con sus patologías perversas y mezquinas, nomás.

Lu.
Un poema mío termina con el siguiente verso:
"posmodernismo que los tiró."

II-
Cuando era alumna de primer año de la escuela secundaria (1969) me producían mucho escozor algunas teorías que me mandaban estudiar y que con los años demostraron que mi primera intuición era acertada. Para sacarse un diez había que conocer bien las mentiras institucionales de la época.

Una de las que más me fastidiaba era la flecha del tiempo histórico (años después se hizo obligatoria en los libros de texto), pero tuve la buena fortuna de tener profesores que sabían relativizar y me tranquilizaban con sabiduría cósmica. Mujeres (mis profesoras eran todas mujeres, algunas beatas, otras más liberales) en esa escuela, que tenían títulos universitarios, además de docente y alto grado de conocimientos, cuando la liberación femenina estaban apenas expandiéndose y las minifaldas eran una novedad peligrosa.

Muchos de los Premios Nobel cuyas teorías leí años después no tenían nada que envidiarle a esas humildes profes de una escuelita pública de Avellaneda, que después fue cobijada en una con más alumnos y que hasta hoy perdura.

RETRATO DE NIÑO CON URRACA.

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO Andalucía, una encrucijada literaria
Retrato de niño con urraca
MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO 02/04/2008



Por algún oculto motivo que tendría que analizar tumbado en el diván, cuando pienso "infancia" me viene a la cabeza el retrato del niño don Manuel Osorio que pintó Goya y se conserva en el Metropolitan de Nueva York. Representa a un jovencísimo infante, espectacularmente vestido de rojo, que sostiene con su mano derecha una cuerda atada a la pata de una urraca, su animalito de compañía, mientras, al fondo, tres gatos la contemplan con ojos codiciosamente abiertos y actitud amenazante; en el suelo, a la izquierda del niño, reposa una jaula con pinzones. Supongo que el artista se propuso reflejar oblicuamente las frágiles fronteras que separan la inocencia infantil del imperio de las fuerzas del mal: completamente absorto en sus propios pensamientos, el niño Osorio permanece ajeno a un drama que podría desencadenarse en un abrir y cerrar de ojos, y que se nos antoja tanto más ominoso por la desarmante candidez del sujeto.



Uno no puede elegir las asociaciones que dicta el inconsciente, aunque le parezcan injustas. Mi infancia, que es de la que puedo hablar con más conocimiento, estuvo -a un nivel muy diferente a la del niño Osorio, hijo del conde de Altamira- desprovista de cuitas o apuros económicos y colmada con el cariño de mis padres y abuelos. Pero, si vuelvo la vista atrás, conservo de ella una sensación incómoda, como de estar siempre esperando que sucediera algo que no acababa de llegar y que, quizás, no era bueno que lo hiciera. Si se me diera la oportunidad de viajar en la máquina del tiempo y repetir la experiencia creo que saldría corriendo.

Los tebeos y los libros infantiles fueron el bálsamo -mis urracas de compañía- para muchas de esas angustias no fácilmente expresables. Pienso en ello a propósito del Día Internacional del Libro Infantil, que se celebra mañana (hoy, para ustedes). Una celebración significativa en un mundo en que las tentaciones de la tecnología se han convertido en rampante competencia para esa relación casi mágica de intimidad que los niños establecen con las historias que contienen los libros: primero, gracias a la lectura en voz alta de sus padres, y luego -cuando se produce el milagro de juntar los signos y llega la iluminación del sentido-, por sí mismos. En soledad gloriosa.

Desde mediados de los setenta, cuando se inició el boom de la literatura infantil y juvenil (LIJ) en España, las cosas no han cesado de progresar en este campo. Contamos con la mejor materia prima: excelentes e imaginativos autores e innovadores ilustradores de reputación internacional. Las cifras del sector son espectaculares: los grandes grupos y las editoriales independientes se han encargado de colocar la LIJ española en los primeros puestos del ranking mundial, como se comprueba estos días en la Feria de Bolonia; su facturación ha aumentado en el último año en un 14,8%, lo que ha provocado que en el Anuario sobre el libro infantil y juvenil 2008 de la Fundación SM se le califique de "motor del sector". La LIJ supone un 17,7% de todos los títulos editados y un 18,1% de los ejemplares vendidos, lo que no es ninguna bagatela. Y los catálogos de nuestras editoriales albergan 50.000 títulos vivos a disposición de quien lo desee.

Y, sin embargo, no hace falta leer el informe PISA y sus devastadoras conclusiones sobre la deficiente competencia lectora de nuestros jóvenes, para darse cuenta de que algo no funciona. Y lo que falla no se encuentra en la parte sectorial (la cadena del libro: del autor al librero), sino en la formación de auténticos y duraderos hábitos de lectura. Más campañas dirigidas a padres y educadores. Más concienciación. Más voluntad y muchos más medios por parte de los ministerios e instituciones autonómicas implicadas. Prestigiar el libro es el objetivo. Y desde el nivel más primario. Desde el nivel de la urraca.

BARRY GIFFORD

Andalucía, una encrucijada literaria
Barry Gifford recita la memoria perdida de la generación 'beat'

El autor participa en Palabra y Música, muestra de rock y poesía de vanguardia
FRANCESCO MANETTO - Madrid - 02/04/2008



¿Qué es la memoria? Es la voz de un hombre de 61 años que recuerda su pasado. Con los ojos cerrados ante el micrófono. "Es el repaso de una infancia y una adolescencia a través de los viajes de un niño junto a su madre y a su padre: un gánster". Así lo ve el escritor estadounidense Barry Gifford (Chicago, 1946). Y así lo afirma con tono intenso, por teléfono desde California, hablando de uno de sus últimos proyectos: el audiolibro Memories from a sinking ship, que presentará viernes y sábado, en Sevilla y Palma de Mallorca, en el Festival Internacional Palabra y Música, muestra de spoken word.



"He tenido la suerte de recordar a mi modo cosas que han desaparecido"
En sus 25 capítulos, el autor revive en primera persona "las aventuras con los personajes del vecindario con nombres como La víbora, el Faraón o Calavera Dorfman".

Vuelve a emprender unos viajes iniciáticos por "Illinois, los cayos de Florida, Nueva Orleans". Y compone un universo cinematográfico que a veces recuerda sus colaboraciones con directores como David Lynch o Álex de la Iglesia, para los que escribió los guiones de Carretera perdida, Corazón salvaje y Perdita Durango. Este fin de semana sus palabras fluirán acompañadas de la música del madrileño Miguel Gil Tertre, alias Strand. Sonidos electrónicos y retazos de una existencia que dibujan una novela de formación por excelencia: la odisea del americano contemporáneo.

"Para mí, esta historia es la más importante. Porque es mi propio relato. Las instantáneas de mi vida", cuenta Gifford, quien empezó a rememorar su pasado a finales de los ochenta en libros como Gente nocturna, El padre fantasma y Wyoming. En estos relatos está toda su mitología: la generación beat, las historias y los encuentros que surgen de repente en medio de la carretera, los "amigos" como Jack Kerouac. Sin embargo, a pesar de esta pequeña pero insistente obsesión por "recrear" sus vivencias, Gifford no trata nunca de reflejar una autobiografía totalmente fiel a la realidad. Los personajes son una aproximación literaria. Hombres y mujeres "que van y vuelven. Sombras intermitentes. Un poco como los personajes de Proust. O los de Cervantes", dice segundos antes de soltar una larga carcajada.

Las risas vuelven a entrecortar su voz al preguntarle por Bush, Obama y la situación política de Estados Unidos. "¿De verdad le interesa lo que pienso? Necesitamos un cambio", afirma antes de mencionar como modelo de compromiso al escritor e intelectual afroamericano Cornell West, quien apoya a Barack Obama. "Todo lo que tengo que decir de religión, raza y política está en mis novelas".

Y precisamente de novelas, de literatura, desvinculada de la performance y del cine, hablará Gifford la semana que viene en Madrid. Después de participar en el festival Palabra y Música, el escritor presentará la novela Una puerta al río, publicada por La otra orilla y el poemario Las cuatro reinas, editado por La Fábrica. Se trata de historias en las que vuelve a recuperar el recuerdo como fuente de inspiración.

Estados Unidos de los años cincuenta y sesenta, el siempre vivo espíritu de relatos como En el camino, las atmósferas decadentes e impregnadas de un realismo sucio que evoca a Charles Bukowski... son en realidad el pan cotidiano de Gifford. "¿Qué relación personal tengo con la memoria? Ésta es la pregunta más íntima y complicada... Es algo demasiado subjetivo, una relación que puede cambiar con el tiempo", espeta. "Lo único qué sé es que, por ahora, he tenido la suerte de recordar a mi modo cosas y acontecimientos que, desafortunadamente, han desaparecido. Un pasado y un mundo que ya no existe".

ELIAS KHOURY

ENTREVISTA: Andalucía, una encrucijada literaria ELIAS KHOURY Escritor
"La buena literatura es un tributo a la fragilidad humana, a la muerte"

El novelista y dramaturgo libanés será una de las estrellas del Festival Hay de Granada, que comienza mañana
EDUARDO LAGO 02/04/2008



El novelista y dramaturgo libanés será una de las estrellas del Festival Hay de Granada, que comienza mañana y, junto a las citas de Cosmopoética de Córdoba y Palabra y Música en Sevilla, se convertirá en escaparate mundial de las letras.

Autor de 11 novelas, entre las cuales destacan Bab El Shams (Puerta del Sol, 1998) y Yalo (2002), ambas de próxima aparición en catalán y castellano, Elias Khoury (Beirut, 1948), reciente ganador del Premio Oueis 2008 de literatura en lengua árabe, es una de las voces más interesantes e innovadoras de la escena internacional desde hace varias décadas.

Cristiano maronita de origen, secular, en los términos que definió el término Edward Said, cada primavera, desde hace ocho años, Elias Khoury imparte dos cursos de literatura en la Universidad de Nueva York. Además de su labor como dramaturgo, novelista, crítico y escritor, dirige el suplemento literario del diario libanés An-Nahar, uno de los más importantes del mundo árabe.

La conversación tiene lugar en un café cerca de Washington Square, unos días antes de su viaje a Granada, donde los próximos viernes y sábado tomará parte en el Hay Festival.




El autor de 'Puerta del Sol' defendió la causa palestina desde Al-Fatah

"Mi reto es explicar la conducta humana desde la literatura", explica


"Lorca es una de las mayores influencias en la poesía árabe contemporánea"


Algunas de sus novelas han tenido una muy buena acogida en Israel


Pregunta. ¿Cómo se hizo escritor?

Respuesta. De niño me ocurría algo muy curioso: cuando un libro me gustaba mucho, le contaba a todo el mundo que lo había escrito yo, pero no para engañar a nadie, sino porque lo creía de verdad. En cierto modo, aún me sigue pasando. Creo que todo lector es un escritor en potencia. No me decidí a publicar nada hasta los 22 años. Estaba en París, estudiando sociología e historia y escribí una novela corta, titulada El círculo. Se la entregué a un amigo editor y no le entusiasmó, le pareció demasiado experimental, pero aun así la publicó.

P. ¿Por qué se hizo miembro de Al Fatah?

R. Después de la Guerra de los Seis Días acudí al campo de refugiados de Al-Baká, en Jordania, en compañía de un sacerdote maronita. No sabíamos qué hacer por aquella gente. Decidimos quedarnos un tiempo ayudándoles, pero no me pareció suficiente, así que un día me presenté en Ammán, y pedí a un taxista que me llevara hasta el campamento de Alt Salt, con los fedayin.

Abrió mucho los ojos y me preguntó si estaba loco. Muchos taxistas trabajaban para los servicios de inteligencia jordanos. El caso es que me llevó y conocí a Abou Jihad, el número dos de Arafat, que trató de disuadirme, diciéndome que volviera a mis estudios, pero yo insistí en quedarme. Lo terrible de la catástrofe palestina es que nadie creía en ella porque la ensombrecía la tragedia del Holocausto judío. Nadie creía en el sufrimiento de aquel pueblo, y me parecía que mi deber como escritor, como intelectual y como ser humano, era hacer saber a todo el mundo lo que estaba ocurriendo.

P. ¿De qué manera ha influido la guerra en su escritura?

R. La guerra es lo más terrible que puede acaecer al ser humano, y dentro de ello, lo peor es una guerra civil, porque en ella uno trata de matar su propia imagen, reflejada en un espejo. Una guerra civil es un suicidio colectivo. En una situación así sólo pueden ocurrir dos cosas: o se despoja uno de toda huella de humanidad, insensibilizándose ante lo que vemos, o el horror circundante exacerba nuestra sensibilidad haciéndonos creer que la existencia es un completo sinsentido. Yo presencié la muerte de mi mejor amigo en un atentado perpetrado con un coche bomba. La bomba estaba debajo de su asiento, y le destrozó el cuerpo, pero, desde donde yo estaba, veía su torso y su cabeza intactos y creí que estaba vivo. No hay mayor sinsentido que acabar así con la vida de un ser humano. Mi reto, como escritor, es tratar de encontrar una explicación a la conducta humana a través de la literatura.

P. ¿Qué escritores influyeron en usted?

R. Para mí, Dostoievski está muy por encima de todos. En cuanto a técnica, el maestro de todo novelista que se precie es Flaubert. Kafka me parece fundamental. También me gustan mucho Faulkner y Whitman. Y me interesa mucho Lorca.

P. En sus libros lleva a cabo una indagación implacable sobre la naturaleza de la escritura.

R. La literatura no versa sobre la realidad, sino sobre el lenguaje. Todas las palabras son metáforas. Escribir es construir nuevas metáforas sobre metáforas que ya existen, lo cual no es obvio ni evidente. Es algo que tenemos que descubrir cada vez. La literatura es el lugar donde se innova y recrea el lenguaje, un espacio en el que se inventa el lenguaje a partir del lenguaje mismo. El escritor que no indaga en la naturaleza del lenguaje no crea, sino que se limita a repetir lugares comunes.
Escribir es limpiar el lenguaje de prejuicios y clichés.


P. En sus libros escribe desde múltiples perspectivas, dando numerosas versiones de un mismo hecho.

R. La gran lección de Las 1001 noches es que la realidad no es una, sino que se manifiesta de muchas maneras, cada una de las cuales es una versión que a su vez está abierta a nuevas versiones. Cuando tratamos de atrapar la realidad, o lo que pensamos que es la realidad, tenemos que contar con la existencia de una multiplicidad de versiones que tratan de dar cuenta de los hechos. Como escritor, no trato de llegar al nivel mismo de los hechos, sino que doy cuenta de las distintas maneras de ver una misma cosa. Escribir acerca de algo es ya una manera de verlo, y siempre hay muchas maneras distintas de ver lo mismo.

P. ¿Por qué deja sus libros sin terminar?



R. En Puerta del Sol, al llegar a la última página, no hay ningún punto final.
Es lo que ocurre con la vida y la muerte. ¿La muerte es el final de la vida o el principio de otra cosa? No hay nada de metafísico en esta observación. La distinción que hacemos racionalmente entre fin y principio no refleja la realidad. Cuando se llega a la última frase de un libro mío, el lector tiene que decidir qué hacer con él, reinventar lo que ha leído.

P. Entonces, ¿qué es la literatura?

R. La buena literatura es un tributo a la fragilidad humana y por lo tanto a la muerte. Creo que la literatura, como todo el arte en general, es un diálogo que los muertos mantienen con los vivos. Hablando de Giacometti, Genet decía que sus estatuillas eran representaciones de diálogos con los muertos. En la literatura, la vida se perpetúa a través de la palabra.

P. ¿Siente que la tradición literaria árabe está alejada de la occidental?

R. No creo en ese tipo de distinciones. Fíjese en el Quijote, por ejemplo. Todo el mundo coincide en que es el punto de partida de la tradición novelística europea. Cervantes, por su parte, dice que el origen de la historia es un manuscrito escrito por un árabe. Tomemos ahora el caso de Lorca. Su poesía entronca con la tradición arábigo-andaluza y él, a su vez, es uno de los poetas que más han influido en la poesía árabe actual. ¿Dónde están las barreras? En la tradición árabe ha pervivido la historia del último rey moro de Granada, Al Andalus ha pervivido en nuestra tradición. Me interesan esas pervivencias e interrelaciones históricas.

P. ¿Qué recepción han tenido sus libros en Israel? ¿Le interesa la literatura de aquel país?

R. Conozco muy bien la literatura israelí y enseño las obras más relevantes en los cursos que imparto en la Universidad de Nueva York sobre la literatura contemporánea del Próximo Oriente. Me interesan mucho David Grossman y Amos Oz. En cuanto a mi obra, hay dos novelas mías que se han traducido al hebreo, Puerta del Sol y Yalo. Las dos han tenido una recepción sumamente positiva en Israel.

P. ¿Alberga la esperanza de que llegue un día en que los hombres y mujeres de buena voluntad de Israel y los países árabes consigan la paz, o es sencillamente imposible?

R. Lucho por ello. La situación invita al más absoluto pesimismo, pero como enseñó Gramsci, hay que contrarrestar el pesimismo de la razón con el optimismo de la voluntad. Seguir luchando por la paz.

P. Gramsci ejerció una influencia considerable en Edward Said, con quien usted mantuvo una estrecha amistad. ¿Qué supuso su muerte para usted?

R. Edward Said no ha muerto. Cuando lo echo de menos, abro un libro suyo, me sirvo un vaso de vino y continúo mi conversación con él, igual que antes. Como le dije antes, la literatura se inventó para que los muertos pudieran seguir hablando con nosotros.


Eduardo Lago es escritor y director del Instituto Cervantes de Nueva York.

martes, 1 de abril de 2008

LLUIS BASSETS

31 marzo, 2008 - Lluís Bassets

No estás de acuerdo, luego eres irrelevante


Sorprende la repetición de la jugada. Es muy sencilla. Consiste en amenazar con que una institución o a una persona se convertirá en irrelevante si no hace lo que quien presume de más poder quiere que haga. Esta fue exactamente la que hizo George Bush con Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, cuando quería que este máximo organismo internacional aprobara una resolución apoyando la invasión de Irak por Estados Unidos con el pretexto de unas armas de destrucción masiva que no existían. Quienes querían prolongar las inspecciones en Irak de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, encabezados por el miembro permanente y con derecho de veto que es Francia, se negaron a ceder al chantaje y no hubo resolución. Estados Unidos invadió sin base legal alguna y obtuvo después, en agosto de 2003, una resolución que convalidaba la presencia de sus tropas y de los países aliados en Irak.

¿Y qué pasó con Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad? Alguien puede creer que la amenaza finalmente no surtió efecto, pero no es así. El daño que produjo aquella amenaza y la actuación que la acompañó ha sido probablemente irreversible. La actual situación de Kosovo puede ser uno de los indicios: será difícil que en el futuro inmediato Rusia y China, también con derecho de veto, vuelvan a prestarse a acompañar a Estados Unidos y a sus aliados en nuevas intervenciones, como hicieron con la primera guerra del golfo o con el derrocamiento de los talibanes en Afganistán. Ya son muchas las voces, empezando por el candidato republicano John McCain, que propugnan una alianza por la libertad en la que participen Estados Unidos y la UE como pilares básicos, que sirva para eludir a China y Rusia, y por tanto a Naciones Unidas, a la hora de poner orden en la escena mundial.

Ahora hay repetición, aunque de menor calibre. Esta vez se refiere a la Alianza Atlántica. Y quien la hace es el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld. En tono menor, por tanto, pues se trata de un halcón neocon jubilado. Pero no hay que dejar caer en saco roto la advertencia, proferida en un artículo que ha publicado este pasado fin de semana el diario The Wall Street Journal (no pongo el link porque la entrada en los artículos es de pago). Si los socios atlánticos no aportan más soldados para Afganistán y no acceden a la ampliación de la OTAN hasta incluir a Ucrania y Georgia, viene a decir Rumsfeld, la Alianza se convertirá en irrelevante.

Rumsfeld no ocupa cargo alguno ahora, pero su voz sigue resonando, a pesar de los fracasos cosechados en Irak. Entre sus muchas proezas destaca la declaración que hizo en Munich, ante todos los socios europeos, en la que distinguió entre la Nueva Europa, formada sobre todo por los países salidos del comunismo, y la Vieja Europa, a la que también declaró, de una forma u otra, camino de la irrelevancia, con la ayuda inestimable de José María Aznar que remató la jugada con la carta que redactó conjuntamente con Blair y Berlusconi en solidaridad con Bush.

Rumsfeld es también el autor de axiomas que se convirtieron en célebres y fueron identificados incluso como poemas de tipo conceptual. No es la coalición la que condiciona la misión sino la misión la que condiciona la coalición: una forma de expresar que Estados Unidos iba a fijar lo que quería hacer sin consultar a los socios, que tendrían la opción de sumarse libremente. Y para justificar que se hiciera una guerra preventiva ante un peligro indeterminado y de alcance desconocido, acuñó uno de sus más célebres aforismos: Hay cosas conocidas que conocemos. Son cosas que sabemos que las sabemos. Hay cosas conocidas que no conocemos. Es decir, cosas que nosotros sabemos que no las sabemos. Pero hay también cosas que no sabemos que no las sabemos.


Habrá que seguir con atención la cumbre de Bucarest esta misma semana, en la que los socios atlánticos deberán tomar decisiones sobre estos dos temas, sometidos a una doble presión, la interna del socio y amigo norteamericano, interesado fundamentalmente en descargar una parte del enorme peso militar que ahora soporta en Irak y Afganistán sobre los socios europeos, y la externa del vecino ruso, que ha recuperado la energía y la ambición imperial perdida desde 1989 y quiere imponer en las nuevas circunstancias su derecho de veto sobre todo lo que se haga en territorio europeo y, especialmente, en lo que fue en su día parte de sus antiguos dominios de influencia. En el caso de la Ucrania y Georgia tiene una razón de más: fueron parte de la propia URSS, hasta el punto de que dos de sus más destacados dirigentes, Stalin y Kruschov, no eran rusos, sino georgiano y ucraniano respectivamente. Seguiremos la jugada.

LLUIS BASSETS

Esas dos religiones tienen muchas cosas en común, pero la que más sobresale es su feroz afán de proselitismo. Compiten por ganar el planeta para sus creencias. Ambas son rabiosamente anti relativistas: no conciben que las creencias del otro merezcan respeto. Todavía menos las descreencias. Se unen frente al escéptico o al tibio: quieren seres humanos postrados ante la divinidad, su palabra y sus intérpretes, sean clérigos o sabios. Cabe sospechar incluso que cuando hablan de diálogo entre ambas lo que quieren es aliarse contra los descreídos.

De una de ellas ha brotado el árbol frondoso que ahora ensombrece su futuro. Ésa es en el fondo su única superioridad: esa debilidad que la llevó a retroceder ante el humanismo y ante las luces. Una superioridad que se reivindica en su eclipse no puede gustar y por eso la ocultan por ese lado. Decantan el debate hacia la compatibilidad entre razón y fe, su razón y su fe, y por eso desembocan en un derecho natural del que ellos se erigen en los únicos intérpretes. Si fuera así, no debieran negar a otras ramas del conocimiento religioso su acceso a estas verdades inmutables que ellos aseguran poseer. Pero estamos ante una trampa: al final, las verdades inmutables que van a defender no están en los valores universales sino en la autoridad, en la institución y en la obediencia; en el poder, y en su capacidad para seguir ejerciéndolo incluso en nuestras sociedades laicas que separan rigurosamente los asuntos del estado de los asuntos de la religión.

De la otra ni siquiera ha brotado un arbusto: nada de lo que promete ensombrece la tiranía de su dogma, y más bien se encarama por las columnas de su templo la mala hiedra de la violencia terrorista. La sociología de esta religión es una tragedia y una paradoja: avanza en la modernidad, en la plétora de clases medias que ya penetra en lo que fue antes Tercer Mundo, cada vez más cubierta, más rigurosa, más intransigente. Las reformas para adecuarla a la modernidad de poco sirven, como si estuviera compitiendo con las otras religiones para seguir en cabeza del empecinamiento, del oscurantismo, de la intolerancia.

A veces da la impresión de que una y otra se utilizan mutuamente para espolear la competencia y el fervor de sus respectivos y fanáticos partidarios. Pero hacen mal quienes desde fuera hacen el juego a una y a otra, porque ambas quieren lo mismo. Volver a dominar cuerpos y almas, controlar el espacio público y las vidas privadas, hacer sentir el peso de su teología sobre la vida política. Hay que mantener alerta el espíritu cívico ante todas ellas. Ante la primera, para que no regrese el pasado. Ante la segunda para que no se extienda el presente de esos países donde ahora domina.

Pero también hay que defender a los cristianos de Egipto y Argelia, y exigir libertad religiosa en todo el mundo musulmán, incluyendo el derecho a cambiar de religión. Pero hay que decirles a la vez a los obispos católicos que no sigan metiendo los dedos en la política como hacen en España, Portugal e Italia, dictando leyes, vetando partidos o imponiendo incluso las fórmulas de coalición. Nadie debe criticar al musulmán que se bautiza, al contrario, hay que defenderle como haríamos con el caso contrario. Pero haría bien el Vaticano en favorecer la diplomacia y el diálogo en vez de buscar cualquier ocasión para humillar al adversario en creencias. Esos curas, esos molás, esos cardenales y esos ulemas, se están comportando como descerebrados hinchas de fútbol.

(No se pierdan, por cierto, la Cuarta Página que publicamos en El País de hoy)